_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los misterios de Pekín

Un gran conciliábulo del Partido Comunista de China marcará el rumbo del gigante asiático este fin de semana

Lluís Bassets

La democracia no tiene misterios. Ni siquiera la tiene el invento post soviético de la democracia soberana, un pucherazo organizado por policías y espías del principio hasta el fin. Tampoco lo tiene la monarquía, por más que su antiguo perfume todavía pueda embriagar a unos pocos. Ni la autocracia, idéntica a sí misma en su arbitrariedad. Hace ya tiempo que el misterio de la epifanía del poder quedó destruido en casi todo el mundo, salvo en dos recintos peculiares, el Vaticano en Roma y Zhongnanhai en Pekín, donde las sucesiones se producen bajo ritos y procedimientos que se sustraen a la vista de los mortales.

"No es ninguna coincidencia que el Vaticano sea uno de los pocos estados con los que China no ha sido capaz de establecer relaciones diplomáticas desde su fundación en 1949. La Ciudad-Estado, centro administrativo de la Iglesia católica y residencia del Papa, es la única organización de dimensiones comparables al Partido Comunista chino, aunque a escala global, y con una afición similar al ritual y al secretismo". Esta es una comparación de Richard McGregor —corresponsal del Financial Times en Pekín durante una década, en su libro El Partido. Los secretos de los líderes chinos (Turner)—, que tiene visos de convertirse en obsoleta, pero no por el lado chino sino el del Vaticano, donde ya sabemos de qué pie calza el papa Bergoglio e incluso atisbamos qué va a suceder con los misterios más terrestres del poder eclesial.

No es el caso del nuevo papa del Partido Comunista de China, Xi Jinping, elegido formalmente hace un año, el 15 de noviembre, en el primer pleno del Comité Central salido del 18 Congreso, pero cocido a fuego lento desde el anterior congreso que le catapultó, junto al actual primer ministro y número dos Li Keqiang, como uno de los nueve miembros del Comité Permanente. La lentitud del procedimiento permite conocer y familiarizarse con el nuevo mandatario mucho antes su elevación al solio, pero los arcanos de su elección, tan impenetrables como los vaticanos, siguen pesando hasta el momento crucial de la nueva y secreta reunión plenaria del Comité Central, que se celebra este próximo fin de semana.

Aclaremos que el Comité Central, pieza legendaria en los partidos comunistas, es el órgano que reúne entre congresos al menos una vez al año a los 205 titulares y 171 suplentes que sobre el papel dirigen el partido: una tarea que en realidad está en manos de los 25 miembros del Politburó, organismo elegido por los anteriores que alberga en su interior, como las matrioschkas rusas, al Comité Permanente, el órgano supremo, ahora de siete miembros, encabezados por Xi Jinping. Sus dos primeras sesiones plenarias sirven para la elección de cargos: los del partido en la que se celebra inmediatamente después su elección; y los de la administración y el Gobierno, la que se reúne antes de la Asamblea del Pueblo, símil de un parlamento que eligió a Xi presidente de la República, en marzo de 2013.

Del tercer plenario, el de ahora, se espera que marque la línea política de la nueva presidencia, sobre todo en cuestiones económicas y sociales. Así está pautado en el tedioso manual de funcionamiento de la mayor maquinaria política del mundo que es el PC de China (80 millones de militantes y un inextricable sistema de selección y ascenso para la maraña de organismos que lo componen). Cuentan los antecedentes: del tercer pleno de 1978, con Deng Xiaoping, salieron las reformas y la apertura económica, y del de 1993, con Jiang Zemin, la economía socialista de mercado.

Lo que se sabe del actual pleno de 2013 es menos de lo que se espera, que siempre suele ser mucho en un régimen tan alérgico al cambio. El aparato de propaganda ha hecho su tarea, que se resume en un par de eslóganes. El más ingenioso es el del sueño chino, implícitamente opuesto al sueño americano, que Xi ha convertido en su lema. Y el más burocrático la idea que va a servir como objetivo del tercer el pleno de "unas reformas y una apertura integrales y profundas", que abarcarán desde el sistema financiero hasta la propiedad agraria.

De Xi Jinping, su personalidad, su familia, e incluso algunas de sus ideas, se saben muchas cosas más. François Godement, del European Center on Foreign Relations, considera que nadie ha acumulado más poder desde Mao Zedong. La época de los hombrecillos grises, representados por Hu Jintao y su primer ministro Wen Jiabao, protagonistas de una década que casi todos, reformistas y conservadores, consideran perdida, ha quedado atrás si hacemos caso a los modos del nuevo emperador rojo. China tiene ahora un presidente con fuerte vocación de liderazgo justo en el momento en que más claramente se dibujan los límites del poder presidencial en Estados Unidos. Va a hacer reformas, sí. Pero según el más ortodoxo esquema, que Deng Xiaping instaló en el corazón del sistema: tanta libertad económica y sobre todo financiera como sea posible, pero sin perder ni un ápice del férreo control político que proporciona el Partido Comunista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_