Taksim rompe el muro de silencio
El primer amplio movimiento ciudadano de rechazo a Erdogan, tras una década de poder casi absoluto en Turquía, marca el inicio de su declive
Zeyno Pekünlü parece agotada, lleva más de una semana con apenas unas horas de sueño diarias. “Taksim nos ha cambiado”, confiesa esta profesora de Bellas Artes de 33 años junto al parque de Gezi de Estambul, epicentro de la revuelta de los indignados que conmociona Turquía desde hace una semana. “Hemos dicho basta. Nadie se había atrevido hasta ahora a decirlo en voz alta en este país”, se vanagloria Zeyno, una de las representes de la plataforma Solidaridad con Taksim, que agrupa a 70 organizaciones sociales y ciudadanas en defensa de un parque, amenazado por la construcción de un centro comercial.
El Gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan recibió a delegados de la Plataforma el pasado miércoles en un gesto sin precedentes en más de una década en el poder. Los disturbios se habían extendido desde la ciudad del Bósforo a todo el país, y han dejado al menos tres muertos y más de 4.000 heridos, en auténticas batallas campales de cañones de agua y granadas de gases lacrimógenos contra piedras y barricadas. El reconocimiento del malestar social en un país que ha triplicado su renta per cápita bajo sus tres mandatos electorales consecutivos parece marcar el inicio del declive político del islamista moderado Erdogan, acusado de gobernar con un talante autoritario e ignorar las grandes transformaciones sociales de Turquía que él mismo impulsó.
"Nos calificaban de apolíticos, pero simplemente estábamos aburridos y desencantados”, dice uno de los activistas concentrados en la plaza
“Acudimos a la plaza Taksim porque nadie nos escuchaba”, recuerda Zeyno, camiseta de tirantes, vaqueros enfundados y profundas ojeras. “Se trataba de grupos ecologistas y de defensa del patrimonio de la ciudad, pero cuando nos atacaron con gases lacrimógenos nos convirtieron en un movimiento político”.
El cuartel de la discordia
En la ancestral ciudad de Estambul todo está cargado de simbolismo y debajo de cada piedra hay una historia. El plan de reforma de la plaza Taksim pretende transformar en zona peatonal el corazón de la parte europea de la ciudad. La ocurrencia de la alcaldía del distrito de Beyoglu, del AKP, de construir un nuevo centro cultural y comercial con la apariencia del antiguo cuartel de artillería de Topçu, que se alzaba en el solar que ocupa el parque de Gezi hasta que fue derribado en los años treinta del siglo pasado, parece más que polémica. El cuartel de Topçu, una construcción militar otomana de inspiración centroeuropea, según las imágenes que de ella quedan, fue erigido a comienzos del siglo XIX por el sultán Selim III en una zona elevada que domina los actuales distritos de Gálata, Beyoglu y Besiktas. Pero se hizo célebre en 1909 por la insurrección de su guarnición en un intento de golpe de sectores reaccionarios defensores de la sharía (ley islámica) y el poder absoluto del sultán contra el recién instaurado orden constitucional.Fue el histórico líder Atatürk quien encomendó que el establecimiento fuera arrasado. Ochenta años después, el partido de Erdogan, de base islamista, pretende resucitar la fachada del cuartel de la discordia para que albergue un centro cultural, e incluso una mezquita.
Como la mayoría de los ocupantes de Gezi, la representante de la plataforma de Taksim pertenece a una generación nacida después del golpe de Estado militar de 1980, a la que el actual traje del sistema político turco se le ha quedado pequeño. “Nos calificaban de apolíticos, pero simplemente estábamos aburridos y desencantados”, puntualiza. Una encuesta efectuada por investigadores de la Universidad Bilgi de Estambul entre los indignados de Taksim muestra que unos dos tercios tienen entre 19 y 30 años y se declaran laicos. Lo que más les une (92,5%) es el rechazo al autoritarismo de Erdogan.
“Ya no se trata solo de la defensa del parque. El Gobierno se está entrometiendo en la vida de la gente”, precisa Zeyno. “Erdogan pide que las mujeres tengamos al menos tres hijos para fomentar la natalidad, y hace poco ha intentado restringir al máximo el consumo de alcohol”. Hartos del silencio de la debilitada oposición política en el Parlamento, los indignados han tomado la calle. Su voz ha llegado lejos: el pleno del Parlamento Europeo ha convocado esta próxima semana un debate sobre las protestas en Turquía, país candidato para ingresar en la UE.
No es previsible que esta revuelta vaya a ser el despeñadero político de Erdogan. El primer ministro goza de gran popularidad en el interior de Anatolia, conservador y religioso, a cuyo desarrollo económico ha contribuido su Gobierno, mientras las protestas se han circunscrito a áreas de clase media laica de Estambul y otras grandes ciudades. Miles de seguidores del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco) acudieron a aclamarle coreando lemas islámicos la madrugada del viernes al aeropuerto de Estambul a su regreso de una gira por el Magreb. Y el sábado el partido gobernante descartó la convocatoria de elecciones anticipadas tras una reunión de su comité ejecutivo.
Akin Özcer, exdiplomático y analista político turco, considera que las encuestas “favorecían hasta hace poco al AKP. La iniciativa de Erdogan de abrir un proceso de diálogo para solucionar el conflicto kurdo cuenta con un gran apoyo. Pero la legislación restrictiva sobre el alcohol y, sobre todo, las protestas de los indignados amenazan su mayoría absoluta en las elecciones municipales del año que viene, previas a las legislativas previstas en 2015”.
“Le habría bastado con convocar una consulta popular sobre el futuro del parque para sortear la actual crisis, pero su carácter arrogante le ha llevado a una confrontación directa”, afirma.
Özcer apunta además que el estallido de Taksim ha abierto fisuras en el monolítico AKP, donde el presidente de la República, Abdulá Gül, y el viceprimer ministro, Bülent Arinç, se han esforzado en escuchar las quejas de los manifestantes durante la ausencia de Erdogan. El poderoso movimiento político-religioso de Fetulá Gülen, el equivalente a un Opus Dei musulmán bien implantado en las universidades, amenaza también con darle la espalda si no abandona su línea intransigente. ¿Y qué dicen las Fuerzas Armadas, que han protagonizado cuatro golpes de Estado en el último medio siglo? “El Ejército se ha vuelto mudo”, precisa Ózcer, “este ha sido uno de los principales éxitos de Erdogan”.
Entre los indignados dos tercios tienen entre 19 y 30 años y se declaran laicos. Lo que más les une (92,5%) es el rechazo al autoritarismo de Erdogan, según una encuesta.
Los indignados de Taksim, mientras tanto, se disponen a encabezar manifestaciones para ampliar el impacto de su movimiento en la sociedad turca. Se quejan de que, además de haber sufrido una “guerra química” de gases lacrimógenos en la represión policial, se han visto sometidos al apagón informativo de los grandes medios de comunicación turcos. “Los ciudadanos que pasaban por aquí no han visto en televisión lo que observaban en la calle”, denuncian los portavoces de los ocupantes del parque de Gezi, que han multiplicado sus mensajes en las redes sociales.
Ilknur Açikdillo, de 35 años, toma el megáfono y paraliza con sus arengas a los transeúntes de la plaza. Es una de las responsables de información del movimiento de ocupación del parque. “Taksim no es la puerta del Sol de Madrid ni la plaza de Tahrir de El Cairo, es algo nuevo: la expresión de un pueblo que ha perdido el miedo a hablar. Hemos roto el muro de silencio en Turquía”.
El mensaje de Taksim y Gezi ha llegado también al resto del mundo. El despectivo término “çapulcu” (merodeadores) con el que intentó descalificarles Erdogan al comienzo de la ocupación del parque ha hecho fortuna en las redes sociales. Su transcripción fonética aproximada (“chapulyu”) ha dado pie a los neologismos “chapulling”, en inglés, o “chapulear”, en español, para referirse a una acción festiva de protesta de los jóvenes en la calle.
En sus horas más bajas desde que fue encarcelado por recitar unos belicosos versos islamistas cuando era alcalde de Estambul —“los minaretes son nuestras bayonetas”—, Erdogan intenta maniobrar para contener un declive político inevitable. Su sueño de convertirse en presidente de Turquía con atribuciones ejecutivas tras una reforma constitucional para seguir en el poder hasta 2023, en el centenario de la República, parece desvanecerse.
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