Un nuevo líder para un panorama político más moderado
Yair Lapid, de la formación Yesh Atid, queda segundo en los comicios israelíes Su plataforma aboga por acabar con la generosidad del Estado con los judíos ultraortodoxos
En la noche electoral, sabiendo que había ganado las elecciones pero que las urnas le habían castigado haciéndole perder escaños respecto a los pasados comicios, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, hizo una primera llamada tras conocerse los resultados. “Tenemos ahora la oportunidad de hacer grandes cosas por el Estado de Israel”, dijo. Al otro lado de la línea, un hombre del que ahora depende en gran parte para poder mantenerse en el Gobierno: Yair Lapid, de 49 años, que hoy por hoy es todo un hacedor de reyes, la llave que guarda los escaños que Netanyahu necesita para lograr un tercer mandato.
Lapid, con su pelo entrecano, sus aires de actor y su sonrisa magnética, ha protagonizado un ascenso meteórico en la política de Israel. Tanto, que su partido, Yesh Atid (Hay Futuro) se fundó hace apenas un año. Cansado del status quo, deseoso de insuflarle una nueva vida a la política de su país, Lapid decidió crear un grupo formado íntegramente por caras nuevas en la escena nacional, con el objetivo principal de ser una alternativa. La lista era una obra de ingeniería electoral: la mitad eran mujeres, había candidatos religiosos e incluso se incluyó a algunos políticos de origen etíope y druso.
A todas luces, la estrategia de Lapid ha sido un éxito. Sus 19 escaños le convierten en la segunda fuerza política de Israel, sólo por debajo de la coalición de Netanyahu y el ultraderechista Avigdor Lieberman.
Un elemento llevó a Lapid a formar un partido y a pensar que sus ideas podrían ser populares entre el electorado: las protestas sociales contra la desigualdad económica de 2011, que germinaron justo en el despunte de la primavera árabe. Los votantes jóvenes, sobre todo, acabaron encumbrando a Lapid el martes, a expensas de otros partidos que sufrieron castigos de diversa gravedad, como la coalición de Netanyahu o el centrista Kadima, que apenas superó la barrera del 2% de los votos, para tener una presencia en la Kneset casi testimonial: dos escaños. Lapid logró además una gran victoria en Tel Aviv, la mayor zona metropolitana del país.
El ascenso de Lapid mimetiza en cierto modo el de su padre. Yosef, conocido comúnmente como Tommy, nació en Yugoslavia, sobrevivió al Holocausto y emigró a Palestina en 1948 para participar en la fundación del Estado de Israel. Trabajó, como su hijo, de periodista, para luego ingresar en el partido Shinui, desde el que defendió a ultranza el laicismo de Israel y en el que mantuvo una larga campaña de oposición a los políticos ultraortodoxos. Entró en la Kneset por primera vez en 1999, pero su mayor victoria le llegó en 2003, cuando su formación política ganó 15 escaños. Ariel Sharon le nombró viceprimer ministro y, luego, ministro de justicia. Falleció en 2008.
El 9 de enero de 2012, Yair decidió imitar a su padre. Dejó los medios y anunció que formaría un nuevo partido, del que los electores esperaban que fuera, como el de su padre, una gran plataforma para el laicismo. No defraudó. Su primer mitin, en mayo, dejó las cosas ya muy claras. “No os odiamos”, le dijo a los Haredim (judíos ultraortodoxos). “Lo que sucede es que, económicamente, ya no podemos manteneros”. Esa fue la premisa principal de su campaña: no más exenciones del servicio militar para los estudiantes de Yeshiva, no más subsidios a comunidades por motivos religiosos. En aquel mismo mitin, avanzó: “No me meto en política para quedarme en la oposición”.
Cuando anunció su campaña, los analistas le auguraron 20 escaños. Al final, erraron sólo por un escaño, a pesar de que a medida que los meses avanzaban, las encuestas le iban restando fuerza. En el último tramo de la campaña, los sondeos menospreciaron a Lapid, quien finalmente se ha convertido en el hombre fuerte tras los comicios. A los dos partidos de derecha, la coalición del Likud-Beiteinu y Habayit Hayehudi (Casa Judía) les bastaría con pactar con él para poder formar gobierno, porque entre los tres sumarían 61 escaños, mayoría simple. Para eso, Netanyahu deberá ceder ante un adversario formidable, que, por raro que parezca, hace apenas un año no estaba ni en el mapa político.
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