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Silbidos y síntomas

Pilar Bonet

Por primera vez, la intervención del primer ministro de Rusia, Vladímir Putin, despertó reacciones negativas en un acto público masivo. Sucedió el domingo 20 de noviembre en el complejo olímpico de Moscú tras el combate de lucha libre que concluyó con la victoria del ruso Fedor Emilianenko sobre el norteamericano Jeff Monson. El candidato a la presidencia del Estado, que se encontraba entre los espectadores, subió al ring para felicitar al ganador y, mientras pronunciaba unas breves palabras, el público le silbó y le abucheó. La televisión rusa trasmitió las imágenes con todo su acompañamiento sonoro que posteriormente fue rebajado de tono y amortiguado, según creyeron advertir quienes compararon atentamente las imágenes.

Fuera como fuera, el incidente se convirtió en un agitado tema de discusión en el internet ruso a menos de dos semanas de las elecciones legislativas del 4 de diciembre, en las que Rusia Unida, el partido gubernamental, espera renovar su mandato como principal fuerza política del país. Unos interpretaban los silbidos y abucheos como un síntoma del declive político de Putin, mientras otros ponían en duda el motivo y la intensidad de estas manifestaciones y las atribuían a otras causas, como el hecho de que los lavabos del complejo deportivo estuvieran cerrados por razones de seguridad.

En su popular blog, el político de oposición Alexéi Navalni calificó el suceso como “fin de época” y aprovechó para citar el reciente informe del Centro de Elaboraciones Estratégicas en el que, sintetizando, se afirma que la marca “Putin” rebasó ya su cénit para comenzar un declive que sólo podría ser evitado con una maniobra casi imposible para renovar su presentación como producto político. Putin se prepara para volver a la presidencia y sustituir en ella a Medvédev que ha custodiado el puesto durante cuatro años. Según el informe del Centro de Elaboraciones Estratégicas, el “enroque” entre ambos ha tenido consecuencias “irreparables”, ya que ha evidenciado la “falta de independencia política de Medvédev” y ha hecho que éste pierda el atractivo que tenía cuando formaba parte del tándem, que apelaba a una sociedad en fase de diversificación. Los que apoyaron a Medvédev no engrosan las filas de los partidarios de Putin que, debilitado por el "enroque", se enfrenta ahora en solitario al problema del envejecimiento de su “marca”, sin poder apelar simultáneamente a los dos sectores que formaban la base de poder del “tandem”, los conservadores y los modernizadores. Estos últimos eran la base de Medvédev mientras tenían alguna esperanza de que este político fuera un complemento y no un apéndice.

El lunes por la noche, para acabarlo de arreglar, el secretario de Prensa del jefe de Gobierno, Dmitri Peskov, argumentó que la reacción del público tras el combate de lucha libre del domingo no iba dirigida contra Putin sino que contra el perdedor Monson. Peskov dijo que el estadio había recibido con aplausos y calidez al primer ministro y que los comentarios sobre el “fin del sistema” son “tonterías”. En los últimos años, las protestas políticas en Rusia son puntuales y tienen una convocatoria limitada. Los analistas discrepan sobre la posibilidad de que los estallidos de insatisfacción puedan cristalizar a corto plazo en algo de mayor peso, pero observan detenidamente las agitaciones aisladas de la sociedad. El sábado varios estudiantes fueron arrestados frente a la Universidad Estatal de Moscú por protestar la decisión de su sindicato de ingresar en el Frente Popular, una entidad constituida para dotar a Putin de una base más amplia que el partido Rusia Unida.

El analista Daniil Kotsubinsky compara las protestas estudiantiles actuales con las del estudiantado ruso en época zarista, en 1899 en San Petersburgo, y en 1911 en Moscú, y extrapolando augura que puede esperarse una revolución para 2017. Por su parte, Alekséi Venedíctov, el director de la emisora El Eco de Moscú, afirma que, de momento, los silbidos contra Putin son más bien un síntoma de “irritación” que de “indignación”. Claro que los “irritados” pueden convertirse en “indignados”. Fin

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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