Y llegado el momento, cayó el velo...
Nuestros amigos árabes del mediterráneo sur y oriental están despertando a una democracia de todos y de todas, no tan sólo a la democracia de unos pocos que algunos ya venían conociendo. Estados poscoloniales mal dirigidas por presidentes autócratas, cleptócratas, prooccidentales en su mayoría - vistos en la necesidad de seguir garantizando la continua financiación de sus ejércitos, la ventaja social de sus familias, ofreciendo un pactado freno al islamismo terrorista y generando pánicos concertados ante este último-, ante la aquiescencia europea - aquella falsa estabilidad de una mal entendida política de vecindad - ha sido el pueblo tunecino el que, abriendo los ojos a todos, ha transformado en posible lo impensable hasta este enero de 2011. El velo ha caído y todos podemos vernos los ojos sin miedo.
El coraje y la felicidad son contagiosos: muchos nos sentimos profundamente felices en este despertar colectivo llevado adelante por jóvenes plantados en esta global sociedad de la información. Han sabido transformar el uso de la comunicación en arma civil, desafiando un miedo centenario. A golpe de móvil y de facebook han suplido las limitaciones de sus derechos fundamentales y han conseguido tejer una masa crítica ciudadana inaprehensible para los métodos clásicos de represión. Y lo han hecho para decir "basta!" y lanzar la palabra al aire. Vuelve la palabra: la palabra como acción, la palabra como protesta, como límite a la corrupción y a la impunidad.
Nuestra generación ha vivido en su juventud aquella difícil transición española, y más tarde el despertar de Polonia, la caída del muro de Berlín y el desplome cual dominó de unos sistemas comunistas esclerosados en la última década del siglo pasado. ¿No es justo decir que, sin saberlo, queríamos acabar de hacernos mayores viviendo el despertar a un sistema democrático y a la protección de los derechos fundamentales de la otra riba de nuestro mar mediterráneo? Un mediterráneo, viejo como nuestros pescadores en sus viejas barcas recién pintadas como diría Predrag Matvecevic, que tantos ciclos ha conocido, ávido ya en 2011 de esa única revolución pendiente. Y ha sido la revolución "aziziana" (de Bouazizi, el joven autoinmolado ), poéticamente llamada revolución de los jazmines, la que ha llegado desde bien adentro, de abajo a arriba, en un gran arco de todos los pueblos de estas latitudes. Por supuesto, a Europa le ha pillado por sorpresa, desprevenida, incrédula. Decía Martin Luther King :"No me preocupa el grito de los corruptos...lo que me preocupa es el silencio de los buenos...". Una vez más no ha llegado a la mínima altura, ni siquiera, de lo esperable.
Queda por añadir una reflexión no menor sobre dos signos comunes de esta revolución: de Túnez a Egipto, de Siria a Yemen se ha ido plantando un duro rechazo popular a la posible transmisión dinástica del poder de los autócratas gobernantes a sus hijos. Aún más, es algo poco conocido el hecho de que la autoinmolación posee una cierta tradición de resistencia en el mundo árabe como legitimación última de una convicción política ( el debate está abierto por Briggs, 2003, seguido por O.Grojean, 2009) aunque fuere considerada pecado en el propio islam. Conocido en la resistencia del pueblo kurdo, ha sido un fenómeno reiteradamente presente estos últimos tiempos a lo largo y ancho de esta empresa democrática. Ese dato debe hacernos reflexionar porque del agua de este gran sacrificio - en terrible manipulación demagógica - puede haber bebido tanto terrorismo suicida generador de dolor en los últimos tiempos.
Madurez, en fin, la de estas sociedades desde hace tantos años invisibles e ignoradas, tan pacientes ante una injusticia estructural que apisonaba sus vidas en silencio. Miedo atroz - equívocamente inculcado - a la justicia divina y a su arma en la tierra. Ahora llega la pascua árabe, el difícil y extraordinario momento de construir las reglas democráticas y el gobierno de transición de Túnez comienza como es esperable con muy buen pie : acaba de decidir hoy mismo la plena aplicación de los instrumentos internacionales contra la tortura por cuyo incumplimiento ha sido reiteradamente acusado, junto a otros protocolos en el ámbito de los derechos humanos- Recordando al joven Abbé Lacordaire a mitades del siglo XIX en una de sus homilías en la catedral de Notre-Dame de París - al final de su vida ocupó la silla de Tocqueville en la Académie Française -, hay que construir, con razón y emoción, las nuevas reglas, porque "...entre el pobre y el rico, entre el débil y el fuerte, la libertad oprime y la regla de Derecho es liberadora...".
Blanca Vila Costa es catedrática de Derecho Internacional Privado de la universidad Autónoma de Barcelona.
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