Sarkozy en apuros
Quedan dos años para las presidenciales de 2012, en las que Sarkozy se jugará la posibilidad de consolidar su huella en la historia francesa mediante un segundo y último mandato en el que termine de aplicar su ambicioso programa de reformas. No lo tendrá fácil, porque las conveniencias electorales le aconsejarán, por mucho que ahora haga como que no se da por enterado, que suavice tanto sus cambios más ásperos y dolorosos como su propia imagen hiperpresidencial y de hombre permanentemente apresurado e irritado. Ahora está en su punto más bajo de popularidad, pero cuenta con capitalizar la salida de la crisis económica, que en Francia ya ha empezado a dar los primeros síntomas. Aunque las cosas rueden mal para Sarkozy, faltará un ingrediente para que descarrile en 2012, y éste será que exista de verdad una alternativa, es decir, que los socialistas lleguen unidos y apiñados alrededor del candidato que surja de sus elecciones primarias, un sistema tan democrático como arriesgado a la hora de mantener las filas cerradas ante el enemigo.
Con la cita electoral para la presidencia de la República se cumplirán ya diez años sin que los socialistas toquen poder de verdad. Tienen tanto poder local y regional como se quiera y es probable que lo consoliden este domingo con la segunda vuelta. Cuentan con un inconveniente: es un poder muy limitado en sus competencias, que no tiene función alguna de contrapoder frente a París. Sirve, sobre todo, como feudo donde cultivar y preparar las ambiciones nacionales y para castigar, en las citas electorales, al poder en plaza en el Elíseo y en Matignon. Pero si no sirve para obtener mayorías en la Asamblea Nacional y para gobernar, termina convirtiéndose en un adorno.
La oportunidad que parece atisbarse en el horizonte para los socialistas franceses llega en un momento de especial desconcierto para todas las izquierdas europeas. A las rivalidades entre la multitud de personalidades de distinto calibre que aspiran a bregar por la presidencia se suma la cuestión de mayor enjundia que consiste en saber cómo debe ser un programa socialista para la segunda década del siglo XXI, capaz de movilizar a un electorado profundamente magnetizado por la antipolítica y el populismo.
Además de Ségolène Royal, la candidata derrotada por Sarkozy en 2007, y de Martine Aubry, la actual líder del PS, habrá que contar con las ambiciones presidenciales de Dominique Strauss-Kahn, el actual director gerente del FMI; del ex secretario general François Hollande; y del ex primer ministro Laurent Fabius, entre los más veteranos; y entre los más jóvenes, del diputado y alcalde de Evry, Manuel Valls o del ex ministro para Asuntos Europeos, Pierre Moscovici. Vamos a ver si entre todos ellos es posible obtener un buen programa de Gobierno o sólo se consigue la pelea de gallos y la división que a buen seguro se dedicará a fomentar Sarkozy desde esta semana misma.
Lo que nos aseguran los resultados de la primera vuelta de las elecciones regionales francesas, en todo caso, es que la reelección de Sarkozy no será un desfile militar como podían augurar anteriores citas electorales. El presidente de la República se sitúa en esta larga recta de dos años sin haber conseguido al menos tres de los propósitos tácticos imprescindibles para su reelección: no se ha zampado a la extrema derecha, a pesar de los guiños y cucamonas identitarias con que se ha prodigado; tampoco ha podido dividir y liquidar a la izquierda, a pesar de las malintencionadas aperturas y opas hostiles realizadas con personalidades socialistas; y tampoco ha conseguido convertir a su UMP es un partido nación en el que todo cupiera, derecha extrema e incluso una izquierda moderada. Todavía hay mucho partido por delante.
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