Maniobras de invierno
La diferencia más sustancial entre la legendaria nevada de 1962 que cayó sobre Cataluña, tan evocada estos días, y la de la pasada semana es que, en aquella ocasión, ni siquiera los hogares urbanos se acercaban al nivel de dependencia energética que tenemos hoy. En un piso del Ensanche barcelonés de 1962 la calefacción funcionaba con carbón. Suministraba también agua caliente, que en muchas casas también la proporcionaban las cocinas económicas alimentadas con hulla. Había pocos ascensores. Ninguna cancela eléctrica. Había velas e incluso lámparas de petróleo en todas las casas. Empezaban a entrar los primeros frigoríficos, pero lo normal eran las neveras de hielo y las fresqueras, unos armarios de tela metálica colgados en los patios interiores que mantenían en invierno la comida en buen estado. Con el recuerdo de la guerra civil y del racionamiento todavía vivo, en las despensas solía haber comida para unos cuantos días, papatas, legumbres y conservas caseras sobre todo. Nadie había ni siquiera imaginado los ordenadores personales o los teléfonos móviles recargables. Algún autor de novelas de ciencia ficción pudo barruntar quizás la casa domótica, sin soñar que, 50 años más tarde, ese tipo de hogar se convertiría en el cacharro más inservible durante la nevada del siglo XXI.
En las calles de Caldes de Malavella, localidad de la comarca de La Selva bloqueada por el apagón, alguien ha pegado un irónico y cívico panfleto que termina diciendo
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