El blog de Mariano José de Larra, 6
La pérdida de la confianza
La crisis actual es en gran parte producto de la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus dirigentes. No únicamente sus dirigentes políticos, elegidos en las urnas, sino sobre todo e incluso principalmente sus dirigentes no electos: empresarios, líderes de opinión, ejecutivos de las empresas y, sobre todo, los periodistas, identificados cada vez más con la élite y con la clase dirigente, incapaces de resguardar su imagen y de evitar la identificación con los poderosos. Los periodistas formamos parte de la elite del poder, a diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, cuando nuestra imagen era todo lo contrario y éramos los tábanos del poder.
Esta crisis, vista desde la prensa, se debe también a la pérdida de credibilidad, al caudal de confianza de los lectores perdido en estos últimos años sobre cuyas causas no voy a extenderme porque requeriría tanto espacio como el que ya he empleado ahora. De ahí que mi lectura profesional de este momento de tanta agitación conduzca a renovar los códigos de las mejores prácticas que se conocen en el oficio y que son los que lo han elevado a sus mejores momentos, al igual que su trasgresión y relajamiento es lo que le ha llevado, entre otras cosas, al estado actual de decaimiento y falta de orientación sobre su futuro.
Pero hay a la vez una cuestión factual, más constatación que explicación: la crisis del periodismo se produce en el mismo momento en que cae su valor tanto para las empresas como para los usuarios. Estos últimos porque consideran que es una mercancía gratuita a la que todos tienen derecho y aquéllos porque su tendencia natural a la hora de enfrentarse con la crisis es disminuir la inversión en contenidos.
En la etapa anterior, cuando la crisis de la prensa estaba camuflada bajo la potente actuación de los departamentos de marketing, las empresas ya habían empezado a perder su fe en el periodismo, pero todavía no se manifestaba con la actual virulencia. La pérdida de fe de las viejas empresas en los periodistas se ha renovado con las nuevas empresas tecnológicas, igualmente descreídas respecto a los periodistas y a sus dichosos contenidos. El sueño de la redacción sin periodistas se ha hecho ya realidad con los agregadores y buscadores que actúan como portales adaptados además a los gustos de cada uno de los lectores. La relación comercial y comunicativa se concibe nítida y con rentas maximizadas, sin mediaciones inútiles. Pero estos agregadores de noticias son de una calidad ínfima por el escaso nivel de comprobación de las noticias y por la ausencia de selecciones, jerarquizaciones y análisis.
Esta situación favorece directamente a las nuevas empresas tecnológicas que centran su valor en la atracción del mayor número de usuarios posibles actuando como buscadores y agregadores. Y lleva al exterminio de las empresas de medios tradicionales. La iniciativa en el sector de medios no está ahora en manos de estas viejas empresas en ningún país del mundo; son, por el contrario, las empresas tecnológicas, de origen absolutamente ajeno a los medios, las que cuentan con planes que inciden en la transformación del panorama mediático.
El modelo más perfecto y exitoso es Google, que se ha convertido en un monopolio tecnológico y publicitario cuyo crecimiento imparable actúa como depredador de los medios tradicionales en sus dos vertientes: les roba los contenidos y la publicidad y les obliga a someterse a su dictadura para participar en sus retornos publicitarios.
Las dificultades de los medios tradicionales para rentabilizar sus contenidos en Internet parecen insalvables: todavía no se sabe cómo podría organizarse un sistema de micropagos eficaces que financie el reporterismo de calidad. La creación de fundaciones o sociedades sin ánimo de lucro para que se hagan cargo de los periódicos es una de las teorías ahora en circulación, sobre todo en Estados Unidos. Pero esta salida plantea el peligro que ofrece todo periodismo subvencionado, como sucede con la eventualidad de que se quiera salir de la crisis con ayudas públicas.
Pero la alternativa es muy clara y se corresponde perfectamente a la salida de la crisis. Hay que dar valor de nuevo a los contenidos de calidad. Sin asignar un precio a los activos que definen nuestro negocio desaparece cualquier posibilidad de beneficio y de gratificación por los contenidos a sus creadores.
El público debe terminar pagando por las noticias, los reportajes y los artículos originales. Tiene explicación que la gratuidad abarque la información en bruto a disposición de todos. Pero el periodismo original, los análisis, la creación periodística y literaria en su más amplia acepción, deben encontrar una forma de financiación. Y hasta que no suceda seguirá la acción devastadora de la crisis.
Estamos ciertamente a un paso de un mundo sin nosotros (los periodistas). Empecemos a imaginarlo. Sin noticias ni reportajes. Todo publicidad y propaganda. Todo rumor e intoxicación. Próximo en cierta forma a lo que hemos sufrido los últimos ocho años con Bush y sus neocons, que inventaron las armas de destrucción masiva para atacar Irak, intentaron convencernos de que se puede torturar legalmente y creyeron que su imperio era tan fuerte como para inventar la realidad.
Recordemos un ya famoso principio de los tiempos de su hegemonía, los años de Bush, enunciado por uno de sus consejeros, probablemente Karl Rove, y recogido por el periodista Ron Suskind en su libro 'El precio de la lealtad': “Ahora somos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras vosotros estudiáis esa realidad, de forma racional, nosotros actuamos de nuevo creando otras realidades, que también podéis estudiar, y así es como son las cosas. Somos protagonistas de la historia, y vosotros, todos vosotros, os quedaréis ahí estudiando lo que nosotros hagamos”.
Afortunadamente esta experiencia ha terminado, y ha terminado mal para los ‘creadores de nuevas realidades’, que también hemos conocido en España. Los periodistas, a pesar de todo, nos hemos recuperado de este episodio y hemos podido salir del agujero negro neocon. Pero la experiencia debe servirnos para mantener la guardia alta ante lo que nos espera.
Los nuevos medios que tenemos ya en nuestras manos tienen muchas ventajas y atractivos: permiten una mayor transparencia, se acercan a la utopía de terminar con la división del trabajo entre emisores y receptores, permiten la intervención inmediata y de urgencia, rompen la jerarquía institucional, subvierten el orden establecido; pero a la vez facilitan la manipulación demagógica, la relación directa entre un jefe y la plebe, la mezcla de géneros, no distinguen entre lo real y lo imaginado, lo veraz y lo verosímil, y son emborronadores de la verdad porque arrancan del rumor del zoco y de la calle y con mucha frecuencia no son capaces de salir de ellos.
El bloguero francés Loic Le Meur tiene un lema en su blog muy claro, en la línea de twitter y facebook: los medios tradicionales mandan mensajes, los nuevos empiezan conversaciones. Si esto nos conduce a organizar un periodismo conversacional, hay que decir que se trata de un género o de una actividad todavía en mantillas, en la que está todo por hacer.
La conversación democrática, basada en un uso extensivo e intensivo de las nuevas tecnologías, ha sido también una de las ideas centrales en la victoria de Obama y en su concepto de la acción política, aunque hay que notar que se trata de un concepto ambiguo, con el atractivo de la democracia participativa y deliberativa, pero que puede derivar también fácilmente hacia una falsa conversación todavía más jerárquica entre el jefe y la masa.
(Este texto es la sexta entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el actual número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo “Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI”, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.