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No habrá cenas en mi casa

No es habitual que una personalidad pública como es la presidenta de una gran compañía comunique la suspensión de una cena en su casa a través de un periódico. Menos todavía que pida perdón a sus clientes por haber tenido la mala ocurrencia de convocar tal festejo. Esto sucedió ayer en Washington, donde los lectores del principal diario de la capital federal de Estados Unidos pudieron leer una carta a ellos dirigida y firmada por Katherine Weymouth, la presidenta ejecutiva y editora del propio Washington Post. La cena, convocada en su casa y ahora suspendida, debía reunir a miembros de la Administración del máximo nivel, a periodistas y ejecutivos del Washington Post y a los empresarios, particulares y lobbistas que accedieran a pagar la friolera de 25.000 dólares por una silla, y formaba parte de una serie de diez reuniones en la mesa de su comedor particular dedicadas a discutir sobre los principales temas de la actualidad política norteamericana, desde la reforma del sistema de salud hasta las nuevas políticas energéticas.

La carta a los lectores no deja margen de dudas: la iniciativa ha sido anulada porque permitía dudar de “la independencia e integridad” del periódico. La editora intentó en un primer momento echar las culpas al departamento de marketing, que es el que redactó y difundió el folleto que suscitó las alarmas de los colegas de otros periódicos. Apenas lo había esbozado, su gesto ya fue afeado por todo el establishment periodístico de Washington, donde la tradición del oficio obliga a propietarios y directores de periódicos, los publishers y los editors, a comerse cada uno su sapo sin rechistar cuando se mete la pata en vez de transferir esta responsabilidad a los escalones inferiores. Al final, la señora Weymouth, probablemente muy bien aconsejada por su propio tío, Donald Graham, que la antecedió brillantemente en su puesto y ahora ocupa el cargo de presidente no ejecutivo de la compañía, decidió cargar sobre sus propias espaldas el error, con palabras que no ofrecen dudas: “El folleto no fue el único problema. Nuestro error fue sugerir que organizaríamos y participaríamos en una cena off-the-record con periodistas e intermediarios del poder (power brokers) y además esponsorizada”.

“Como editora forma parte de mi trabajo asegurar que apoyamos los criterios que son más coherentes con nuestra integridad y la de nuestra organización”, dice la carta. Y añade: “la pasada semana yo les defraudé a ustedes y a la organización. El Washington Post se mantiene comprometido, ahora y siempre, a los más altos estándares de la integridad periodística. Nada es más importante para nosotros que esto, y nada hará cambiar este compromiso”. La señora Weymouth anuncia que buscará otros sistemas para compatibilizar estos códigos rigurosos de conducta exigibles a la prensa de referencia, con su proyecto de buscar ingresos para el periódico utilizando el prestigio de la cabecera. La iniciativa tiene que ver con las pérdidas que está registrando el diario, que se elevan a 19’5 millones de dólares en el primer trimestre de este año.

Weymouth estudió leyes en Harvard y dirección de empresas en Standford y no tiene experiencia periodística, al contrario de lo que suele ser habitual entre los cachorros de las principales familias editoras de diarios en Estados Unidos. Se ha subrayado que otros medios convocan reuniones del mismo tipo, con altos derechos de participación o esponsorización. En la mayor parte de los casos, se trata de reuniones abiertas como mínimo a la prensa. Nadie puede concluir que sus elevadas cuotas sean el pago a un acceso privilegiado y exclusivo a fuentes de la administración y a los periodistas que las cubren. Ninguna de ellas, de otra parte, utiliza el prestigio no ya del periódico sino de su propietario, como iba a hacer el gran diario washingtoniano bajo el pomposo nombre de ‘El Salón del Washington Post’, en abierta evocación al pasado glorioso de la familia propietaria.

Cenar en casa de Weymouth prometía convertirse en una experiencia tan fructífera como lo fueron en los años 70 y 80 las cenas con el ‘todo Washington’ organizadas por la abuela de la actual ejecutiva del Washington Post, Katherine Graham. Dicha señora ya fallecida, que no estudió derecho ni empresa en las mejores universidades, cuenta entre sus méritos indiscutibles una hazaña diametralmente opuesta a la planeada ahora por su nieta como fue dar todo el apoyo a la redacción de su periódico en la publicación de los Papeles del Pentágono, sobre la presencia americanan en Vietnam, a pesar de su calsificación como 'top secret', en 1971, y la investigación del Caso Watergate, que condujo a la caída de Nixon en 1974. No hay lugar a dudas que en el comedor de la abuela Graham coincidieron también políticos, periodistas del Post y lobbistas, pero nunca como fuente de negocio de su compañía ni con el objetivo de organizar un discreto tráfico de influencias. Menos todavía para influenciar en la línea de su periódico, de la que fue su garante durante los años en que estuvo al frente, con evidentes muestras de enorme valentía como editora.

El periódico washingtoniano que tiró de la señal de alarma ha sido Politico, fundado por antiguos periodistas del Post. Se trata de una publicación gratuita, que se distribuye en Washington y tiene una estupenda edición digital. Su especialidad, significada en su propio nombre, le lleva a competir con gran pericia con la gran prensa de referencia y especialmente el Post. Pero la información más ácida la ha dado el Times de Nueva York, que rivaliza con el Post de Washington en profesionalidad y rigor periodísticos. Su sarcasmo no podía ser más cruel: sabíamos que los redactores del WP no se compraban, ahora vemos que se alquilan. 

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Todo esto no es una simple historia washingtoniana, de esas que apasionan a los periodistas y a los políticos más americanizados. En absoluto. Es una historia aleccionadora sobre lo que está ocurriendo con el periodismo, protagonista de primera línea de esta crisis descomunal que estamos atravesando y en crisis él mismo como oficio y como negocio. Hay que ir con cuidado a la hora de buscar nuevas fuentes de ingresos. No se puede hacer cualquier cosa con una cabecera de tanto valor como el Washington Post. Lo que da sentido tanto al periodismo como al negocio, en la medida en que todavía existe y en la medida en que hay que intentar que siga existiendo, son las reglas más exigentes que lo han hecho grande en cuanto a profesionalidad y a calidad. Pocas bromas. O recordando al viejo Ors y su frase enigmática: los experimentos, con gaseosa.

(Enlaces; con la carta de la señora Weymouth a los lectores, con Politico, con New York Times)

Comentarios

Excelente nota del hacer periodístico. Indudable que quienes diseñaron y programaron esta actividad para la editora del Washintong Post tuvieron corta su visión sobre los efectos que causaría, lo cual tampoco excluye su responsabilidad a la señora Weymouth. Claro, la calificada opinión de medios impresos de probada solvencia en Estados Unidos demuestra el elevado perfil ético que inspira su ejercicio. Me pregunto ¿Cuando en Latinoamérica podremos disfrutar de esta forma de conducir el hacer periodístico? Le felicito señor Lluis Bassets por recrearnos con estos comentarios. Omar Ocariz, Rubio, Táchira, Venezuela
El mundo de la noticia ha dado un vuelco con la llegada de internet. Vender una noticia ya no es rentable, cuando se tiene al alcance de la mano la gratuidad universal. Periódicos que se compran porque te regalan, o casi, esto y lo otro, tan molón, que desde luego te interesa mucho más que lo que puedan regalarte, o casi, los otros periódicos del mercado. Con la cortapisa que el marketing tampoco los salva. Si hay que dejar que la prensa en formato papel se muera, mejor que lo haga con dignidad y no sobreañadiéndole cargas farragosas, la cesta de la compra, la entrada del partido de la temporada, una cena vip. Porque el mensaje de fondo, no parece ser otro que el canto del cisne para una forma de vivir escribiendo de lo que hay y pasa en el planeta, ¿no?

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