Noticias perdidas entre recortes
Vladimir Putin llamó a George W. Bush el 10 de septiembre de 2001, 24 horas antes de los atentados de Nueva York y Washington, y le advirtió que Al Qaeda estaba preparando algo muy gordo. El presidente iraní Mahmud Ahmadinejad no tan sólo no participó en el asalto de la embajada norteamericana en Teherán en 1979 sino que no quiso mezclarse con aquella acción tan determinante para las relaciones con Estados Unidos. Personajes destacados de la derecha francesa consiguieron retrasar durante dos años la liberación de tres rehenes (Jean-Paul Kauffmann, Marcel Carton y Marcel Fontaine) en Líbano por parte de la guerrilla chiita Hezbolá con el objetivo de apuntarse el tanto de cara a las elecciones presidenciales de 1988 en las que Jacques Chirac se enfrentó y perdió ante François Mitterrand. Tres noticias de distinta procedencia e incierta confirmación que tengo subrayadas en mi carpeta de recortes para comentar en el blog. La primera tiene al propio Putin como fuente; la segunda a dos guardianes de la revolución que participaron en el asalto a la embajada; y la tercera al jeque Subhi al Tufeyli, que fue el primer secretario general de Hezbolá.
Con mucha frecuencia me sucede en este tiempo extraño de máxima conectividad y comunicación: de pronto, no hay forma de seguir un hilo sin dedicarle muchas más horas de las que uno dispone habitualmente. Las tres noticias que me llamaron la atención, todas ellas referidas a hechos de fecha ya lejana, las recogió la reseña que hizo The Economist de una serie de televisión titulada ‘Irán and the West’, firmada por una acreditada productora como Norma Percy, y consistente en tres episodios de una hora cada uno sobre los antecedentes y la actualidad de la pugna entre Teherán y Occidente respecto al desarrollo de la industria nuclear iraní. La serie, que se ha pasado en tres semanas desde el 7 de febrero hasta el 21, no es accesible en Internet desde fuera del Reino Unido y cabe esperar que se pueda ver en algún otro canal o termine siendo de libre acceso en la red.
Señalar, en todo caso, que las tres noticias permiten intuir que dentro de estas tres horas, muy bien calificadas por la crítica, puede haber todavía más noticias y detalles interesantes. Y en segundo lugar, que con frecuencia excesiva nos quedamos en la apariencia de las supuestas noticias frescas, que se deshinchan en cuestión de días sino de horas, y se nos pasan esas otras noticias, mucho más de fondo, que engarzan y determinan la marcha de la época. Es revelador y sintomático que puedan aparecer en un reportaje de televisión y que luego permanezcan sumergidas en el montón de los recortes de la actualidad, cuando muchas de ellas son cabos sueltos que piden a gritos la atención de los reporteros que puedan sacarles todo el jugo. No es la superabundancia lo que nos ahoga sino la falta de criterio y de agudeza visual a la hora de poner un poco de orden periodístico en el caos de la actualidad.
Aquel Putin que llamó a Bush nada tiene que ver con el que lo ha despedido: al primero le miraba a los ojos y lo encontraba sincero y honesto, mientras que el segundo es el de un proyecto esbozado de nueva guerra fría. Que Ahmadinejad, el otro diablo del Eje del Mal, tuviera una actitud moderada en 1979 en nada convenía a la administración republicana y constituye en cambio una buena carta de presentación para la actual demócrata. De la derecha francesa ya se sabía que se podían esperar muchas cosas (de la izquierda también, por supuesto): recuerdo perfectamente cómo en aquellos años de feroz cohabitación entre el presidente socialista y el primer ministro conservador los nombres de los rehenes del Líbano eran citados diariamente en los telediarios en recuerdo a la incapacidad de la República para liberarlos. Charles Pascua, uno de los principales maestros políticos de Nicolas Sarkozy, fue quien lo consiguió entre las dos vueltas de la elección presidencial, el 5 de mayo de 1988.
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