¿Bombardear Irán?
Los 400 millones de dólares destinados por Washington a operaciones secretas en Irán han ocupado los titulares, pero la información que contiene este dato merece algo más de atención porque nos proporciona la idea de que hay movimientos y contradicciones muy serias en torno a la posibilidad de un ataque a Irán antes de que termine la presidencia de George W. Bush. El texto que ha merecido resúmenes y noticias es uno de los clásicos reportajes de Seymour Hersh, el veterano periodista norteamericano que tiene en su haber dos de los mayores scoops del siglo XX (la matanza de My Lai en Vietnam y las torturas de Abu Gharib, hechos de los que se ha derivado la quiebra del prestigio norteamericano en las dos guerras, la que se libraba hace 40 años y la que todavía se libra ahora). El reportaje, lleno de datos, citas directas e indirectas, conversaciones con sus numerosas fuentes y conjeturas, aparece bajo la rúbrica ya clásica de ‘Anales de la seguridad nacional’ y en él se cuenta, en efecto, la orden presidencial avalada por un pequeño grupo de parlamentarios, llamado el Gang de los Ocho, formado por los líderes de los dos grupos y los miembros más destacados de las comisiones de inteligencia.
Se deduce de todo ello, en efecto, el título del reportaje: ‘preparando el campo de batalla’, preparación que consiste en la recolección de información sobre el programa nuclear y la financiación de las actividades de las minorías, grupos de oposición y disidentes. Estas actividades se conocen poco después de las noticias sobre unas maniobras aéreas celebradas por las fuerzas armadas israelíes sobre el Mediterráneo abiertamente destinadas a poner a prueba la capacidad para efectuar ataques sobre un territorio como el iraní. Y unos meses más tarde que otras noticias sobre el ataque israelí a unas instalaciones sirias en las que presumiblemente se estaba trabajando en un proyecto nuclear con tecnología facilitada por Corea del Norte.
El rompecabezas está en plena recomposición, de eso no hay lugar a dudas. Israel se halla en pleno despliegue de su capacidad diplomática en tres direcciones: Siria, Líbano y la Gaza de Hamas. Dando con todo ello la espalda a los planes de Bush que había previsto en la conferencia de Anápolis que se avanzara lentamente pero sin pausa de la mano de Abú Abbas. Bush quiso excluir a Hamas y dar protagonismo a la Autoridad Palestina, todo lo contrario de lo que está emprendiendo ahora Olmert.
Donde puede haber más sintonía, en cambio, es en la amenaza permanente sobre Irán, aunque el premier israelí no puede dejar de conectarla con la intensificación de la diplomacia de cara a intentar primero el aislamiento y la reconstrucción de una alianza antiiraní en la región. Pero ahí es donde Hersh, y no sólo Hersh, también un escritor y periodista especializado en espionaje como Thomas Powers, nos indican la creciente contradicción entre la Casa Blanca y el Pentágono a propósito del ataque a Irán. Vale la pena reproducir la frase que Hersh atribuye a Robert Gates, el secretario de Defensa, sobre las consecuencias de un ataque a Irán: “Crearemos generaciones de yihadistas y nuestros nietos tendrán que combatir con el enemigo aquí en América”.
Durante mucho tiempo se ha venido temiendo que los últimos meses de la presidencia de Bush pudieran procurar algún percance bélico como un ataque a Irán. No hay absolutamente nada que lo aconseje. Estados Unidos está ya metido en dos guerras. Irán es mucho Irán: en extensión, población, capacidad militar, influencia ideológica en al región y en el mundo islámico. Sólo faltaría ahora una circunstancia como ésta para que la economía mundial entrara en barrena como resultado de unos precios del petróleo todavía más inflamados.
Tampoco lo quiere la opinión pública norteamericana. No seguirían los aliados. Ni siquiera sus militares lo aconsejan: el almirante Fallon, al frente del entero comando que se ocupa de la región, dimitió precisamente por su desacuerdo respecto a este asunto. Powers asegura que además de Gates tampoco el jefe de la junta de estado mayor, Michael Mullen, es partidario del ataque. Ni siquiera hay seguridad suficiente de que un ataque pudiera conseguir los objetivos que se propone de retrasar el programa nuclear, mientras que parece mucho más probable que provocara un conflicto regional que, como mínimo, podría poner en peligro el tráfico marítimo en el estrecho de Ormuz.
Todo esto no trivializa el peligro iraní, sino que pone en duda la estrategia para enfrentarlo, que en Estados Unidos y en Israel parece conducir en un momento u otro a poner sobre la mesa la eventualidad del ataque militar. Los dos especialistas que he citado nos recuerdan que los candidatos presidenciales, incluyendo a Obama, no quieren excluir esta eventualidad extrema a la hora de abordar la cuestión de Irán, aunque haya propugnado las conversaciones directas con el régimen iraní. Hillary no tuvo rebozo en hablar de hacer desaparecer el país en caso de un ataque a Israel.
Lo que no hay duda es que lo que queda de la caravana neocon instalada en la Casa Blanca en los últimos siete años desea fervientemente el ataque a Irán. Lo desea el vicepresidente Dick Cheney, cuyos silencios no equivalen a ausencias ni a rendición en su influencia. Hersh insinúa también a través del testimonio de un congresista demócrata que la inercia de los servicios secretos puede estar también en el origen de todas estas turbulencias. “Tomará un año todavía antes de que podamos tener la inteligencia bajo control”, asegura, pensando en una presidencia demócrata.
Contrasta todo este análisis con el último Nacional Inteligencia Estimate o evaluación que realizan las 16 agencias de espionaje e información norteamericanas, que versaba sobre el peligro nuclear iraní y concluía que Teherán ha parado su programa desde 2003. Las divergencias, vistas así, quizás se producen entre los jefes de las agencias, que no quieren el ataque, y las bases que siguen trabajando con la consigna neocon de seguir bregando contra el mayor de los tres miembros de aquel Eje del Mal que declaró Bush en 2002 después de los atentados del 11 S.
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