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Un corrector de estilo

Sarkozy tiene a su lado a un asesor especialmente interesante: Henri Guaino, el autor de esos discursos solemnes y henchidos de fervor patriótico que el presidente pronunciaba en su campaña electoral y que ahora también desgrana de vez en cuando con aires de estar haciendo historia mayúscula. En ellos hay citas abundantes de escritores y pensadores franceses, de poetas y políticos, de dirigentes de la izquierda y de la derecha, y hay mucha mitología patriótica de por medio. Guaino es todo un ideólogo, al que se deben también grandes propuestas, u ocurrencias, como la Unión Mediterránea. Si establecemos una regla de tres a partir de esta columna necrológica de MVM, concluiremos que el presidente Pompidou fue el Guaino de De Gaulle.

Del alfiler al elefante

Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

Según cuenta la leyenda gaullista, Pompidou entró en el Estado Mayor del general De Gaulle en calidad de corrector de estilo. Conocedor de la sintaxis griega y latina, estaba, pues, en posesión de los mejores recursos para mejorar la ya de por sí excelente prosa del general. Una vez en el Estado Mayor, Pompidou debió sufrir una crisis de dedicación profesional, porque, tras la retirada política del general en 1946, el joven ex corrector de estilo se hizo técnico banquero, al servicio nada menos que de los Rotschild. Desde este puesto fue requerido en 1958 por el general para que sondeara el talante de los grandes financieros franceses ante la crisis de la IV República y la posibilidad de instaurar un bonapartismo. Pompidou, como siempre, supo dar a De Gaulle la respuesta que el general necesitaba. Se dio un perfecto golpe de Estado cargado de oratoria clásica democrática, toque de estilo a buen seguro aportado por Pompidou.

Hombre sin partido político declarado, tomó partido decidido por el gran capital francés (Rotschild, Dassault, Boussac, etcétera) y puso los acentos justos y prácticos a la filosofía de la grandeur. Convirtió esa filosofía en pedidos del Estado que desarrollaron poderosos complejos industriales aeronáuticos y químicos a la sombra de la force de frappe. Las caricaturas francesas de los años sesenta solía recrearse en la composición de un De Gaulle, Quijote revivido, y un Sancho Panza —Pompidou—, traducción exacta del papel que uno y otro asumían en el tándem que dirigía la experiencia autoritaria de la V República. De Gaulle hablaba y programaba. Pompidou hacía. Cuando el poder carismático del general decreció, las fuerzas económicas y sociales que aguantaban el gaullismo se enteraron mucho antes que el mismísimo general. Fueron ellas las que prefabricaron el delfinado de Pompidou y recomendaron que empezara a marcar distancias estilísticas con respecto a su patrón. De Gaulle empezaba a quemarse y era preciso un delfín completo. Cuando De Gaulle ardió en la hoguera del mayo francés, no había opción posible: o la V República o la VI, con lo que significaría el retorno a las normas constitucionales antipaternalistas de la IV República y la plena responsabilidad del Parlamento.

Pompidou heredó el poder del general, corregido y hasta diríase que aumentado. Porque De Gaulle siempre estuvo tan seguro de sí mismo que jamás vaciló en rodearse de gentes con personalidad propia. Pompidou no tenía tamaña confianza histórica y siempre temió que alguien creciera a su sombra. Era un político joven, con 15 años de posible presidencia por delante, y su labor ha consistido tanto en administrar los debilitados negocios gaullistas como en tratar de situarse por encima de las dentelladas de sus propios cachorros. La elección de Messmer, uno de los políticos más irrelevantes que en el mundo han sido, sólo se explica como confirmación de la crisis interna del gaullismo y como confirmación de las iras personales de Pompidou contra tanto aspirante a delfín que últimamente había salido.

Consciente de que era la última posibilidad de supervivencia de la V República y de todo lo que ocultaba y significaba, Pompidou resistió hasta su dramático y doloroso final. Compartía con casi todos los franceses la desconfianza hacia el futuro. Sólo así se explica que, a su nivel de enfermedad y deterioro político, mantuviera a Messmer en el último reajuste gubernamental. Ahora Francia amanece con Poher en la presidencia, Messmer en el Gobierno, media docena de cachorros tomando posiciones y una oposición compacta dispuesta al ajuste de cuentas de las elecciones de mayo próximo. La V República se ha quedado sin su corrector de estilo. Ahora... ¿Chaban-Delmas? ¿Giscard d’Estaing? ¿Faure? ¿Lecanuet? Poco más allá. Son muchos, muchísimos, los que temen o esperan que si las elecciones de mayo dan el triunfo a Mitterrand y los suyos, el general Massu, dé o no la talla de De Gaulle, será llamado a salvar a la patria. Salvarla, ¿de qué? De la crisis del gaullismo.

03 de abril de 1974. Tele/eXpres

A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)

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