Del sexo de los políticos y sus sorpresas
Se titula Sexus politicus. No es el primer ni el último libro que repasa la vida sexual de la clase política francesa, pero lo que sí es cierto es que se ha convertido en un éxito de ventas. Es obvio que si interesa no es porque la ciudadanía quiera saber con quién y cómo se acuesta el presidente de la República, el primer ministro o el titular de la cartera de Educación, sino porque esos personajes públicos acostumbran a hacer ostentación de una vida privada modelo que raramente coincide con la realidad.
Por ejemplo, Jacques Chirac lleva más de 40 años casado con Bernadette, pero no siempre se acuesta con ella. Algunas de sus conquistas han acabado por convertirse en ministras —Margie Soudre es una de ellas—, mientras que otras han seguido trabajando como periodistas. Es el caso de una reportera de Le Figaro que, durante la década de los setenta, hizo perder la cabeza al hoy presidente y entonces primer ministro. Su entorno evitó el drama —el divorcio, unas segundas nupcias— para proteger la carrera de Chirac. Los servicios secretos intervinieron incluso para recuperar las encendidas cartas de amor que Chirac le había escrito a su dama. En esa época, Bernadette acostumbraba a llamar a los servicios de seguridad y siempre pronunciaba la misma frase: "¿Saben dónde está mi esposo esta noche?".
Los servicios secretos también provocaron un accidente para poner fin a un ligue de Valéry Giscard d'Estaing. Cuando en septiembre de 1974 el presidente volvía, a altas horas de la madrugada, de uno de sus encuentros galantes, un camión cargado de leche arremetió contra el coche de Giscard. De pronto todo el mundo supo que el hombre no estaba en la cama a las cinco de la madrugada. A partir de ese instante, todos le llamaron Valéry la Nuit.
De Mitterrand se ha contado casi todo, no en vano todo el mundo sabía que él sólo dormía en su domicilio y con Danielle un día a la semana, el domingo. El resto de las noches las pasaba con Anne Pingeot, la mamá de Mazarine. Y el problema está ahí, que la existencia de Mazarine sí era algo oculto y se convirtió en secreto de Estado cuando Tonton, en 1981, se convirtió en presidente por 14 años. Mitterrand tenía fama de castigador. En 1991, cuando eligió a Edith Cresson como la primera mujer de Francia al frente del Gobierno, en la Asamblea Nacional la oposición bautizó a madame Cresson como La Pompadour, en recuerdo de la favorita de Luis XIV. En vano, Cresson asegura que "puede que sea la favorita, pero sólo favorita de los electores". La verdad es que los amores habían empezado en 1965, y en 1991 ya sólo eran un recuerdo reemplazado por una gran amistad.
De Mitterrand, como de Giscard o Chirac, se sabe de su querencia por las actrices de cine. Una foto inolvidable muestra a Mitterrand mirándole el trasero a Brigitte Bardot, pero también se recuerdan sus visitas a la cantante Dalida o su admiración por Juliette Binoche. Giscard también tenía una fijación con BB al tiempo que ligaba con Mireille Darc, mientras que Chirac prefería otras iniciales, CC, las de Claudia Cardinale.
Dominique de Villepin, el actual primer ministro, es hombre de cabellera al viento y verbo apasionado. Los rumores le prestan unos amores no menos intensos con la ex candidata presidencial colombiana —hoy secuestrada por las FARC— Ingrid Betancourt, de la que fue profesor en ciencias políticas. Eso explicaría los esfuerzos diplomáticos de Francia por contribuir a su liberación, enviando incluso un avión clandestino a territorio brasileño. A la esposa de De Villepin, Marie-Laure, le adjudican un genio considerable, y varios testigos dicen haberla visto abofetear a una mujer que prestaba demasiada atención a su marido. El rumor no es de fiar, pues ese enfrentamiento se produjo, según unos, durante una recepción en el Sporting Club; según otros, ante un gimnasio, y unos terceros lo sitúan a la puerta de una farmacia.
Sexus politicus, de Christophe Deloire y Christophe Dubois, recuerda también que François Léotard, cuando era ministro liberal, veía cómo su consejero le decía: "François, cierra la bragueta y abre los dossiers", cuando llegaba apresurado al Consejo de Ministros. Pero, conquistadores o no, los políticos franceses actuales ya no son como Felix Faure, el hombre que convirtió al escritor ruso Andréi Makine a la francofilia: "Imaginar a Bréznev haciendo el amor con una mujer era imposible. En Francia, en cambio, el primer ministro moría en compañía de su amante en pleno espasmo erótico. ¡Me pareció un gran país!".
Georges Clemenceau, rival político de Faure, le compuso un epitafio cruel: "Se creía César y ha muerto en Pompeyo". En su día, los franceses, cuando hablaban del Frente Popular, se referían tanto a la coalición de izquierda en el Gobierno como a las tres mujeres y tres familias que mantenía el primer ministro socialista, Léon Blum. El gaullista Edgar Faure, eterno ministro, aseguraba que "mientras fui ministro hubo alguna que se me resistió, pero como presidente del Consejo, ninguna".
Poco después de la muerte de su esposa, unos amigos le vieron entrar en un hotel acompañado de una mujer poco agraciada. "Es que estoy de luto", dijo a guisa de explicación. Ese tipo de humor, desenfadadamente machista, hoy no es posible. Vanagloriarse de las conquistas no mejora la imagen del político. Chirac, por razones de longevidad y de simpatía, tiene una especie de bula especial; pero los demás, de Roland Dumas a Michel Rocard, pasando por el secretario general del Partido Socialista, François Hollande, al que le atribuyen un infundado romance con Anne Hidalgo, procuran no aparecer como donjuanes. De Ségolène Royal consta que no bromea con aquellas que coquetean con su esposo y que tiene a éste bajo control telefónico estricto. Hollande, que no es muy agraciado, es un tipo muy simpático y gran conversador, y su capacidad para hacer reír a sus compañeras hace que Ségolène no le pierda de vista.
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