Exigir exámenes de integración a los inmigrantes es retrógrado
La ciudadanía, que se puede comprar y vender, se ha convertido en un instrumento de dominio y opresión. Lo dice la ensayista de origen albanés Lea Ypi, la autora de ‘Libre’, en su nuevo libro, del que ‘Ideas’ adelanta un extracto

1. La ciudadanía como mercancía
La principal limitación de los análisis más recientes de la ciudadanía y la migración, incluidos los liberales y los de izquierdas, es que suelen abordar el acceso a la ciudadanía como una cuestión de derechos individuales. La ciudadanía se concibe como un título que se hereda por haber nacido en un determinado país o que debe obtenerse (ya sea por medios financieros o demostrando ciertas competencias cívicas). Esta concepción teórica es aceptada sin tener en cuenta que el análisis de la ciudadanía entendida como un derecho individual menoscaba la posibilidad de un enfoque distinto, dinámico y más centrado en el proceso. Transformar la ciudadanía en un bien estático y reducirla a un título individual despoja de fuerza crítica la acción política orientada a la construcción de un camino compartido para una alternativa democrática.
2. La ciudadanía en el Estado capitalista es exclusiva y excluyente
Las dimensiones excluyentes de la ciudadanía quedan de manifiesto si contemplamos las modalidades con las que esta se extiende a posibles nuevos miembros. Una de dichas modalidades consiste en la capacidad de comprar la ciudadanía (o un permiso de residencia por la vía rápida) por parte de quienes demuestran poseer medios y habilidad para contribuir productivamente a la comunidad anfitriona. En general, se trata de inversores financieros, de personas interesadas en adquirir bienes inmuebles o de todo aquel que esté dispuesto a abonar una suma muy alta a cambio de la emisión de un pasaporte a su nombre o de un permiso de residencia que le dé derecho a beneficios muy distintos de los que se conceden a quienes no disponen de los mismos medios financieros. Otra modalidad consiste en un examen de competencia lingüística y de integración cultural que valide el dominio de unos requisitos básicos que, en todo caso, cada vez están más difundidos en el mundo. Accesibles tan solo para quienes acreditan una residencia de larga duración, estos exámenes tienen por objeto verificar que las personas que residen en cierto territorio merecen convertirse en ciudadanos de este, siempre que demuestren su familiaridad con las normas lingüísticas y sociales dominantes en la comunidad anfitriona.
3. Las políticas de ciudadanía refuerzan hoy el carácter de clase del Estado
Afirmar que el Estado tiene hoy un carácter de clase equivale a decir que la capacidad del Estado de actuar como plataforma política que equilibra y modera los conflictos entre grupos sociales de manera justa, por ejemplo a través de medios democráticos, se ha erosionado progresivamente. El Estado se convierte, más bien, en un agente al servicio de los intereses de las élites con poder (sea político o económico), que pueden aprovecharse de las políticas vinculadas a la residencia o a la ciudadanía para premiar a los integrantes de los grupos con más dinero y poder o para frenar y castigar a los grupos más vulnerables.
4. Ya no vivimos en democracias, sino en oligarquías
Cuando es comprada y vendida, en vez de ser concebida como un vehículo de emancipación política, la ciudadanía se convierte en un instrumento de dominio y opresión. La democracia, como ideal que profesa que todos tenemos un papel en el gobernar y en el ser gobernados, se transforma paulatinamente en una forma de oligarquía por medio de la cual una minoría rica controla el poder político, adueñándose de los medios para conquistarlo y ejercerlo.
5. El mercado controla el Estado, no al revés
En lugar de ser el instrumento con el que se mitigan los excesos de los mercados y se reivindica la prioridad del proceso decisorio democrático, la ciudadanía, si se compra y se vende, se transforma en una mercancía como cualquier otra. El Estado, en lugar de contribuir a domeñar el poder capitalista del mercado, se arrodilla ante él.
6. Antaño la ciudadanía tenía como requisito la propiedad (y el dinero). Sigue siendo así
Otra modalidad de acceso a la ciudadanía consiste en someter a los candidatos a adquirirla a exámenes que verifiquen una competencia suficiente en la lengua de la comunidad anfitriona y unos conocimientos suficientes de sus normas políticas básicas. En muchos países estos exámenes son de pago (de hecho, una de las concesiones que hizo el gobierno británico tras el escándalo Windrush, que en 2018 reveló las deportaciones y el trato injusto a los que habían sido sometidos numerosos ciudadanos británicos de origen caribeño, muchos de los cuales habían llegado legalmente al país entre 1948 y 1971, fue eliminar la tasa para los migrantes de la generación Windrush). Vincular la obtención de la ciudadanía a la adquisición de bienes nos remite a los tiempos en los que los requisitos de propiedad determinaban quién tenía derecho al sufragio.
7. La explotación del trabajo es alimentada por una concepción etnocultural de la ciudadanía que, a su vez, niega a los trabajadores inmigrantes la representación política
Los exámenes de competencia lingüística y cívica para el acceso a la ciudadanía fusionan el concepto progresista y cívico de una comunidad política con su reverso etnocultural, reduciendo el ideal universal e inclusivo a un ideal particularista y excluyente. Si no se aprueba el examen de integración cívica, no se obtiene la ciudadanía y, con ella, los derechos políticos que le son propios. Esto recuerda a los tiempos en los que a aquellos que solo hablaban dialectos, o no sabían leer ni escribir en la lengua nacional, no se les concedía ni voz ni participación en las decisiones políticas. Los exámenes de ciudadanía, al incluir estos elementos lingüísticos y cívicos, sustituyen un ideal con vistas al futuro y transformativo de la comunidad política y democrática por otro retrógrado y conservador.
8. La ciudadanía en el Estado capitalista consolida la marginación estructural
En el pasado, las luchas por la ciudadanía y la ampliación del derecho al sufragio se integraban en el combate por la progresiva inclusión de distintos grupos antaño marginados y privados de derechos: los pobres, los trabajadores, las mujeres, los habitantes de las colonias... Por el contrario, las políticas actuales de ciudadanía reifican dichas exclusiones y consolidan las divisiones por razón de clase, de género y de etnia en las que aquellas hunden sus raíces. La ciudadanía refuerza la división entre quienes son considerados merecedores de pertenecer a la comunidad política y sus integrantes de segunda categoría, que no logran demostrar que cumplen con los criterios considerados esenciales para dicho título. La ciudadanía, entendida de esta forma, en lugar de ser un instrumento para amparar a los miembros más vulnerables de la comunidad política, agrava y reproduce su marginación.
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