_
_
_
_
LA CASA DE ENFRENTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Prohibir el móvil a los padres

Los hijos pueden exponerse y explotarse (literal y comercialmente) en internet sin ningún juicio social ni freno institucional

Telefonos moviles
Una mujer fotografía a su hija en la playa.Oscar Wong (GETTY IMAGES)
Nuria Labari

En este mundo tan adultocentrista se habla mucho de prohibir el uso del móvil a los menores de 16 años. A veces basta con ser madre o padre una o dos veces para defender furiosamente una edad ideal de prohibición para toda una generación. Sin embargo, el uso que los padres hacen de la identidad y la imagen de sus hijos en sus redes sociales rara vez es censurado. Los hijos pueden exponerse y explotarse (literal y comercialmente) en internet sin ningún juicio social ni freno institucional. Hasta ahora. Porque los primeros hijos de las redes empiezan a tener voz y edad para denunciar a sus mayores. Es posible que pronto estos hijos se organicen para exigir la prohibición del smartphone para padres y madres. Y con razón.

“A veces no sabía dónde estaba la separación entre lo real y lo seleccionado para las redes sociales. Ser una niña influencer convirtió la relación con mi madre en una relación más de empleador-empleado”, confiesa Vanesa (nombre ficticio), hija de una familia influencer que relata el abuso al que la sometieron sus padres en un reportaje de la revista Cosmopolitan. Ella fue explotada en 2010, en el primer boom influencer. Pero, 14 años después, las cuentas de estilo de vida, modelos de familia, ocio, baile, deportes o cultura donde se exhiben menores siguen facturando con impunidad. Las marcas pagan, las madres y padres cobran y el menor mete horas.

Claro que el sharenting, anglicismo que define la exposición en internet de aspectos privados de la vida de un menor, no es un abuso exclusivo de influencers. De hecho, la mayoría de los padres y madres que parimos a nuestros hijos después de Facebook hemos compartido asuntos esenciales de su vida e intimidad en internet. Fotos de cumpleaños, trabajos del cole, un pie, su lugar de residencia, la primera ecografía, el libro que leen, sus rostros, sus cuerpos… La intención no era mala y el desconocimiento grande. Lo curioso es que muchos de esos padres exigen ahora la prohibición del móvil para sus hijos y responsabilizan a “la tecnología” de todos los males. No se reclama diálogo ni aprendizaje intergeneracional, no se exige educación digital ni pensamiento crítico. No se reivindican espacios de encuentro y coeducación. En vez de eso, los padres se organizan en grupos de WhatsApp para quejarse del móvil.

En el fondo, el asunto de los móviles y la brecha generacional es tan viejo como la relación entre la libertad y la responsabilidad. La tecnología nos ha dado una libertad tan importante como la que nos brindaron los sistemas democráticos. El problema es que el concepto de libertad se ha ido desligando política, social e íntimamente del concepto de responsabilidad. Y la tecnología es, sin duda, la cima de este divorcio. Porque cada individuo tiene todo el poder en su mano y, al mismo tiempo, no siente la obligación de ser responsable con él. Al contrario, la responsabilidad se exige exclusivamente a los demás. En política y ahora también en las familias. Así que millones de padres y madres que somos o hemos sido irresponsables con el uso del móvil venimos a exigir responsabilidad a nuestros hijos. Movimiento que durará hasta que empiecen a quejarse ellos de nosotros. Yo no lo veo. De momento, como medida de reflexión, apagaré el mío por vacaciones.

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_