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Corramos. Aunque ya no sea necesario para conseguir la cena

Correr es algo innato. El biólogo Bernd Heinrich decía que el hombre salvaje lo hacía para dar caza a sus presas. Por eso nos seguimos calzando las zapatillas

Correr
German Silva, corredor de larga distancia retirado, corre por un camino de tierra en Tlaxcala, México, el 18 de enero de 2021.Luis Antonio Rojas (The Washington Post/ Getty Images)

Amo estar solo en el bosque, subiendo una montaña, corriendo senderos junto a un acantilado. Vivimos solos, viejo corredor. Tú ya lo sabes.

Si escuchas al cuerpo, sabrás cuándo y cuánto puedes forzarlo. Corredor anciano, a tu edad ya deberías estar enterado, escuchar tus pulsiones, tus latidos, tus dolores. (…)

Una de mis maneras predilectas de correr es hacerlo sin rumbo, sin prisas. Trotar tres o cuatro horas, con una pequeña mochila, queso, frutos secos, cuaderno, lápices. Detenerme bajo una sombra. Comer, beber, mirar, dibujar. Seguir corriendo. Si hubiera sabido en la juventud que esta sencillez me haría tan feliz, habría tratado de inventar una forma de vida basada en ella. (…)

El objetivo en la vida no es correr, dibujar, escribir, sino estar despierto. Correr es un tónico para el cuerpo. Correr es natural. El agua es la corriente. El agua no se separa de la corriente. El cuerpo no se separa del movimiento. Ser consciente requiere observar. El corredor debe abrirse al paisaje, pero primero ha de abrirse a sí mismo, a la consciencia de su cuerpo. Algunas veces correr es cansarse y sufrir sin intención, porque así es la naturaleza humana.

The Zen of Running, de Fred Rohé, es un texto asociado a los movimientos contraculturales americanos que me llegó fotocopiado hace años.

Salgo a correr a menudo teniendo en mente sus preceptos, aunque los voy modificando a mi antojo. No sé por qué corro ni cómo he de correr. Corro como dibujo, relajado, sin rumbo, a veces desordenadamente, casi siempre a la deriva.

A los 13 años, corría en las pistas universitarias, competía. Modulaba a lo largo de 1.500 metros los límites, las fuerzas. Aprendí a correr forzando, a esprintar antes que mis compañeros de carrera, a hipertrofiar las zancadas, para ganar. Nada tiene que ver aquel correr de la adolescencia con mi trotar actual. Ahora, voy despacio. Cada vez más despacio.

El biólogo y escritor Bernd Heinrich ha intentado responder en su libro Why We Run: A Natural History los porqués del correr. Bernd Heinrich (Bad Polzin, Alemania, 1940) es un afamado biólogo, profesor emérito de la Universidad de Vermont, especialista en comportamiento de insectos y aves. Ese saber sobre el comportamiento de las especies le permitió sospechar que correr es un estado natural implícito a la condición humana. Heinrich ganó carreras de larga distancia y estableció algunos récords en maratones pasados los 40 años. En Why We Run combina sus experiencias como biólogo y fisiólogo para adaptarlas a una forma de entrenar. Imita el comportamiento de algunos animales, pero sobre todo reconoce en el hombre una disposición innata para correr. Heinrich señala la esencia natural que le permite correr largas distancias. Estudia cómo el cuerpo humano regula temperatura y humedad para lograrlo. Su hipótesis sostiene que el hombre salvaje necesitaba de esa cualidad para dar caza a las presas más huidizas, sometiéndolas a largas persecuciones que podían durar días. La “persistencia de la caza” hace que el hombre primitivo combine la pulsión, el deseo, con la resistencia física y la inteligencia disruptiva. Bernd Heinrich, entrevistado en 2013, decía: “Correr me gusta porque es algo que muchos animales hacen. Es una cuestión de movimiento. El movimiento es la esencia de la vida. Puedo correr siempre, en cualquier sitio. En la vida moderna ya no corremos, estamos desconectados de lo que hacíamos en el pasado. La mayoría de las personas no está en forma, ni tiene que correr para conseguir algo de carne o la cena. Pero en nuestro interior seguimos siendo corredores y tanto nuestra mente como nuestros músculos llevan dentro el impulso de correr. Lo más importante es ponerte una meta y con perseverancia ir a por ella”. Corremos porque somos corredores de fondo persiguiendo presas.

Correr es calzar un mapa, trazar una línea entre el punto de salida y el de llegada. Los mapas son líneas de movimiento, como apunta el antropólogo Tim Ingold en su libro Líneas. “Se forman recreando los gestos de travesías ya realizadas a y desde lugares ya conocidos por historias de anteriores idas y venidas”. Cuando camino o corro por los montes, dibujo el mapa de las siguientes veces, o repaso el de las anteriores. “Podemos considerar que un mapa podría ser el producto de una conversación a muchas manos”. Es costumbre del viajero anotar en los mapas, trazar sus propias líneas sobre el dibujo de los accidentes geográficos. “El encanto y el placer de un mapa residen en la reticencia, en lo incompleto, en los huecos que deja a la imaginación”, comenta el caminante y escritor Robert Macfarlane.

Un mapa es una conversación entre viajeros lejanos, la orografía traspasada por los climas, los animales que marcan con pezuñas, los relatos ancestrales, nuestra vivencia del terreno. Tim Ingold, en su brillante ensayo, escribe: “Dibujar una línea en un croquis se parece mucho a contar una historia”. Afirma que lo que cuenta la historia no existe, sino que, más bien, acontece. La historia es un discurrir, una actividad en marcha.

Correr, dibujar, en los términos planteados en este breviario, no se pueden comprender como la convencional oposición entre lo estático y el dinamismo nómada. Como refiere Tim Ingold, “deambular no es carecer de lugar ni atarse a un lugar, sino hacer un lugar. No importa la velocidad a la que nos movamos, importa si el movimiento se acompasa con otros fenómenos del mundo habitado”. “La vida […] no se confirma dentro de puntos, sino que avanza a lo largo de líneas”. También John Ruskin, en su tratado para dibujantes noveles, hablaba de buscar en el trazo las líneas directrices de la naturaleza. La línea es el rastro. (…)

Corremos por correr, y porque correr es dibujar cerca de la muerte. Cuando corro vivo el instante. Apenas pienso en la siguiente zancada. Correr es una forma de habitar el presente, una forma de ser, a sabiendas de que nada de lo que nos rodea nos pertenece. También es la manera en la que le decimos al presente que no le pertenecemos. Porque somos nómadas, estamos en movimiento, y solo importa la siguiente zancada.

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