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Trabajar cansa
Columna
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El increíble país de los hombres obligados a llevar sombrero

Los varones han vivido siglos callados sobre esto, allí era lo normal, pero como podrán imaginar los tiempos cambian, se han envalentonado y han empezado a protestar

Seyed Ebrahim Raisi Iran
Ebrahim Raisi, presidente de Irán, el viernes en la Asamblea General de la ONU, en Nueva York.Lev Radin (Pacific Press/LightRocket via Ge)
Íñigo Domínguez

Les voy a contar una historia absurda e increíble. Hay un país en que los hombres están obligados a llevar sombrero. Del tipo que quieran, bombín, borsalino, boina, tirolés, da igual, lo importante es que tengan la cabeza cubierta. Socialmente está muy mal visto que vayan sin sombrero, salvo en su casa y con su familia, naturalmente, pero no pueden ir por ahí descubiertos. No solo es una falta de educación, sino un pecado, un ataque a las buenas costumbres e incluso un peligro político, y por eso quien infringe esta norma se arriesga a severos castigos, arrebatos de violencia y al rechazo social. Sé que desde fuera no se entiende, pero son tradiciones ancladas en profundísimas raíces históricas y religiosas y la comunidad internacional respeta las peculiaridades de cada país, no se entromete. Es indignante, ya, pero ellos sabrán.

Los hombres de ese país han vivido siglos callados sobre esto, allí era lo normal, pero como podrán imaginar los tiempos cambian, se han envalentonado y han empezado a protestar. El malestar ha estallado porque hace poco un estudiante murió en comisaría tras ser arrestado por una agente que le recriminó que llevaba la gorra mal puesta. Sé que les parecerá absurdo, pero hay una Policía de la Moral Sombría o Sombrerera que vigila estas cosas. Este incidente desató una ola de manifestaciones de hombres que salieron a la calle sin sombrero, a las bravas, como Dios los trajo al mundo, y no lo creerán, pero ya van 200 muertos. Todo por no llevar sombrero. Ya es una guerra abierta y el otro día un atleta de este país que participaba en un campeonato de escalada se armó de valor y salió a escalar sin sombrero. Aunque batió su propia marca, porque el sombrero siempre le había estorbado y se le caía en los primeros metros, en su país se consideró una afrenta política. La presión fue tal que al volver, temiendo por su integridad, tuvo que decir que, con los nervios, se había olvidado de ponérselo, que no lo había hecho adrede.

Este asombroso disparate no ocurre solo en este extraño país. Hay otros que siguen esta costumbre y en el extranjero sus comunidades mantienen sus tradiciones y los hombres se deben comportar igual. Se les reconoce por usar sombrero, que en Occidente ya está bastante pasado de moda, porque esta gente lo debe llevar a todas horas, incluso en verano, cuando la mayor parte opta por el sombrero de mariachi, que al menos resulta práctico. Exotismos aparte, en los países sombríos o sombreriles se llega a extremos ridículos: en algunos existe el sombrero integral, que cubre completamente al hombre, hasta los pies, y solo ve a través de una rejilla en el fieltro. No lo van a creer, pero es así.

En estos momentos la tensión política en el país es altísima, el Gobierno teme una revolución y hasta dice que las protestas son obra de agentes extranjeros (que para infiltrarse llevan sombrero de espía). Pero ¿por qué le dan tanta importancia al sombrero? Es delirante, pero está relacionado con la religión. Como todo el mundo sabe Dios dijo a la mujer: “Multiplicaré los dolores en tus embarazos, con dolor darás a luz los hijos, y tu deseo será para tu marido, y tú le dominarás”. (Génesis 3.16). Es decir, ya que deben parir con dolor, las mujeres al menos luego mandan. También en el Corán se dice que una mujer puede sacudir al hombre si le parece bien. Y luego, verán, es que este país está gobernado y dominado solo por mujeres, y… ya sé, es en este punto donde la historia se me cae porque eso es lo verdaderamente inverosímil. Todo lo demás puede ser absurdo, pero esto ya es pura ficción.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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