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Tribuna
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Sanna Marin, escrutada por ser mujer

La polémica en torno a la primera ministra finlandesa denota que los liderazgos femeninos (y más si son jóvenes) se miran con lupa

Sanna Marin Finlandia
La primera ministra finlandesa, Sanna Marin, en Kuopio, el pasado 18 de agosto.Matias Honkamaa (via REUTERS)
Marta Fraile

El caso de las críticas que ha recibido la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, por la filtración de unos vídeos privados —en los que se la veía echándose unos bailes junto a un grupo de amigas y personajes del famoseo mediático del país— es un buen ejemplo del severo escrutinio que las mujeres jóvenes que consiguen romper el techo de cristal tienen que soportar. Un escrutinio que hace peligrar la popularidad que Marin había cosechado gracias a una impecable gestión de la crisis de la covid hace dos años o el más reciente trance de la guerra en Ucrania y las delicadas negociaciones para el ingreso de Finlandia en la OTAN.

¿Por qué la filtración de estos vídeos ha generado tanta polémica? ¿Por qué enfada tanto al electorado una cuestión personal ajena al desempeño del cargo político que ocupa Marin? En definitiva, ¿por qué una mujer competente, preparada y que ha conseguido superar tantos obstáculos para llegar a donde está tiene que enfrentarse a este tipo de episodios que tanto agotan y desgastan?

A pesar del aumento en la paridad en los parlamentos de todo el mundo, lo cierto es que la presencia de las mujeres (y muy especialmente las jóvenes) en los puestos de liderazgo de primera fila en política sigue siendo escasa. Los estudiosos han señalado la existencia de importantes obstáculos que hacen más cuesta arriba la carrera política de las mujeres.

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Tanto las instituciones como los partidos políticos generan dinámicas informales que priorizan la selección de hombres en los cargos de mayor responsabilidad política. Dichas dinámicas explican que las mujeres parezcan tener menos ambición que los hombres, puesto que ellas perciben que deben enfrentar escollos y desafíos adicionales en sus carreras, tales como los problemas de conciliación, el desigual trato por parte de los medios de comunicación o, una vez que consiguen ascender, el especial recelo con el que se observa y valora su gestión (en comparación a la de sus homólogos masculinos). Como ha ocurrido en el caso Marin.

Propongo al lector un ejercicio. Entre la siguiente lista de palabras, elija aquellas que en mayor medida le evoquen el mundo de la política actual: poder, acuerdos, promoción, diálogo, competición, cooperación, rivalidad, enfrentamiento, armonía. Si el lector ha llegado hasta aquí, apuesto a que las palabras elegidas se ajustan en mayor medida a un mundo político que responde a los cánones del siglo XX. Se trata de un ámbito extremadamente competitivo, con jornadas prolongadas, en el que siempre hay que estar alerta y preparada para reaccionar a cualquier crítica o evento inesperado. Un sitio en el que la sola idea de divertirse puede transmitir falta de compromiso con las importantes tareas de gestión. Quienes ejercen cargos de responsabilidad en política deben, por tanto, estar dispuestas a renunciar a una buena parte de su vida privada y guardarla con recelo casi paranoico porque el escrutinio de sus opositores y los medios de comunicación es implacable. Especialmente las redes sociales, que imprimen una velocidad e inmediatez al contexto político trepidantes y que buscan titulares jugosos que generen audiencias y comentarios virales.

¿Cuál es el prototipo de persona que mejor encaja en este mundo apenas descrito? Hombres por lo general blancos, maduros, con formación y experiencia dilatada en política. Los mismos que han fomentado esta forma de hacer política durante décadas. Claramente Marin, como muchas otras líderes, se aleja de ese prototipo de político serio y distante, desconectado de las veleidades sociales o el disfrute del tiempo libre. Al menos, en apariencia, que es lo que cuenta en estos casos.

La teoría de los roles sociales ofrece una explicación sencilla del mecanismo psicológico que está detrás del escrutinio feroz al que se somete a las líderes políticas que se alejan del comportamiento típico que a nivel social se espera de una primera ministra o un jefe de gobierno. A pesar de que cueste admitirlo y de que suene anticuado, solemos identificar al liderazgo político con características como la competición, la fortaleza, la resolución, la entereza, la determinación. Todos ellos, rasgos o cualidades que tendemos a asociar en mayor medida con roles sociales masculinos. Se trata de atributos que no son congruentes con aquellos que constituyen los roles sociales más típicamente femeninos, tales como la afectividad, la cercanía, la espontaneidad o la empatía.

Las mujeres con responsabilidades políticas de primer nivel se alejan de los roles sociales de género que se espera de ellas, provocando un mayor rechazo o (cuando menos) una mayor desconfianza que explica la especial saña con la que se las juzga apenas se alejan mínimamente de las pautas más típicas de la política establecida.

Estudios en el campo de la psicología muestran que por término medio a las mujeres se las considera menos “adecuadas” para cumplir con los requisitos que se espera de quien toma decisiones relevantes para su país. Y lo que es aún más preocupante: las cualidades que se consideran positivas para el ejercicio del poder político, tales como la ambición, el arrojo o la capacidad de mando, parecen beneficiar en mayor medida a los hombres. En cambio, la ambición o el arrojo pueden incluso llegar a provocar rechazo para las candidatas mujeres, quienes sólo con su presencia desafían el modelo prototípico del político medio.

El liderazgo femenino de Marin rompe con los moldes porque además es joven. Su imagen es la de una mujer exitosa, que no disimula su juventud, y que con soltura y desparpajo busca la conexión con el electorado más joven, transmitiendo que no hay que esconder la cara más humana de los políticos. Marin se aleja de los cánones establecidos en política porque pretende vivir, ni más ni menos, como una persona de su edad (recordemos que tenía 34 años en 2019, cuando tomó posesión de su actual cargo como primera ministra de Finlandia en el Gobierno de coalición), revindicando la importancia de la desconexión laboral, la conciliación y el disfrute sin complejos. Y eso levanta ampollas entre quienes aún se aferran a una idea de la política anclada en el siglo XX, donde cualquier veleidad se paga cara. Hay quien dice que los finlandeses no están acostumbrados a ver a sus dirigentes políticos alternar con famosos o bailar a pierna suelta. Pues ya es hora de que se acostumbren en Finlandia y en todo el mundo. El relevo generacional en política ya está aquí y, como comentó con humor el comediante Trevor Noah sobre los vídeos filtrados, en algunos países hay líderes políticos que “no sufren de osteoporosis”, y yo me permito añadir: líderes que disfrutan moviendo el esqueleto.

Marta Fraile es científica titular del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC).

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