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Xosé Manoel Núñez Seixas: “Quizá habría que desacralizar la basílica del Valle de los Caídos”

El catedrático gallego, Premio Nacional de Ensayo 2019, apuesta por una pedagogía cívica asociada a los lugares de la memoria

Xose Manoel Nuñez Seixas
El historiador Xosé Manoel Nuñez Seixas, en Santiago de Compostela este 23 de marzo.OSCAR CORRAL
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Superadas las dictaduras, quedan sus huellas: tumbas o viviendas que evocan a sus protagonistas y que suponen un riesgo de exaltación de su memoria por los nostálgicos. Los Estados europeos afrontan de forma bastante similar la resignificación de estos lugares de memoria, en su mayoría mediante una musealización crítica. España lo hace con sus peculiaridades. Lo explica en su último libro, Guaridas del lobo (Editorial Crítica), que se publica el próximo día 30, el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas (Ourense, 55 años). Desde el abarrotado fortín de su biblioteca compostelana, Seixas, catedrático de Historia, premio Nacional de Ensayo 2019 y miembro del comité de expertos que decidirá sobre el futuro del pazo de Meirás, expresa su deseo de convertir tanto Meirás como el Valle de los Caídos en lugares vivos e incluidos en el currículo formativo.

PREGUNTA. Parece que las huellas materiales de los dictadores son verdaderos jarrones chinos.

RESPUESTA. Todas las democracias que siguieron a las dictaduras, con mayor o menor atraso, fueron gestionando cuestiones como las de los nombres de las calles, la retirada de las estatuas de lugares públicos… Sin embargo, decidir qué hacer con los restos de los dictadores y con los lugares asociados a su biografía más íntima siempre ha constituido una suerte de patata caliente. Los debates en torno al Valle de los Caídos o al pazo de Meirás tienen sus especificidades, pero no son únicos. En Alemania Occidental, después de 1949 subsistieron zonas de incertidumbre, y en el Portugal revolucionario, que acabó en un día con la dictadura, sigue muy vigente el debate sobre qué hacer con las tres casas de la familia del dictador. En España tenemos modulaciones de debates más generales.

P. Habla en el libro de la sui generis transición española, sin ruptura ni derrota militar, y de cómo ello complica las decisiones.

R. En España la memoria del franquismo va asociada a un acontecimiento traumático como es una guerra civil explícita, innegable. Y esto, unido a la memoria de la dictadura, con la pervivencia de las élites posfranquistas, hacía el debate mucho más difícil. Ahora bien, lo sorprendente es apreciar que en otros países que tuvieron una historia diferente, 40 años después no sabían qué hacer con las casas natales, tumbas o palacios de verano de sus dictadores. Es obvio que en España hay peculiaridades, pero al compararnos con otros países de Europa Occidental hay que tener en cuenta el desajuste temporal.

P. ¿Esa singularidad española hizo posible que un ministro de Franco gobernarse en Galicia elegido en urnas?

R. Efectivamente. Aunque Fraga fue ministro de Franco, durante un tiempo encarnó una posición aperturista dentro del régimen que después recogió buena parte de la derecha posfranquista. En Alemania Occidental tuvieron como canciller a mediados de los sesenta a un jurista del partido nazi y en los setenta había aún en la Unión Social Cristiana de Baviera algunos personajes con pasado nazi. Cuecen habas en todas partes. España es diferente, pero no tanto.

P. Aún no sabemos qué hacer con el Valle de los Caídos y hay posiciones enfrentadas sobre Meirás.

R. En toda Europa no hay nada parecido al Valle de los Caídos. No es el mausoleo del dictador. Parece que la decisión de enterrarlo allí se tomó después de su muerte. Es un monumento a los valores fundacionales del franquismo, a la victoria y a los muertos, sobre todo del bando vencedor. No hay nada igual en Europa de esas condiciones físicas y con 40.000 o 50.000 restos humanos. Chocan los derechos de los descendientes de los enterrados a recuperarlos con el deficiente estado de conservación. ¿Y qué haces con toda esa simbología? No sé cómo se puede resignificar todo eso sin el peso de la enorme cruz que nos mira. Quizás habría que desacralizar la basílica. Hay que buscar soluciones.

P. Usted cree que Meirás tiene mejor pronóstico.

R. Sí. Era propiedad privada que está aún pendiente de resolución judicial. No es un palacio de verano como los de otros dictadores. Primero fue un símbolo del olvido (todos, excepto algunos activistas locales, lo olvidamos un tiempo), y después, un símbolo de reivindicación. Tiene una ventaja: la historia anterior ligada a su creadora, la escritora Emilia Pardo Bazán.

P. Apuesta por mantener ahí el legado de Pardo Bazán y por que se muestre, desde un punto de vista crítico, la vincu­lación del pazo al franquismo.

R. Las huellas del franquismo son imborrables ahí. La simbología franquista lo inunda. Se ampliaron fincas y, al final, el Meirás de Franco era muy distinto al de Pardo Bazán. Por eso defiendo una posición intermedia.

P. Habrá debate: el presidente de la Xunta opta por que se imponga el recuerdo de la figura de la escritora.

R. Es de agradecer que el Gobierno de la Xunta aprobase la reivindicación de recuperar Meirás. En eso el PP gallego fue más allá que sus correligionarios del resto del Estado. Pero devolver Meirás al pueblo gallego casi exclusivamente dedicado a Emilia Pardo Bazán, sinceramente, disiento. Si se dedica a la memoria democrática, además de la memoria crítica de la dictadura se puede incluir en clave de pedagogía cívica a Pardo Bazán, que, aunque era una señora muy tradicionalista en política, opuesta al sufragio universal, en cuestiones de género mantuvo posiciones muy avanzadas para su época. Se puede buscar un equilibrio.

P. Cuenta en su libro cómo, en ausencia de tumba, acuden nostálgicos a arañar la fachada de la casa natal de Hitler para llevarse arenilla.

R. El gran temor en Austria y Alemania siempre fue que surgiesen Mecas de peregrinación. En Italia, Predappio [la ciudad natal de Mussolini] hay tiendas de objetos fascistas en una calle que lleva el nombre de Matteotti, diputado socialista ejecutado por Mussolini. Es difícil controlar esto. Los Estados tienen que ir muchas veces a rebufo de los acontecimientos. En Alemania modificaron elementos del derecho de manifestación, como el de la exhibición de símbolos, para evitar homenajes a la tumba de Rudolf Hess. Hay otros países en los que eso se cubrió con un manto de silencio. Fue una sorpresa descubrir el monumento grandioso a Michele Bianchi [uno de los fundadores del movimiento fascista] en un lugar perdido en el Sur del Italia, en Belmonte Calabro. El Ayuntamiento hace una promoción discreta para que la gente vaya. Porque esa es otra: muchas veces los promotores locales quieren hacer negocio con los turistas de la nostalgia. No se le pueden poner puertas al campo. Ya que viene este turismo, que encuentre una información contextualizada.

P. ¿Puede reescribirse la historia si la ultraderecha se impone?

R. Ese riesgo existe. En algunos países de Europa del Este se está promoviendo una suerte de verdad histórica desde el poder y poniendo trabas a historiadores europeos para investigar el pasado en un revival de todo lo que sea anticomunismo. Creo que es fundamental la pedagogía cívica asociada a los lugares de la memoria. Me gustaría que Meirás y el Valle de los Caídos fueran lugares frecuentados, vivos; que la ciudadanía obtenga una información y que se incluyan en el currículo formativo. Si dejamos que se derrumben, irá el turismo nostálgico a fotografiarse levantando el brazo.

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