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La punta de la lengua
Columna
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La medida de las palabras inconcretas

Nunca se sabe cómo de viral es lo que se expresa con la palabra “viral”, sobre todo si eso tan viral no nos había llegado

Álex Grijelmo
Una usuaria interactúa en una red social.
Una usuaria interactúa en una red social.d3sign (Getty)

El recordado Marcos Mundstock, uno de los fundadores del grupo humorístico argentino Les Luthiers, reflexionaba en una desternillante ponencia durante el último Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en su país en 2019, acerca de la exacta medida de ciertas palabras: “Propongo que un lo que canta un gallo equivalga a dos santiamenes y a cuatro periquetes. Y que un me pareció un siglo sea igual a la cuarta parte de una eternidad y a un 0,33 de ya no veo la hora”. También abordó las expresiones que se refieren a cosas de poca importancia: “Cuando alguien dice me importa un comino, ¿en qué está pensando?: ¿en más o en menos que me importa tres pepinos… o en medio pimiento?”.

En los últimos años ha triunfado una palabra que necesita igualmente algún tipo de medición para que sepamos a qué atenernos cuando alguien la pronuncie: “viral”. Un vídeo se ha hecho viral, una frase de famoso se ha hecho viral, una mentira se ha hecho viral, la palabra “viral” se ha hecho viral.

La primera acepción de este vocablo, y hasta hace poco única, señala lo obvio: “Perteneciente o relativo a los virus”. Y en la segunda, añadida al Diccionario tras la edición impresa de 2014, se indica exactamente: “Dicho de un mensaje o de un contenido: Que se difunde con gran rapidez en las redes sociales a través de internet”.

De acuerdo, pero ¿a qué velocidad hace falta que ocurra algo para considerar que se movió con gran rapidez, o quizás en medio periquete? Una vez que demos por bueno que un bulo, por ejemplo, se difundió con mucha velocidad, ¿a cuánta gente debe llegar para convertirse en viral? Alcanzar a 5.000 tuiteros en dos minutos supone una difusión de rapidez endiablada, pero si se acabara ahí su recorrido, sin sumar un usuario más, no podríamos señalarlo como viral. ¿O sí? ¿Es viral lo rápido pero breve?, ¿lo extenso pero lento?

Por eso entraña cierta dificultad adivinar qué estará pensando el periodista que escribe “este vídeo se ha hecho viral”. Nunca se sabe bien cómo de viral es lo que se expresa con la palabra “viral”. Sobre todo si quien recibe esa información no forma parte del circuito de la viralidad.

En definitiva, el término “viral” se puede observar con el mismo escepticismo que aplicamos a otras expresiones difusas como “crearemos empleo” o “regeneraremos la democracia”: parece imposible discernir qué hay verdaderamente dentro de ellas. Porque lo viral puede alcanzar una rapidez de contagio dispar, con una horquilla muy amplia y de un margen mucho mayor que aquel que se da entre el periquete y el santiamén.

Cierto, estos difusos conceptos que enumeraba Mundstock ofrecen también imprecisión. Pero ya hace mucho tiempo que los sentimos como de la familia: santiamenes y periquetes, un plis plas, un visto y no visto, un abrir y cerrar de ojos, de buenas a primeras… Tantos decenios en la lengua los han convertido en deducibles aunque inconcretos. Sin embargo, el vocablo “viral”, a menudo usado gratuitamente, abarca mucho y aprieta poco, puede referirse a unas dimensiones tremendas y mundiales o a un grupo más o menos grande de atentos seguidores de algo.

No sería de extrañar que sintiéramos desconfianza ante esa palabra, que ahora anda buscándose un hueco entre los viejos términos que evocan una medición compartida de aquello que no nos ha interesado medir.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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