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Columna
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La fascinación por el consistorio

En estas ceremonias se intenta predecir la sucesión del Papa a partir de la elección de los cardenales

El papa Francisco y Benedicto XVI reciben a los nuevos cardenales este sábado en el Vaticano.
El papa Francisco y Benedicto XVI reciben a los nuevos cardenales este sábado en el Vaticano.HANDOUT (AFP)

El séptimo consistorio del papa Francisco centra la atención en el Colegio Cardenalicio, conmocionado en las últimas semanas por dos hechos sin precedentes: el informe McCarrick y el caso Becciu. El informe, de casi 500 páginas, reveló el 10 de noviembre cómo la corrupción y la mentira ayudaron a la carrera de McCarrick (reducido al estado laical en 2019), que en 2000 había llegado a guiar la diócesis de Washington, influyendo en la política y las elecciones de la Santa Sede. El caso Becciu estalló el 24 de septiembre con la retirada de los derechos vinculados al cardenalato (y, por tanto, del cónclave) de uno de los colaboradores más cercanos y leales del papa Francisco, pero, hasta ahora, sin acusaciones formales ni explicaciones por parte del Vaticano.

Pero ¿por qué el consistorio, una ceremonia que viene de la Edad Media, interesa tanto a la opinión pública? La respuesta es sencilla: así es como el Pontífice “crea” —el término indica el poder absoluto del Papa en la elección— a los cardenales, es decir, los que elegirán a su sucesor en un futuro cónclave. El método actual de elección del Pontífice se remonta al siglo XII, pero hace apenas 50 años se produjo una importante novedad: el 21 de noviembre de 1970, por primera vez en la historia, Pablo VI decidió excluir del derecho a elegir al papa a los cardenales mayores de 80 años, y luego estableció un máximo de 120 electores, límite superado en ocasiones por sus sucesores. Hoy en día hay 229 cardenales, pero solo 128 tienen menos de 80 años y pueden, por tanto, entrar en un posible cónclave.

Desde 2014, el papa Francisco ha celebrado siete consistorios, uno cada año, y en el siglo pasado hay que remontarse a los pontificados de Juan XXIII (1958-1963) y Pío XI (1922-1939) para encontrar consistorios tan frecuentes. En cada consistorio se intenta predecir la sucesión en la sede papal a partir de la elección de los cardenales, y, obviamente, el interés aumenta cuanto más avanzada es la edad del pontífice. Recientemente se han publicado en Estados Unidos dos libros sobre el “próximo papa” con el mismo título (The ­Next Pope): el primero de George Weigel y el segundo de Edward Pentin, pero conviene recordar que durante el larguísimo pontificado de Juan Pablo II, los libros sobre su sucesión comenzaron a publicarse desde 1995, es decir, 10 años antes de la muerte del papa polaco.

En 2009, Weigel, biógrafo de Wojtyla y conservador, llegó a criticar algunas partes de la encíclica social Caritas in veritate de Benedicto XVI por considerarlas inaceptables debido a sus supuestas inclinaciones comunistas (las llamaba “rojas”). En su nueva obra, Weigel habla de las tareas del próximo Papa sin dar nombres de candidatos. Las casi 700 páginas del libro de Pentin (Sophia Institute Press), aún más conservador, examinan a 19 candidatos, pero de una forma tan parcial que entre ellos no hay ni un solo cardenal de habla hispana o portuguesa. Mucho más útiles son dos libros (Edizioni San Paolo) de Fabio Marchese Ragona, que entrevistó a 59 cardenales creados (hasta 2018) por el papa Bergoglio.

Predecir la sucesión a partir de las preferencias de un pontífice, que en Francisco son evidentes, es un ejercicio difícil debido a que hay demasiadas variables involucradas. Pero hay una clara tendencia a la internacionalización del colegio que hasta 1984 se denominó “sagrado” y que, desde 1978, ha llevado a la sucesión de tres papas no italianos. En realidad, el problema ya se afrontó en la Edad Media: hacia 1152, Bernardo de Claraval, en el De consideratione, se pregunta si no debería elegirse a cardenales “de todo el mundo”. Hasta mediados del siglo XIX, la mayoría de los papas nombraban cardenales italianos para garantizar la independencia política del papado ante las principales potencias católicas europeas, a saber, Francia y España. Pero la verdadera internacionalización comenzó con Pío XII en 1945, y tras su muerte en 1958, los italianos bajaron al 27% del colegio.

Mantuvieron esta misma línea Pablo VI y Juan Pablo II, el primer papa no italiano en más de cuatro siglos, elegido en 1978 por un cónclave en el que los europeos se habían reducido a la mitad. En los cónclaves de 2005 y 2013 se mantuvieron más o menos las mismas proporciones. Hoy, de los 128 votantes, el 41% son europeos, mientras que los italianos son el 18%, y se mantendrá la tendencia.

Giovanni Maria Vian es experto en historia de la Iglesia y exdirector de ‘L’Osservatore Romano’.

Traducción de News Clips.

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