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La punta de la lengua
Columna
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Estado de calamidad

Una porción del público deducirá que políticos y periodistas son parte de otro mundo y van a lo suyo

Un camarero cierra las persianas de un restaurante en el centro de Lisboa el 9 de noviembre de 2020.
Un camarero cierra las persianas de un restaurante en el centro de Lisboa el 9 de noviembre de 2020.PATRICIA DE MELO MOREIRA (AFP)
Álex Grijelmo

Nos hemos enredado un poco con las palabras de esta pandemia. Por ejemplo, el lenguaje público (el que usan políticos y periodistas, básicamente) inventó el pico de la curva, un hallazgo geométrico hasta ahora impensable, a la altura de las esquinas del círculo o los rincones de un balón; creó la nueva normalidad, expresión que ha resultado mentirosa en sus dos términos; confundió la distancia social con la distancia física; nos dio la matraca con una gran variedad de conjuntos de nombres colectivos que ya son en sí mismos un conjunto: hay que pensar en el conjunto de los españoles (o sea, en los españoles), se ha adoptado un conjunto de medidas (es decir, se han adoptado unas medidas), la decisión la tomó el conjunto del Gobierno (por tanto, el Gobierno), la sesión reunió al conjunto de las comunidades autónomas (lo que vienen siendo propiamente las comunidades autónomas). Ministra hay que si no introduce “el conjunto” no construye una frase. A todo eso se ha añadido un uso incongruente del sustantivo “confinamiento” y del verbo “confinar”, siguiendo la estela que abrió el Gobierno catalán cuando el 13 de marzo se adelantaba a todos al pedir el “confinamiento” de su territorio.

Este desatino se ha reproducido sin respeto alguno a la precisión de las palabras construida durante siglos por millones de hablantes. “Confinar” significa “recluir algo o a alguien dentro de límites”. Por tanto, se aplica a objetos o personas, no a los límites mismos. Se confina a los ciudadanos, no a las ciudades. Pero es igual, aquí se confina Cantalejo, se confina Murcia, se confina lo que haga falta.

Además, “confinamiento” se viene aplicando tanto a la fase en la cual los españoles debían quedarse en casa como a la medida que impide salir del municipio. Así que, para distinguir esta última, nos empezaron a hablar de “confinamiento perimetral”. Pues claro: todos los confinamientos son perimetrales; es decir, se basan en unos límites (grandes o pequeños).

Miramos poco a Portugal, pese a que su idioma comparte con el castellano miles de palabras iguales o muy parecidas, hasta el punto de que con buena voluntad un español y un luso se pueden entender cada uno en su lengua. En Portugal no se decretó el “estado de alarma”, de resonancia militar (“al arma”), sino el “estado de calamidad”; palabra cálida que describe la situación y que invita a la solidaridad y a la reflexión. El escalón anterior fue el “estado de contingencia” (en su significado de “riesgo”); y el siguiente, en vigor ahora, es el “estado de emergencia”, al que sucedería en su caso el “estado de alerta”. Palabras hay. Y allí no se han liado con los confinamientos perimetrales, sino que han ordenado el “cerco” de algunos territorios.

Una parte de los ciudadanos se queda perpleja ante este impreciso lenguaje público español; y se imaginará tal vez opciones mejores: pico de la gráfica (que no de la curva), fase cuatro (y no “nueva normalidad”), distancia física (y no social), aislamiento o cierre (y no “confinamiento perimetral”). Otra porción del público no se planteará esos problemas, porque le preocupan más otros asuntos, pero quizás sí perciba que se le habla en un registro ajeno a su vocabulario habitual, tan sencillo y preciso. Y ambos grupos deducirán que políticos y periodistas (todos en el mismo saco, pues participamos del mismo lenguaje) conforman un mundo aparte, van a lo suyo.

Y esto es una calamidad que también lleva camino de alcanzar el grado de emergencia.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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