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ensayos de persuasion
Columna
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La revuelta de las élites

En un extremo de la mediana social están los “desafiliados”; en el otro, las “élites extractivas”

Joaquín Estefanía
Protesta contra el Gobierno en el barrio de Salamanca en Madrid.
Protesta contra el Gobierno en el barrio de Salamanca en Madrid.©Jaime Villanueva

El Gobierno no hace nada y yo pago mis impuestos”, “Están haciendo un país de vagos y ahora me lo quieren quitar todo”, “Se está aplicando un decreto de alarma que nos prohíbe la libertad (…). Solo funciona en beneficio propio [del Gobierno]. Estamos oprimidos”. Estos son ejemplos de algunos comentarios reproducidos por la prensa (“prensa comunista”) de las manifestaciones de días pasados en la madrileña Milla de Oro.

No es nada novedoso el carácter político de esa reacción. Lo que está sucediendo ya había sido teorizado desde hace más de tres décadas por el sociólogo Christopher Lasch en un libro memorable: La rebelión de las élites (Paidós). En circunstancias de crisis como las que estamos sufriendo, una parte de las élites de un país exhibe públicamente sus diferencias y pretende romper el contrato social que los une como ciudadanos, porque entienden que sólo lo financian ellos (o lo sobrefinancian). La covid-19, como en su momento la Gran Depresión o la Gran Recesión de hace una década, está transformando la estructura de las sociedades. Instalada la mayoría de los ciudadanos en profundas dificultades, los extremos se alejan cada vez más de la mediana en la tabla social. Robert Castel ha utilizado el concepto de “desafiliados” para denominar a las abundantes categorías de excluidos y marginalizados que se multiplican en el seno de la sociedad, y Lasch ha hablado de “la rebelión de las élites”.

Cuando los ciudadanos perciben la decadencia económica y visibilizan con dolor sus consecuencias, los principales conflictos, aunque se disfracen de demandas de libertad, surgen por la distribución de lo que hay que repartir (la renta mínima, los impuestos que han de sufragarla…), incluido —sobre todo— el poder político. En los últimos años, al tradicional concepto de élites se le añadió el calificativo de “extractivas”. Dos economistas, Daron Acemoglu y James Robinson, definieron las “élites extractivas” como aquellas que se apartan de la obtención del bien común y dedican los esfuerzos de modo exclusivo a su propio bienestar y al del grupo al que pertenecen.

Otro científico social, Simon John­son, que era el economista jefe en el FMI en los años de arranque de la Gran Recesión, y que se hizo famoso al incorporar al acerbo sociológico el concepto de “golpe de Estado silencioso” para explicar la redistribución inversa sucedida en aquella crisis, escribió: “En todo momento y lugar, las personas poderosas siempre procuran hacerse con el control total del Gobierno, menoscabando el progreso global a favor de su propia codicia. Ejerza un control efectivo sobre esas personas mediante una democracia efectiva o verá cómo fracasa su país”. Quien controla el Gobierno se convierte en beneficiario del poder y de la riqueza que genera; por tanto, las élites extractivas crean incentivos para las luchas internas por el control del poder y sus beneficios cuando no disponen de él en primera instancia (como en España hoy).

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Frente a la orteguiana “rebelión de las masas”, se desarrollan las circunstancias en que grupos privilegiados, que suelen representar a los sectores más aventajados de la sociedad, intentan separarse de la suerte de la mayoría y dar por concluido de modo unilateral el contrato social que les une como ciudadanos. Se secesionan del resto. Sin embargo, retornar a la “antigua normalidad” se presenta como una ensoñación a la luz de los profundos cambios que se están sucediendo en lo cotidiano. El mito del eterno retorno parece excluido sea cual sea la salida a las dificultades, duren tanto como duren, porque se está construyendo una cartografía social en la que las cosas nunca volverán a ser como antes.

Con el uso de estos eslóganes citados al principio y opiniones parecidas se pretende desviar la atención sobre los centros de gravedad de las dificultades actuales, lo que aleja la solución a las mismas. Krugman ha denominado a esta maniobra de distracción “la imprudencia de las élites” y entiende que hay que responsabilizar a quienes las protagonizan y no a falsos culpables como el Gobierno. Es una operación directa por el poder.

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