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un asunto marginal
Columna
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La anomalía

La clave que no debemos olvidar en ningún momento es que la “normalidad” nunca es noticia

Protestantes contra el Gobierno de Sánchez en la calle Núñez de Balboa, el pasado día 13.
Protestantes contra el Gobierno de Sánchez en la calle Núñez de Balboa, el pasado día 13.Carlos Alvarez (Getty Images)
Enric González

"No, no, por Dios, no importa el terremoto chino… Mira, me da igual que haya un millón de muertos… No, no, tira lo del Corredor Polaco… Quita esas fotos de Miss América de la página 6… Mete lo de Hitler en la página de historietas… No, no, deja solamente la historia del pollo: eso tiene interés humano”. Walter Burns, interpretado por Cary Grant, suelta esta parrafada telefónica en His Girl Friday, una película que en España, por alguna razón, se llamó Luna nueva. Y en Venezuela, yendo al límite, titularon Ayuno de amor. Es una divertida sátira sobre el sensacionalismo periodístico. El remake de Billy Wilder, aún más hilarante, fue bautizado con bastante precisión: Primera plana.

Por pura higiene, deberíamos ver con frecuencia esas películas. Y releer de vez en cuando ¡Noticia bomba!, de Evelyn Waugh. Estas obras, y otras, nos permiten recordar en qué consiste la base del negocio informativo. No me refiero a detalles técnicos como la diferencia entre lo cierto y lo falso, ni distingo entre los medios tradicionales y las redes. La clave, lo esencial, lo que no debemos olvidar en ningún momento, es que nos fijamos en la anomalía.

La “normalidad” nunca es noticia. El menú de que disponemos para informarnos, en especial dentro de un contexto de gigantesca anomalía como el de estos meses, se compone casi exclusivamente de elementos anormales. Cuando se habla de gente corriente, como se esfuerzan en hacer los medios de más calidad, es porque les ha ocurrido algo extraordinario. Entre la gente no corriente, la que manda o es popular, siempre destaca la más anormal, dicho sea con todo el respeto. Ahí tienen el ejemplo de Isabel Díaz Ayuso.

Estos días es noticia, y de las divertidas, la protesta de un grupo de vecinos del barrio de Salamanca, en Madrid. Me encantan, como a muchos, los asuntos marginales. Estas personas indudablemente acomodadas tienen todo el derecho a manifestarse contra lo que llaman dictadura gubernamental (y toda la obligación de respetar las normas de seguridad); otra cosa es que eso que hacen constituya un fenómeno relevante. ¿No sabíamos ya que en España hay ultraderecha? Siempre la hubo. Antes formaba parte del PP de José María Aznar y ahora va más por libre. La ultraderecha es en sí misma una aparente anomalía, porque tras el fin de la dictadura anduvo con disimulo durante unas décadas. De ahí que suela ser noticia. Todavía nos choca. Igual que la presencia de una izquierda populista en el Gobierno: como no es históricamente habitual, es noticia.

En resumen, el panorama que llamamos “actualidad” no recoge exactamente lo que pasa, sino las anomalías (errores, delitos, barbaridades, astracanadas, novedades en general) dentro de aquello que pasa. No es raro que a veces nos cueste encajar la tremebunda “actualidad” mediática con la aburrida normalidad de nuestra calle. Conviene ser consciente de esa distorsión (en los medios y en las redes) si se desea evitar la inquietante sensación de que todo el mundo se ha vuelto loco, o fanático, o extremista. Conviene también tener presente que a algunos les interesa convencernos de que hemos caído en la histeria colectiva.


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