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De objeto de deseo a chiste: ¿qué fue de los metrosexuales?

Aparecieron hace dos décadas, hidratados, perfumados, depilados y corporalmente tonificados. Se convirtieron en tópico y desaparecieron, barridos por las nuevas masculinidades. Pero aquellos tipos que una vez ayudaron a deconstruirlas dejaron su huella

David Beckham
David Beckham era, en el año 2000, el máximo esponente de una nueva corriente de estética masculina: el metrosexual, el hombre que empezaba a cuidar su aspecto como hasta entonces lo habían hecho las mujeres.Dave Hogan (Getty Images)

Hace justo 20 años, The New York Times sacaba del armario al hombre del nuevo milenio. Metrosexuals Come Out, titulaba para dar cuenta de una insólita masculinidad que gastaba en cremas hidratantes y lociones corporales, tratamientos capilares y depilado brasileño, vaqueros de diseño a 300 euros y martinis secos con Absolut Vodka. “Heterosexuales urbanos dispuestos a abrazar, incluso con ansia, sus lados femeninos”, describía el artículo, redundando en el viejo convencionalismo misógino/sexista. Acicalarse y preocuparse por el aspecto siempre había sido, cómo no, cosa de mujeres. “Hasta Harrison Ford, cuyo accesorio favorito fue una vez el martillo, posa ahora orgulloso luciendo un pendiente”, constataba. También mencionaba a David Beckham como ejemplo de tipo vanidoso, preocupado por la moda (¡sorpresa, incluso la femenina!), pero capaz de mantener una apariencia viril en el terreno de juego. Observados y diseccionados con minucioso detalle a partir de entonces por los medios, el mundo supo así de los metrosexuales. Apenas una década después, eran historia. Sus fantasmas, para el caso, aún se aparecen.

Eslabón perdido entre el dandi victoriano y el gymbro de nuestros días, el metrosexual era un hombre como nunca se había conocido. El término lo acuñó el escritor y activista gay británico Mark Simpson, en un ensayo para el diario The Indepent publicado en 1994. “Es un joven con dinero que gasta, que vive en o cerca de una metrópolis, porque ahí es donde están las mejores tiendas, clubes, gimnasios y peluquerías”, refería. Se supone que de la contracción entre metrópolis y heterosexual salió el apelativo, aunque su autor siempre defendió que, ya fuera oficialmente gay, hetero o bisexual, la orientación era “completamente irrelevante, porque resulta evidente que el objeto de su deseo es él mismo y el propio placer, su preferencia sexual”.

En un momento en que vestir una camiseta –o unos gayumbos– Calvin Klein podía ponerle a uno bajo sospecha de homosexualidad (o de haberse extraviado en el camino de regreso a la cueva), la cuestión quedó entonces sin contestar, en parte también porque las intenciones de Simpson, en realidad, eran críticas: se trataba de una denuncia irónica de los métodos del capitalismo tardío en su afán por ganarse al hombre moderno, de cómo un buen ejercicio de marketing era capaz de vender ya cualquier cosa a cualquiera.

El tiempo le dio la razón porque, apenas un año después de volver a la carga en 2002, con otro texto para el portal Salon (Conoce al metrosexual: bien vestido, narcisista y obsesionado con los culos, pero no lo llames gay, una fotografía no especialmente favorecida de David Beckham ilustrándolo), el negocio de la cosmética masculina se apropió del término con pingües beneficios. “Supongo que, en aquellos días oscuros de 1994, ninguno quería afrontar quiénes eran de verdad. Tenían vergüenza, no de quererse a ellos mismos, claro, sino de lo que pudiera pensar el mundo. Y eso que ya estaban en todas partes, como los herpes genitales, solo que armarizados. No había metros abiertamente declarados, dispuestos a dar ejemplo a los jóvenes que bregaban en solitario anhelando cremas exfoliantes y ropa interior con bien de licra”, decía. Hasta que, de repente, todos quisieron ser como Beckham, y no solo para tocar balón.

“Soy Mariano Delgado, metrosexual y pensador”, se presentaba el personaje interpretado por el recordado Eduardo Gómez en Aquí no hay quien viva. Hasta ahí llegó el pitorreo, que fue en lo que derivó el concepto. En TikTok, los reels con la etiqueta #marianodelgadometrosexual alcanzan ahora mismo casi diez millones de visualizaciones para risas de la muchachada zoomer. Las consecuencias aun evidentes de aquellos narcisos, sin embargo, no incitan a la carcajada, o no deberían: en la cultura actual, la validación del cuerpo del hombre gana en la medida en el que es deseable (de ahí la gordofobia, por ejemplo). Y la vanidad masculina, una vez objeto de burla, hoy es un billete a la fama.

“La sensación de mirarte al espejo y gustarte mucho es algo maravilloso”, revelaba a sus cientos de miles de seguidores Pol Domínguez, el streamer y caster conocido en redes sociales como SujaGG, a principios de septiembre. “Literalmente”, añadía como comentario a las dos imágenes del musculado Christian Bale en American Psycho (2000) que tuiteó como ejemplo gráfico. El rey del Fortnite lleva un tiempo mostrando públicamente su cambio físico, que considera parte de su éxito (por contextualizar, la novela del mismo título de Bret Easton Ellis que dio pie a la película se publicó en 1991 y, sí, era una sátira sangrante a propósito del delirio capitalista/neoliberal que incidía en la apariencia y el consumismo exacerbado como valores de triunfo masculino). “25 años, con trabajo, me he comprado una casa, abierto dos tiendas de ropa, una barbería y una lavandería”, insistía en X/Twitter hace apenas unos días, el tonificado torso al aire, el tupé engominado. Las respuestas a su viral xtuit no sorprenderán.

Desde su salida del armario hace 20 años, hemos visto surgir nuevos modelos de masculinidad, pero, de una manera u otra, en todas ha latido –sigue latiendo– la metrosexualidad. Asomaba en el hipster de barbería diaria, o casi, entregado a la rutina del aceite hidratante para su hirsuta tarjeta de presentación, la cerveza artesana y la dieta paleo a principios de la pasada década. Bullía en el spornosexual, antecedente del bro de gimnasio, otra categoría acuñada por Simpson para describir el momento, en torno a 2014, en el que “el deporte se encamó con la pornografía, mientras Armani sacaba fotos”. Y se deja intuir en la nueva fluidez que impuso la moda hace un lustro y campa a sus anchas estos días, entre señores deconstruidos con uñas nacaradas de fantasía, bolsos de mano femeninos, blusas con lazada y falda, de Harry Styles a Bad Bunny, pasando por Manu Ríos.

“Just gay enough”, como se decía en la época. Quizá si los metrosexuales originales hubieran comprendido entonces que el género es solo otra ficción nos habríamos ahorrado tanta tontería.

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