Los pantalones caídos, un símbolo de los noventa entre la calle, el hip hop y, ahora, el lujo
Mostrar descaradamente la ropa interior bajando un poco los pantalones solo ha sido, durante años, un entrañable recuerdo más de los años noventa. Pero empieza a ser tan de hoy como un baile de TikTok
Ha regresado una silueta, una inequívocamente masculina y, hasta ahora, entrañablemente noventera: la del joven con un pantalón resbalado hasta debajo de las caderas, cortando a mitad las nalgas y sostenido casi por arte de magia. Se han disparado las consultas en internet sobre cómo dominar el asunto (la plataforma Lyst cifra en un 52% la subida de interés por los vaqueros caídos). Y ahí están las propuestas de pasarela de otoño-invierno y primavera-verano de 2022: la versión nostálgica de Alled-Martinez, quien rememora también otros clásicos de la época: camisa con camiseta superpuesta y cuello subido o polos de algodón a rayas.
La apuesta más discreta, a rayas azules, es de Dior, pero también está la de Balenciaga, que a finales del pasado año lanzó un bóxer de cuadros rojos cosido a un pantalón de chándal (por unos módicos 975 euros). El apogeo de esta moda se vio en los noventa y a principios de los dosmiles algún rezagado lo mantenía. En 1995, en Clueless (Fuera de onda), Cher Horowitz, el personaje-barra-referente vital interpretado por Alicia Silverstone confesaba no entender que los chicos vistieran “como si acabaran de salir de la cama, calzándose unos pantalones caídos y tapándose el pelo grasiento con una gorra puesta hacia atrás”.
Pero sus orígenes no son nada glamurosos: el colectivo estadounidense Citizens Against Recidivism (Organización contra la Reincidencia) apunta a las prisiones estadounidenses, donde los presos no pueden llevar cinturón para impedir que se utilicen como arma. Fuera de la cárcel, voces como la escritora de tendencias Shamontiel L. Vaughn llegaron a investigar los códigos sexuales que implicaban entre los presos las muchas formas en que podía caer el vaquero. “Si el pantalón llegaba a desvelar los calzoncillos al completo, era una presentación como homosexual de quien los llevaba”, decía. Los saggy pants (traducible como pantalón caído) nacieron en los márgenes, pero se acabaron colando en el mainstream gracias al hip hop y a músicos como Ice-T, LL Cool J o los Beastie Boys, que los lucían en las imágenes promocionales del álbum License to Ill en 1986.
El asunto llegó a la parodia cuando, en 1992, el dúo Kriss Kross se presentó en portada de su álbum Totally Crossed Out con el vaquero de marras caído y del revés. Pero la tendencia se fue asumida por la moda el año siguiente, en un desfile de Calvin Klein, cuando Mark Wahlberg caminó con un modelo blanco de la firma sobre la pasarela. Para entonces la cosa ya había escalado a la cultura pop y, en Estados Unidos, a problema de Estado: se llegó a prohibir la bajada de pantalón con multas de hasta cien euros y provocar, incluso, una mención de Barack Obama en 2008, un día antes de ganar las elecciones: “Medidas así son una pérdida de tiempo. Dicho esto, nuestros hermanos deberían subirse esos pantalones. Tu hermana o tu abuela te están viendo por casa mientras les enseñas la ropa interior. ¿Qué problema tienes?”, preguntaba.
En los dosmiles, en España, los jóvenes de la generación Fotolog mostraron su afecto por lo saggy en unos colores flúor y con cinturones de tachuelas que hoy sus protagonistas estimarán sonrojantes, quizás por la vergüenza de pensar en recuperar el look más allá de los 40. Pero, de algún modo, el pantalón caído ha permanecido como rasgo de credibilidad urbana. Justin Bieber, que lleva con los calzones a la vista desde 2008, contestó con rotundidad a un artículo sobre el supuesto fin de la tendencia: “Esto es una mentira venida del infierno, mis pantalones van a seguir aquí abajo”.
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