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El día en que Céline Dion se odió a sí misma por no poder cantar: Valium y dolor en el documental más íntimo de la artista

Irene Taylor, la directora de ‘Soy Céline Dion’, que se estrena el 25 de junio en Prime Video, explica en una entrevista con EL PAÍS que la cantante le dio carta blanca para rodar los momentos más duros que sufre a causa de su enfermedad, el síndrome de la persona rígida

Céline Dion e Irene Taylor
Céline Dion e Irene Taylor en un pase de 'I Am: Celine Dion' en Nueva York, el 17 de junio de 2024.Cindy Ord (Getty Images)
María Porcel

Hacen falta 12 minutos de metraje para que dé comienzo el documental de Céline Dion. La hora y cuarenta de Soy Céline Dion, el metraje dirigido por Irene Taylor que podrá verse en Prime Video a partir del próximo 25 de junio, no arranca con una jovencísima Dion, de cejas anchas y pelo crespo, contando que su sueño es ser “una estrella internacional y ser capaz de cantar toda la vida” mientras suena un aria de Carmen, de Bizet. Tampoco con sus gemelos adolescentes, Eddy y Nelson, jugando a entrevistarla y preguntándole por su color favorito. Ni con el cartel en el que se explica que, tras lanzar 27 discos, de los que ha vendido 250 millones de unidades, y con temas ganadores del Grammy o el Oscar, el llamado síndrome de la persona rígida la obligó a parar y cancelar su esperada gira en 2021. El momento en el que realmente el espectador se sienta delante de la artista, de 56 años, es cuando ella cuenta, bajo luz tenue, sin maquillaje, con la cara hinchada a causa de la medicación, cómo una mañana, después de desayunar, su voz no era su voz. “Me asusté un poquito”, rememora. La noche anterior todo iba bien. Esa mañana todo iba mal. Llegaron los nervios y el miedo. Y entonces, lo demuestra. Dion abre la boca, emite una nota... y no sale. Su voz se rompe. Como si fuera ella cualquier mortal, no la canadiense que hacía gorgoritos imposibles con My Heart Will Go On y The Power of Love. No llega, no puede. Y se echa a llorar. Y las cámaras lo graban.

Resulta increíble. Da igual cuantas veces lo repita ella (muchas) o el espectador en sus pantallas (puede que aún más). Genera una inmensa sorpresa contemplar cómo Dion es incapaz de cantar. Que de su entrenadísima y privilegiada garganta salen notas rotas, que no llegan ni a la décima potencia de lo que fueron. Notas que ella misma odia, repite, llora. Igual que deja en shock la escena casi final, cuando durante cinco minutos la intérprete sufre un ataque, un inmenso espasmo, que la paraliza en plena grabación del documental y la obliga a ser atendida por médicos. Pone los pelos de punta. Pero lo que más sorprende es saber que fue la propia Dion quien decidió que se rodaran los peores momentos. La directora Irene Taylor (San Luis, Misuri, 54 años) es la responsable de este metraje y, en una entrevista exclusiva con EL PAÍS, explica que ese acceso completo y esas duras escenas fueron propuestas por la propia artista, que no tuvo cortapisas a la hora de mostrarse. “El primer día que rodé con ella, la verdad, me quedé impresionada. Realmente impresionada por lo abierta que fue conmigo. Estaba deseando compartir muchísimas cosas conmigo, cosas que yo no sabía”, recuerda sobre la grabación, que ha durado meses.

“Durante ese año creo que decidió tomar una decisión muy consciente: ‘Voy a cargar esta película de intención. No le voy a decir a Irene qué es lo que tiene que hacer. Voy a confiar en ella y dejarle hacer su trabajo’. Y así es como trabaja con la gente que está en su vida”, reflexiona la directora por videollamada. “Tiene managers, asistentes, músicos que colaboran y han trabajado con ella desde hace décadas. Y eso a mí me dice mucho sobre ella. Sabe cómo delegar y hacer que la gente tenga su autonomía, y eso es muy importante”. Como enferma crónica y como artista global, mostrarse así, pese a sus collares pertenecientes a Maria Callas o su mansión en Nevada, supone una decisión consciente y que la expone ante una audiencia universal, pero que también le genera reconocimiento. Con su rostro real, sus arrugas, manchas, sin peinar ni maquillar, en calcetines en sesiones de fisioterapia, contando cómo empezó con “una pastilla, dos pastillas, cinco pastillas, demasiadas pastillas” y acabó tomando “80, 90 miligramos de Valium al día, y eso solo era una medicación”. Serena al contar que lo que le pasa es algo que ocurre a “uno entre un millón”. Y que, como a tantos otros con otras enfermedades, le ha tocado. Lo que no deja de ser una desgracia.

El filme, que desde mediados de esta semana se puede ver en algunas salas de cine seleccionadas, principalmente en Estados Unidos, y que llega el martes por la plataforma de Amazon, deja que la propia Dion cuente su historia. Hay bastante gente a su alrededor —todos esos músicos, asistentes, sus hijos, su mayordomo— pero no hay más voces. Y esa fue una petición de la artista, cuenta Taylor, de hecho, la única que le hizo. “Fue antes de que decidiéramos llevar a cabo la película. Me preguntó: ‘¿Es posible hacer un documental donde no haya gente hablando de mí, donde pueda hablar yo? ¿Y si mi voz es la única del filme, es posible?’. Y yo le dije que era totalmente posible. De hecho, es la película ideal que hacer para mí. ‘Pero eso sí: si quieres hacerlo así dímelo, porque tienes que prepararte, porque va a llevar mucho tiempo y esfuerzo. Vas a tener que pasar mucho tiempo conmigo”, recuerda con una sonrisa.

Bien es cierto que el documental de Céline Dion podría ser un recopilatorio de su vida y obra, casi un panegírico, un testamento que podría verse ahora o dentro de 50 años, hablando con sus hijos, mostrando su almacén lleno de ropa de alta costura, incluso recibiendo tratamiento médico. Pero lo que lo llena de fuerza y de singularidad son las escenas, verdaderamente personales, donde Dion se quiebra y atormenta al poder no controlar su cuerpo: “Me da una vergüenza tremenda”, afirma, echándose las manos a la cabeza. En las que revela que la voz ha sido el timón que ha guiado sus días, pero que lleva 17 años sufriendo este tipo de espasmos, que los evitaba, que hacía trampas si aparecían en una actuación (”hacía lo que me dijo mi madre”); o que no puede vivir sin la música, pero sobre todo sin el público: “La gente me da mucha energía”.

Esos 100 minutos de metraje ¿son quizá el documental definitivo sobre la artista canadiense más global? Taylor no tiene respuesta a ello, porque decidió de forma consciente saber lo menos posible sobre Dion, y no ver otros documentales sobre ella. “Respeto a sus directores, pero, entiéndeme, en mi proceso no quería confiar en las interpretaciones de otros. Quería ir con la mirada fresca”, argumenta. Sus productores buscaron material sobre la artista —las viejas grabaciones, profesionales y caseras, abundan en el documental— y solo le contaron los “detalles biográficos básicos, vida familiar, cosas así”. “Pero la verdad es que no quería hacerle preguntas trampa, falsas, del tipo: ‘Ya sé la respuesta de eso, pero voy a preguntarlo de todos modos”, explica. “Durante el curso del año [del rodaje], cuando hacía preguntas, eran preguntas auténticas, de las que no sabía la respuesta”.

Taylor, en cambio, acepta toda pregunta. La entrevista es muy corta, pero está encantada de explicar el proyecto, de que la gente lo vea, de “haberlo dado a luz”, ríe. El equipo de Amazon solo pide que no se le haga una cuestión: sobre el estado de salud de la cantante o de sus planes futuros con respecto a su salud. Taylor no es Dion, al fin y al cabo. La artista ha concedido contadísimas entrevistas (a Vogue, a People) y se mantiene tranquila en su casa de Las Vegas. A veces no puede caminar, ni calentar la voz, pasa el tiempo entre cuidados, siestas y pilas de medicinas. Entrenando para su siguiente show, porque tiene claro que volverá. Como ella misma dice en el documental: “Lo difícil no es hacer un espectáculo. Lo difícil es cancelarlo”.

Sobre la firma

María Porcel
Es corresponsal en Los Ángeles (California), donde vive en y escribe sobre Hollywood y sus rutilantes estrellas. En Madrid ha coordinado la sección de Gente y Estilo de Vida. Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, lleva más de una década vinculada a Prisa, pasando por Cadena Ser, SModa y ElHuffPost.
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