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La paradoja y el estilo
Columna
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La caída de Belén

Hay lecturas que hacer sobre el destino de un programa, ‘Sálvame’, que galvanizó nuestra merienda catódica y la manera de entender el escándalo, la moral y la información como una misma cosa

Belen Esteban Salvame
Belén Esteban, retratada el pasado 8 de abril.DAVID BENITO (Getty Images)
Boris Izaguirre

Mi director en el exitoso show de televisión El Desafío, Jorge Salvador, amigo desde Crónicas marcianas, me desafió a ver en su teléfono el momento terrorífico y viral de la caída de Belén Esteban en Sálvame, tratando de emular una prueba de Supervivientes junto a su compañera Lydia Lozano. Ante el grito de “ya” de uno de los presentes Belén se suelta, con tan mala pata que con el impacto contra el suelo se fracturó la tibia y el peroné, todo reflejado por la cámara insaciable del programa. La viralidad consiste en ver a la estrella estrellada y con su pie completamente torcido, un momento que aporta un titular de perfecta poética amarillista: “La princesa del pueblo por los suelos”.

Pero no es cierto: el público que sigue y aúpa a Belén Esteban la asume como un ave fénix, capaz de levantarse y remontar una y otra vez. En eso se parece al presidente Pedro Sánchez. Lo hizo cuando le cerraron las puertas de Ambiciones, la casa familiar de los Ubrique, con su hija en brazos. Y volvió a hacerlo cuando relató su tránsito por el túnel del consumo de estupefacientes y de las infidelidades de sus parejas. Así creció en popularidad y cariño. Consiguió renacer de su propio personaje y acudió, estupenda, a La Resistencia en su nuevo rol de empresaria gastronómica, con todo el encanto de una líder mediática curtida ante las cámaras y el directo. Allí demostró que entre sus supervivencias también estará la de sobrevivir a Sálvame.

El resbalón de la ministra Margarita Robles, debido a ese talón de Aquiles del Ministerio de Defensa que es el CNI, coincidió con la célebre caída de Belén. Y no es una metáfora del hundimiento de Sálvame. Hay lecturas que hacer sobre el destino de un programa que galvanizó nuestra merienda catódica y la manera de entender el escándalo, la moral y la información como una misma cosa. Nació como un apéndice informativo de Supervivientes, el programa estrella de la cadena, y con la suficiente libertad para comentar y celebrar las idas de olla de los concursantes, el grosor de la entrepierna de sus participantes masculinos y de las operaciones de busto de los femeninos. O el desgaste físico de sus ilustres participantes como Isabel Pantoja, su hijo Kiko y la madre de su primer hijo, todos invitados a la experiencia hondureña para regocijo de la cadena. Y de la audiencia. La fórmula de involucrar un programa en el resto de la programación fue clave para que Telecinco dominara el consumo de televisión día a día, semana a semana, mes tras mes, un año tras otro.

En ese dominio, que bien podría ser el sueño de cualquier millonario narcisista tipo Elon Musk o de un líder populista como Putin, Trump o el propio Berlusconi, propietario de la cadena, Telecinco acostumbró a su público a disfrutar del conflicto, la lucha fratricida y el desmembramiento de la unidad familiar como nuevos cimientos de la sociedad y de la telerrealidad. Esa reiteración de odios, madres enfrentadas a sus hijos, mujeres llorando por la imposibilidad de hacer creíbles sus acusaciones de maltrato, terminaron por agotar al paciente y receptivo espectador, que finalmente ya tenía suficiente menú destructivo con la guerra de Ucrania. La audiencia consiguió destapar el guion. Y decidió marcharse.

Cada vez que Sálvame pierde share asistimos a una pequeña muerte en directo, algo difícil de revitalizar. La cadena se convierte en una ambulancia atestada de voces críticas o pretendidamente “salvadoras”. ¡Casi nadie puede ayudar a una ambulancia en marcha! Pero quizás la princesa del pueblo podría intentarlo invitando a la reina emérita a compartir con sus antiguos súbditos en Sálvame cómo se sobrevive al eventual ostracismo, con gastos pagados, que le conceden estos días sus afortunados familiares. Serían unas peripecias vitales, salvadoras, para una ambulancia en marcha.

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