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La paradoja y el estilo
Columna
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¡Les tocó la china!

Si las infantas Elena y Cristina pueden vacunarse contra la pandemia mundial pagándolo, pues lo pagan, o lo paga su padre o alguien y listo

Spanish king’s sisters
Las Infantas Cristina y Elena de Borbón disfrutan juntas de una tarde de compras en Madrid, el pasado verano.José Oliva (Europa Press)
Boris Izaguirre

No me ha asombrado que las infantas Elena y Cristina de Borbón se hayan vacunado en Abu Dabi durante una visita al rey emérito. ¡Es que les tocó la china, la vacuna china, y no pudieron decir que no! Doña Elena ha comunicado que las aceptaron como medida para un pasaporte de vacunación. Lo dijo un poquito tarde, seguramente porque está acostumbrada a que las cosas en palacio van despacio. Y por eso no me asombra lo ocurrido. Supongo que forma parte de la educación que han recibido como personas tan acostumbradas al privilegio que no imaginan que exista otra opción. Hijas de millonario: lo quiero, lo tengo. Si pueden vacunarse contra la pandemia mundial pagándolo, pues lo pagan, o lo paga su padre, o alguien y listo.

La verdad es que una familia real sin escándalo no resulta seria. Aunque no les debemos nada, no está de más recordar alguno de los peculiares rasgos de estas mujeres en la línea de sucesión al trono. Por ejemplo, y en eso coincidimos, doña Elena fue una gran entusiasta de las telenovelas venezolanas y, de hecho, invitó a Zarzuela a Carlos Mata, el galán protagonista de Cristal y La Dama de Rosa. Para nosotros, guionistas de esas telenovelas, era realmente lo más que la hija del rey de España disfrutara con nuestros enrevesados culebrones familiares. En esas telenovelas la protagonista era una mujer bella pero humilde, a menudo empleada como servicio doméstico que se enamora del hijo de sus patronos. Que la infanta Elena consumiera estas aventuras, nos dejaba pasmados y pensando en si la suerte de la mujer pobre era envidiada por la mujer rica. Ahora me gusta imaginar que la primera vacuna sentimental que se inoculó doña Elena fue una telenovela escrita por mí.

El rey Juan Carlos y la infanta Elena celebran la victoria de Carlos Moyá sobre el holandés Martin Verkerk, en 2004.
El rey Juan Carlos y la infanta Elena celebran la victoria de Carlos Moyá sobre el holandés Martin Verkerk, en 2004.AP

Con la infanta Cristina podemos intuir su modus operandi, capaz de vacunarse a golpe de influencia o de talonario, porque siempre podrá aducir que no sabía nada, excusa que empleó más de 50 veces durante el juicio del Instituto Nóos, aquella fundación sin ánimo de lucro que terminó con su marido en la cárcel y con ella como beneficiaria a título lucrativo. La fiebre mediática subió al coincidir las vacunas chinas con el tercer grado para Urdangarin, que lo traslada del centro penitenciario a la casa de su madre. Es como cerrar un círculo, pasar de la cárcel al nido materno para continuar allí su rehabilitación contra la corrupción administrativa, que está siguiendo gracias a un curso que le facilitan en prisión. No hay como una madre para vigilar que te enmiendes y no vuelvas al mal camino. Y con una esposa vacunada, vaya, yo creo que este tercer grado va a estar controladísimo.

En mi gimnasio sí había cierto malestar con que las hermanas del Rey están vacunadas antes que el propio Rey y su cuñada, la Reina. Mis amigos de la sauna de vapor echaban humo. Sugerí que pensaran que Victoria Abril podría rebautizarlas como cobayas reales, porque llevan una vacuna oriental y comunista siendo princesas millonarias de Occidente. No gustó a todos el argumento pero tampoco a mi admirada maquilladora en TVE que puso el grito en el cielo: “Estoy harta de ataques a la monarquía”. Se hizo un silencio en la sala de maquillaje porque tampoco reinaba allí el acuerdo. “Mujer”, le respondieron, “que ellos mismos se la están cargando con un escándalo un día sí y otro también”. Ante el tabú, me quedé calladito para que no me estropearan el maquillaje y pensando que si tuviera que escribir un culebrón sobre la familia Borbón, preferiría centrarlo en estos años de conductas incívicas, como calificó el presidente Sánchez la del emérito, que en los anteriores cuando todo era ilusión. Nada sienta mejor a un melodrama que un poco de decadencia. Pero claro, a riesgo de perder a la infanta Elena como espectadora.

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