Lo que cuenta el nuevo armario de la Casa Blanca
La elección de vestuario de Jill Biden y Kamala Harris habla de su apoyo a la diversidad y a los nuevos talentos estadounidenses, y de que el peso de la moda recae en las mujeres
En el homenaje a las víctimas del coronavirus previo a la investidura de Joe Biden, la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris llevó un abrigo marrón de la firma Pyer Moss, cuyo diseñador, el afroamericano Kerby Jean Raymond, es famoso por su activismo social y lucha por la diversidad. En menos de 24 horas, las búsquedas con las palabras clave “abrigo de Pyer Moss” se dispararon un 734 %, y las visitas a su web, un 127%, según recoge Lyst, una plataforma de moda que analiza tendencias de compra online.
No es noticia que lo que visten los miembros de la Casa Blanca despierta una atención mediática que se traduce en un interés global hacia la marca escogida y finalmente en ventas; en negocio. Tampoco que las prendas - por su color o por la raza, nacionalidad y trayectoria de quien las firma- constituyen poderosas herramientas de comunicación. El titular está en que, en lo que lleva de mandato, la administración Biden ha decidido utilizarlas de una forma estratégica; y el mensaje que lanzan los armarios de sus miembros es bien distinto al de la era Trump.
Como muestra, este botón: en sus primeros días como primera dama, Jill Biden (léase su ejército de asesores) optó por piezas de jóvenes diseñadores estadounidenses, mucho más vulnerables frente a la caída de ventas derivada de la pandemia que las grandes marcas internacionales. El día que Harris lució Pyer Moss, la primera dama llevó un abrigo púrpura de Jonathan Cohen, de padres mexicanos y adalid del upcycling (reciclaje de ropa); en el acto de investidura, un vestido de Markarian, la firma fundada hace solo cuatro años por la neoyorquina Alexandra O’Neill; y en la ceremonia nocturna, un diseño de Gabriella Heast, nacida en Uruguay, cuya marca homónima y ubicada en Nueva York cumple 6 años y que el pasado diciembre fue nombrada directora creativa de la francesa Chlóe. Biden no da puntada sin hilo. Tampoco la vicepresidenta, que para estos mismos eventos escogió a diseñadores afroamericanos: Christopher John Rogers y Sergio Hudson.
Mientras, en su último día como primera dama, Melania Trump subía al helicóptero que la alejaba para siempre de la Casa Blanca de luto riguroso y envuelta en Dolce & Gabbana, Hermès, Christian Louboutin y Chanel. Al aterrizar en Florida, ya vestida de alivio, descendía las escaleras con una colorista túnica de Gucci. Trump escogía para este histórico día marcas francesas e italianas, entre ellas la citada Dolce&Gabbana, una de las pocas que se enorgulleció de vestirla cuando, al principio de mandato de su marido, grandes marcas estadounidenses como Donna Karan, Vera Wang o Marc Jacobs se negaron a hacerlo. Algunas de las que vetaron a Trump -Jason Wu, Altuzarra, Prabal Gurung- diseñaron, sin embargo, productos de merchandising en apoyo a Biden.
Este vínculo entre ideología y moda es más antiguo que el hilo negro. Pero las reglas del juego que rigen hoy quedaron fijadas cuando Jacquie Kennedy profesionalizó el armario político, tal y como cuenta Pamela Golbin, comisaria jefe del Museo de Artes Decorativas de París: “Su ropa estaba cuidadosamente escogida para representar a través de una metáfora visual la renovación y la modernidad que eran clave en el ideario del presidente Kennedy. Fuerte, claro y llamativo, su armario era parecido al vestuario teatral, buscaba transmitir rasgos de carácter específicos con un solo objetivo: promover los valores políticos de su marido”.
Este uso de la moda no es, evidentemente, solo ‘cosa de mujeres’. Es cierto que el uniforme del político da para pocas sutilezas semióticas: ahí está el traje de Ralph Lauren que Joe Biden llevó en su investidura, tan perfecto como aséptico. Pero también resulta innegable que se presta mucha más atención al aspecto de las mujeres. “Las políticas saben que a lo largo de sus carreras la ropa será más una responsabilidad que un activo”, argumenta Robb Young, autor de Power dressing: first ladies, women politicians and fashion. Madeleine Albright, exsecretaria de Estado de EE UU, lo explicaba así: “Da igual lo que haga. A la gente le importa que llevo puesto: la altura del dobladillo. Puede ser un poco degradante dependiendo de la situación. Pero creo que también tiene que ver con que la ropa de los hombres es muy aburrida”. Aún así, si se pretende defender la diversidad también a través de la moda, esa responsabilidad no debería recaer exclusivamente en el armario de Kamala Harris. Es como si se esperara que el feminismo fuera defendido solo por mujeres. ¿Por qué no Joe Biden vestido por un sastre que no sea blanco?
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