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Columna
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Grandes regularizaciones

El divorcio de los Cuevas Ponce, su ‘procés’ personal, ha sido otra de las noticias que ha estremecido y acompañado durante la pandemia

Paloma Cuevas, en Málaga el pasado noviembre.
Paloma Cuevas, en Málaga el pasado noviembre.KMJ/KMA (GTRES)
Boris Izaguirre

La revista ¡Hola! ha decidido concederle su portada de esta semana crucial de diciembre a Paloma Cuevas y a su larga melena. A pesar de los líos de Cantora y la regularización fiscal del rey emérito, el divorcio de los Cuevas Ponce, su procés personal, ha sido otra de las noticias que nos ha estremecido y acompañado durante la pandemia. Paloma luce radiante en la portada, incluso mejor que en aquel anuncio de Ferrero Rocher de hace unos años, menos country, más maquillada pero también más decidida. Con más firmeza. Es lo que tiene la madurez, sienta muy bien cuando sigues todos los consejos para no querer aparentar otra cosa. Además, en un saludable intento de regulación, muy certera en sus declaraciones: “La que decidió divorciarse fui yo”.

Como el semanario mantiene una naturaleza democrática e inclusiva a prueba de regímenes, coronas y gobiernos de coalición, le dedica también unas imágenes a Ana Soria, la vitalista joven que ha arrebatado el corazón y algo de raciocinio, al padre de los hijos de Paloma, el torero Enrique Ponce. Es curioso que mientras que Paloma luce sedosa y serena esa melena cuidadísima, Ana, joven de fuertes valores religiosos, es retratada mostrando preocupación mientras lleva a su mascota, un Beagle enfermito, al veterinario. Poco que ver con la Ana Soria de este verano, aquella amazona apasionada que cabalgaba sobre cocodrilos inflables en el mar esmeralda de Almería. El invierno es cruel y las declaraciones de Paloma congelaron el rumor de que podría haber reconciliación entre ella y el matador. Ya solo queda la regularización como salida. Y si la hay, aceptada por todas las partes, podemos pensar que una próxima portada será Ana, con su perrito curado y la gran interrogante de si la acompañará Ponce o ya volará sola.

Es probable que el rey emérito también vuele solo desde su exilio dorado de Abu Dabi. Quiere volver a casa por Navidad aunque le cueste más de 600.000 euros el billete. La verdad es que muchas veces nos quejamos de la familia pero lo cierto es que tira, y mucho. Resuelta la relación con Hacienda, ahora queda solo pendiente la regularización con Corinna. Y lo de reclamarle los importes de sus viajes privados en solitario mientras fue amiga no parece la mejor manera de hacerlo. Corinna Larsen, la mujer de los 65 millones y los mil vuelos, tendría que pagarse ahora los traslados que realizó sola en jet privado. ¿Tacañería o efectos colaterales de la regularización? El caso es que nunca terminaremos de entender a los verdaderamente ricos. Siempre alimenté la fantasía de volar en avión privado, entendiendo que solamente era posible a través de una invitación formal e inequívoca. Y que, de pagar, pagabas con afecto, puntualidad y unas muy sinceras gracias. Y que para conseguir que todo este viaje funcionara divinamente había que dominar unas cuantas claves, la primera de ellas aportar conversación interesante para las alturas. Esquivando cualquier turbulencia con temas motivadores sobre la humildad, la importancia de medir tus actos y palabras, de la aceptación consciente de la experiencia del momento presente. Si el trayecto se alarga y la socorrida conversación sobre mindfulness se agota, puedes comentar positivamente la decoración o el servicio de la nave mientras estiras un poco más las puntas de los pies.

Creíamos que en los viajes de Corinna con el rey emérito las cosas iban más o menos así, sobre seda y dólares. Pero no, con el final del viaje llegaron crispaciones y cuentas mal hechas. Puede que esto sea otro enredo más en esta apasionante relación pero resulta incomodo sospechar que un auténtico caballero, un embajador de su país, pida la devolución del importe del taxi a su novia. Cualquiera puede tacañear a Hacienda, pero no a alguien con quien has volado tanto y tan alto. No sé, lo encuentro una regularización, un protocolo innecesariamente amargo.

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