Operación Kitchen
Cada vez que hay una crisis gorda, la política acaba con el famoseo y el corazón. Así que, en vez de un cura confesor, siente un político en su programa
Resulta fascinante en los casos de corrupción los nombres que la policía y la justicia les ponen cuando al fin los investiga. El último en hacerse parte de nuestro léxico frecuente es Operación Kitchen, la investigación sobre el operativo de espionaje policial a Luis Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular. Ese operativo, fraguado supuestamente desde el ministerio del Interior entonces a cargo de Jorge Fernández Díaz, buscaba hacerse con la agenda personal de Bárcenas donde podrían detallarse pruebas sobre la financiación irregular del partido. ¿Por qué la bautizaron kitchen, cocina en inglés? Seguramente sería porque Bárcenas acostumbraba dejar su agenda personal en la cocina de su casa o, también, porque era un argot popular para referirse a cosas de la financiación, que siempre tiene un poco de grasa y de alta cocina.
Estas operaciones a veces arrojan personajes que nos acercan al éxtasis. Es el caso de Silverio Nieto, el cura confesor de Fernández Díaz. Que un ministro conservador tenga un cura confesor es muy de novela de Pérez Galdós. Que se llame Silverio Nieto, ya es literatura pura. Pero que ahora sepamos que Silverio es responsable de servicios jurídicos de la Conferencia Episcopal y “fontanero en acusaciones a curas por abusos de menores”, uno no puede más que llevarse las manos a la cabeza y gritar: este país es la mejor serie del mundo.
Hoy quiero confesar que yo tuve un momento de intimidad con Luis Bárcenas. Justo en pleno desgaste de su figura pública, Bárcenas continuaba acudiendo al gimnasio para mantenerse y coincidíamos en el vestuario vip. Su casilla y la mía estaban muy próximas. Luis la 69, yo la 67. Poco antes de unas Navidades nos encontramos frente a frente porque había tanta gente en nuestro pasillo que no podíamos acceder a nuestras casillas. Bárcenas volvía del vapor y yo empezaba a desnudarme para la ducha. Bárcenas es un hombre español, robusto e hirsuto. No hace falta que me describa ante ustedes, ya me conocen mejor que un cura confesor. Como venía del vapor, su pecho echaba humo y por efectos de esa aglomeración terminé viéndome envuelto en esa neblina viril, conservadora y en problemas con la justicia y sus compañeros de partido. Él se manifestó incómodo, y yo musité un “permiso, Bárcenas, es que estamos un poquito apretados”. Su móvil sonó, lo tomó y consiguió salirse del apretado espacio. Siempre he sospechado, y a la vez deseado, que esa llamada fuera de algún implicado en la Operación Kitchen, o Gürtel, para sentirme así parte de la historia contemporánea de España. Unas semanas después de ese vaporoso encuentro, Bárcenas entró en la cárcel y su casilla quedó cerrada. Cada vez que estoy cerca, pienso, en mi rollo de investigador amateur, ¿y si la agenda está allí dentro?
Con los años, me doy cuenta de que yo he ejercido de confesor en muchas ocasiones. Sin ser ni cura ni psiquiatra. Así que una confesión tiene muchas maneras de ser y va a convertirse en una forma de comunicación para los políticos, sobre todo ahora que muchos pasan del escaño a la cocina o a las mesas televisivas de las mañanas. Cada vez que hay una crisis gorda, la política acaba con el famoseo y el corazón. Así que, en vez de un cura confesor, siente un político en su programa. Y no hace falta estar de acuerdo con ellos, por ejemplo, a mí me fascina Celia Villalobos, pero más que nada porque la vi en acción durante mi visita a MasterChef Celebrity 5 y va a ser una de las grandes revelaciones de esta temporada. Ella sí que va a hacer una operación Kitchen, sin agenda, con mucha sal. Y pimienta.
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