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La paradoja y el estilo
Columna
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Un elefante de 50 años

Es como si tuviéramos que aceptar que los personajes, los intereses, las verdaderas y falsas tramas de la vida son casi siempre las mismas

El rey Juan Carlos posa con otro cazador delante de un elefante abatido en Botsuana en 2006, en una fotografía publicada por la web de la compañía Rann Safaris. 

Foto: Rann Safaris
El rey Juan Carlos posa con otro cazador delante de un elefante abatido en Botsuana en 2006, en una fotografía publicada por la web de la compañía Rann Safaris. Foto: Rann Safaris
Boris Izaguirre

El 25 de agosto, Claudia Schiffer, el paradigma, el motor de la industria de las supermodelos de los años noventa, cumple 50 años. Se hace emérita. Recordaba eso cuando la vi, inmaculada, sin cambio alguno en ese rostro que lleva 30 años acompañándonos y vendiendo cosas caras desde la marquesina de una calle principal o en la pared de una droguería buena. Siempre igual de serena y muda, bella y relajada, acompañada solo por la palabra Chanel. ¡Qué suerte de vida! Claudia nunca ha estado involucrada en ningún lío, salvo aquella emplumada relación con el mago David Copperfield. Era evidente que él usaba muchísima más laca y más autobronceador que ella.

Cumplir 50 años, pues, es fantástico. A mí me ocurrió hace poco, igual que a Terelu Campos que, siempre precoz, se ha adelantado unos días a su auténtica fecha de cumpleaños y esta semana acapara portadas sorprendiendo con un potentísimo posado en bañador para la revista Semana. Mientras, Diez Minutos ofrece una retrospectiva de sus posados históricos. Cuando cumples cincuenta asumes que los últimos treinta han estado dominados por los mismos personajes populares. Los Windsor, por ejemplo, han estado presentes durante mis cincuenta años en distintos niveles de melodrama, tragedia, comedia y poder mediático. Como los Borbón. Es como si tuviéramos que aceptar que los personajes, los intereses, las verdaderas y falsas tramas de la vida son casi siempre las mismas. Puede que uno cambie físicamente, que aparezcan o desaparezcan personajes, pero la necesidad de narraciones y chismes permanece. Y solo unos cuantos pueden alimentarla.

Es curiosa la vida aunque sea real. El mismo día que la reina Letizia pisaba Sant Antoni, en Ibiza, yo me alejaba de allí como un capitán pirata cantando alegre en la popa de un velero. Alguien preguntó si retrasábamos la salida para saludar a la Reina. Me habría encantado felicitarla por su empeño en delimitar ese cortafuegos mágico entre su familia y la de su esposo. Decirle que siento mucho que las noticias sobre su suegro se empeñen en fastidiarles la gira. Y también me hubiera encantado indagar sobre el accidente doméstico de su hija menor, Sofía, apenas llegaron a Marivent. Se ha escrito, con esa opacidad que hace proliferar diferentes versiones, que resbaló en una escalera. La joven tuvo que recurrir a unas muletas precisamente en esos días en que el edificio de la monarquía parlamentaria parecía tambalearse, por los pasos de gigante furioso del rey emérito en el traslado a su nuevo palacio de las mil y una noches.

El elefante abatido en Botsuana por Juan Carlos en 2012 tenía 50 años, los mismos que ahora cumple Claudia. Lo hemos sabido por la entrevista de Corinna Larsen en BBC Four. Admito que, desde que la conocí, me atrae la voz y el tono de Corinna que, como Terelu y yo, está en la 50. Pero mejor armada y serena. Acero caliente y humeante. Un poquito de sexy, cercana pero distante. Son sus recuerdos de esa cacería lo que más me ha interesado de esta entrevista. “Soy cazadora pero jamás he matado a un elefante ni nunca lo haría”, dispara. Aunque tiene buena puntería, asegura que ese viaje siempre le provocó aprehensión, una manera dulce de decir miedo en inglés. Jo, a ella y a nosotros.

En el aeropuerto, volví a cruzar delante del cartel de Claudia Schiffer, con sus 50 años. Serena, rubia y reina. Le lancé una plegaria: que los cincuentones aprendamos pronto a ser como ella y nos mantengamos siempre alejados de líos peligrosos y con ese aspecto suyo, un poco cuadriculado quizás, pero serenísimo. Y no terminar como el elefante de Botsuana.

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