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La paradoja y el estilo
Columna
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Viaje a Ibiza

En Ibiza hay tiempo para todo, para bucear, para sexo oral y para conocerse mejor

Diana Vreeland, en una fotografía de 1975 en su apartamento de Manhattan.
Diana Vreeland, en una fotografía de 1975 en su apartamento de Manhattan.Richard Champion (Conde Nast via Getty Images)
Boris Izaguirre

Cuando era joven e impresionable, me gustaba releer las memorias de Diana Vreeland, la mítica editora del Vogue americano en los años sesenta y una especialista en resultar excéntrica, entusiasta de todo lo moderno y de lo que le permitiera a ella volverse un icono. Esa biografía se titula D.V. y alberga un capítulo dedicado al equipaje que llevaba para sus veranos en el País Vasco. “Siempre son los mismos cuatro pantalones, las mismas seis camisetas y el mismo impermeable, dos pares de sandalias y alpargatas, más un sombrero. ¿Por qué son los mismos? Porque cuando los uso en Biarritz o San Sebastián, cambian de color. El azul se hace más profundo, el verde más limpio. Es la luz, la luz de esa parte del mundo. Hay que vestirse siempre de acuerdo a la luz de cada país.”

Esa idea de Vreeland ha marcado casi todas mis maletas. E intenté aplicarlo en mi visita a Ibiza, donde voy desde hace años a pasar cuatro extenuantes días de descanso a la casa, coqueta y pulcra, de unos buenos amigos barceloneses. La experiencia de la Terminal 4 vacía provoca una sensación inquietante y perturbadora, como la de ver a las infantas Elena y Cristina, que no han renunciado a ninguna herencia, con bolsas llenas en las rebajas de verano. Pero una vez llegados a Ibiza te tranquilizas aunque pocos hoteles están abiertos, la propia Carmen Matutes me lo confirmó durante una cena que terminó diluida por el alcohol y mis voces. Ya llegaremos a ello, antes prefiero abordar la curiosa invitación con la que nos recibió la isla: una respetable sesión de ayahuasca a cargo de un chamán occidental. ¡Los chamanes están de actualidad, la princesa Marta Luisa de Noruega tiene uno y en Ibiza anidan varios! La ayahuasca se trata de un destilado de dos hierbas amazónicas que te empuja a un viaje introspectivo donde puedes incluso hablar con tus seres queridos.

Ibiza tiene un rollo perfecto para hablar y para esa introspección que buscamos. Algo poco asociado con la isla más discotequera del mundo pero este verano la pandemia ha cambiado ese paradigma turístico. La primera vez que me invitaron, el año pasado, alguien adujo que yo era demasiado frívolo para encajar la introspección. Lamentablemente las apariciones no se pueden programar, de ser así si se me apareciese Diana Vreeland yo aprovecharía para hablar de paradojas y de estilo. En esta segunda ocasión, mi marido recordó que estoy presentando un directo en TVE y que no podía exponer mi salud a experiencias extrasensoriales de moda. Le hice caso y me enrolé en una cena masculina con propietarios de barcos y sus invitados (Truman Capote recomendaba que nunca deberías ser dueño de una embarcación sino ser invitado a los mejores yates).

La charla introspectiva giró acerca de los problemas con las tripulaciones en embarcaciones de recreo y por si esto no fuera lo suficientemente húmedo y jugoso, el otro tema de conversación fue el sexo oral con mujeres. En Ibiza hay tiempo para todo, para bucear, para sexo oral y para conocerse mejor. Uno de los caballeros, un abogado muy masculinote, próximo al centroderecha político, aseguró provocador que jamás había “bajado al pilón”. Un comentario afeado de inmediato por la única dama presente que aseguró, muy socialdemócrata y sin ruborizarse, que para ella el que un varón sepa desenvolverse con precisión y gracia en el sexo oral “es el mejor baremo para saber si me interesa o no”. Se abrieron bocas y otra botella. Entiendo que quieran saber el nombre de los comensales pero hay informaciones que publicadas podrían hacer naufragar nuestro regreso a Ibiza. A sus cenas, yates e invitaciones.

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