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Un ingente patrimonio, un falso secuestro y la encrucijada de sus caballos: las desgracias de la marquesa de Moratalla

La batalla de los hijos de la aristócrata, fallecida en 2017, por su millonaria herencia pone en peligro los preciados purasangres rescatados por ella y que fueron su gran pasión

La marquesa de Moratalla, en el Prix de la Ville de Toulouse de 2006.
La marquesa de Moratalla, en el Prix de la Ville de Toulouse de 2006.©ABC
Maite Morate

Cuando las desdichas de la nobleza traspasan los muros de palacio —en este caso una mansión de Domaine de Couméres, en las afueras de Biarritz— y llegan a los tribunales con acusaciones de secuestros, robos e incluso sospechas de asesinato, el interés mediático se dispara. Y si a eso se suma la disputa por una ingente fortuna familiar, los niveles de atención son inabarcables. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la vida de Soledad Cabeza de Vaca y Leighton, marquesa de Moratalla, quien fallecida en 2017 a los 87 años, sigue suscitando la misma atracción o más con su herencia.

La disputa familiar por la millonaria fortuna se remonta a los años noventa, aún estando la marquesa viva, pero el último capítulo de esta guerra lo han protagonizado los empleados que cuidan lo que fue lo más preciado para la aristócrata: sus caballos. Cabeza de Vaca, una de las mujeres más ricas de la nobleza española, maestra del bridge y exitosa criadora de caballos purasangres, llegó a hacerse un nombre en el mundo de las carreras de caballos a la misma altura que el príncipe Agá Khan o el emir de Dubái. Fue su hermano mayor, Alfonso, marqués de Portago, playboy y primer piloto español de Ferrari, quien la introdujo en este mundillo cuando en los años cincuenta le regaló una yegua, a la que le puso de nombre Cassandra y con la que la aristócrata inició una exitosa trayectoria haciéndose un nombre en las principales carreras de Francia, con un palmarés que sumó más de 5.000 victorias.

Pero la pasión de la marquesa por estos animales trascendía los concursos. A lo largo de su vida crió y domesticó miles de ejemplares y en sus últimos años, antes de que el alzhéimer la postrara en cama, Cabeza de Vaca dedicó gran parte de su tiempo a ordenar rescatar de mataderos caballos enfermos y retirados de las competiciones. Cincuenta de estos animales estaban repartidos en cuatro cuadras de la región francesa de Las Landas y el País Vasco francés y unas de las últimas voluntades de la matriarca era la de continuar esta solidaria acción en pos de los animales. Algo que los trabajadores han podido llevar a cabo estos años hasta el pasado marzo cuando, según informaba hace unos días la radio pública francesa France Bleu, dejaron de recibir su remuneración al poco de declararse la pandemia del coronavirus que ha afectado a todo el planeta. Como consecuencia, se han visto obligados a reducir los gastos veterinarios, de cuidados y alimentación y han decidido acudir a la justicia.

Un problema que tiene su causa en los enfrentamientos por la herencia de la marquesa de Moratalla, disputada en los tribunales franceses por sus dos hijos, el biológico, Forester Labrouche, de 67 años, y a quien la matriarca desheredó en favor del adoptivo, Germán de la Cruz, de 40. La cruenta pelea entre ambos hermanos se remonta más de treinta años atrás, cuando el propio Labrouche ya se enfrentó a su madre en vida por el patrimonio de su abuela. Soledad Cabeza de Vaca y Leighton (Londres, 1930) era la segunda hija de Antonio Cabeza de Vaca y Carvajal, descendiente del conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca, marqués de Portago y Moratalla y quien fue considerado un héroe por el bando franquista durante la Guerra Civil. Su madre, Olga Beatrice Leighton, era una enfermera angloirlandesa que se casó con el aristócrata español poco después de enviudar de Frank J. Mackey, cofundador del banco HSBC, del que heredó una gran fortuna que aportó a su segundo matrimonio y que está en el origen de la disputa entre los actuales herederos. Una fortuna que, añadidos los suculentos ingresos de la marquesa de Moratalla obtenidos por la cría de caballos purasangres, se estima en al menos 150 millones de euros.

A lo largo de casi dos décadas, Labrouche sentó a su madre en el banquillo casi una veintena de veces en Suiza, Liechstenstein, Francia e Inglaterra acusándola de haberle robado parte de su herencia, la que le correspondía tras el fallecimiento de su abuela en 1980 y por la que ambos se convirtieron en principales beneficiarios de un fideicomiso depositado en Liechtesntein. El primogénito de la marquesa de Moratalla, alentado por su esposa Stéphanie Hug, ejecutiva de un importante banco en Ginebra, acusaba a su madre y a sus administradores de apropiación indebida de fondos, de supresión de documentos, de abuso de confianza y de haber ocultado parte del testamento de sus abuelos que, según él, lo designaba como heredero principal de la fortuna familiar. Según algunas informaciones, la madre de la aristócrata dejó estipulado en su testamento que su hija recibiría de por vida los beneficios del rendimiento del capital de la sociedad y, después de su muerte, su hijo biológico podría acceder al 75% de la fortuna. El 25% restante iría a otros familiares.

Unas inquietudes por parte del primogénito puede que se incrementaran con la llegada de un nuevo miembro a la familia, Germán de Cruz. Sol, como la conocían en familia, había perdido a su marido, Maurice Labrouche, y a uno de sus dos hijos, Jay, que falleció a los 23 años en un trágico accidente ecuestre. Quizás en busca de ese amor arrebatado, con 57 años la marquesa adoptó al colombiano Germán, de siete años y 28 menor que el que a partir de ahora sería su hermano mayor. “Al principio fue un choque para los dos. Yo era un niño y él ya era un señor. Nunca compartimos pasiones, pero con el tiempo aprendimos a llevarnos bien. Era mi hermano mayor, yo lo admiraba. Íbamos juntos a la playa, jugábamos al golf, pasábamos la Navidad en Gstaad”, contó el propio Germán en una entrevista a Vanity Fair en 2017 sobre su relación con Labrouche.

Aunque todas las denuncias contra su madre fueron desestimadas, el enfrentamiento del primogénito fue subiendo de tono mientras se distanciaba de su madre y hermano. Cuando la marquesa de Moratalla comenzó a enfermar, Labrouche acusó a De la Cruz de “secuestrar” a su madre con el objetivo de hacerse con el control total de la fortuna familiar aduciendo este un poder firmado en 2012 en Suiza por la marquesa que le encomendaba sus asuntos si llegaba a tener sus facultades mermadas. La acusación fue de nuevo desestimada y fue una jueza de Bayona quien autorizó a que la aristócrata siguiera viviendo con su hijo adoptivo, nombrado su tutor legal, que contó en todo momento con el respaldo de la mayoría del servicio de la casa. Con el fallecimiento de la aristócrata en noviembre de 2017 se avivó más el fuego entre los hermanos y Labrouche solicitó una autopsia aduciendo sospechas sobre la muerte de su madre, algo que el propio De la Cruz tachó de “acusaciones infames”. En pleno litigio y a escasos dos meses de la muerte de la marquesa de Moratalla volvió a estallar otra bomba: esta habría desheredado a su hijo biológico, Forester Laboruche en favor de su hermanastro Germán de la Cruz, el hijo adoptado en Colombia en 1987, según un testamento firmado en Suiza en 2012, ante notario, con la presencia de dos testigos y con la marquesa aún en pleno uso de sus facultades.

Y cuando han pasado casi tres años de la desaparición de la marquesa de Moratalla y todavía sin dirimir la batalla familiar por la herencia, hay que sumar al enredo el malestar de los cuidadores de los caballos rescatados. Según adelantaba Fance Bleu, la abogada Jeanne Cazalet interpondrá una demanda en representación de seis de esos trabajadores en un juzgado de lo social en Bayona pidiendo que con la herencia se paguen sus salarios y los cuidados de los animales que en vida tanto protegió Soledad Cabeza de Vaca. Falta por ver si habrá respuesta por parte de alguno de los dos hijos de la aristócrata.

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Sobre la firma

Maite Morate
Es redactora en Última Hora y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Antes trabajó en el diario digital Redacción Médica y en la Cadena SER. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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