Cheska, medio siglo de secretos y peines
El salón madrileño de la peluquera Cheska y su hija, María Baras, es lugar de encuentro de clientas famosas y laboratorio de estilo para películas
Una peluquería no es solo un lugar para cortarse el pelo. De ahí que se llamen, también, salones. Salones donde charlar, ver y dejarse ver, saludar, comentar. Casi confesionarios. Lugares que van mucho más allá de las tijeras y el tinte y en los que la comunicación es la clave. Quizá sea esa comunicación perfecta, en su justa medida, la clave por la que Cheska lleva triunfando en Madrid con su peluquería homónima desde hace exactamente 50 años. Y, quizá por ello, por el boca a boca mezclado con la discreción, se ha convertido en uno de los salones de belleza más importantes de Madrid, y en el favorito de docenas de famosas.
Las fotos de la entrada del local, situado en la calle de Velázquez, en plena Milla de Oro de la capital, lo confirman: Lola Flores, Penélope Cruz, Concha Velasco, Paula Echevarría, Ana García Obregón, Inés Sastre o Ana de Armas adornan las paredes. También lo confirmaron en persona las docenas de rostros conocidos que acudieron a festejar el aniversario de la peluquera de las estrellas el pasado jueves: Elena Rivera, Jose Toledo, María León, Arancha del Sol, Helen Lindes, Carlos Sobera... Allí, la presentación corrió a cargo de una cariñosa Nieves Álvarez y el Cumpleaños feliz lo entonó Marta Sánchez.
El de Cheska es un negocio de los que, entre las franquicias, las rotaciones de los locales y la tiranía de la moda, apenas quedan. Un lugar con solera. Empezó en 1970, cuando aquella oficiala de peluquería de la calle de Jorge Juan y un joven arquitecto, Jesús Baras —que desde hace 48 años y medio es su marido— decidieron dar el salto y montar “esta bombonerita” que medio siglo después sigue en pie. El mayor orgullo de la peluquera, sin embargo, no es su salón. Son sus cuatro hijos, dos fuera del negocio —periodista una, abogado otro— y otras dos dentro. Cheska hija, Cheskita con cariño para casi todos, lleva la gestión. “Estudió para esto”, dice su madre, orgullosa. María Baras, en cambio, es peluquera y su sucesora natural. Si el salón cumple 50 años, Baras cumple 20 en él, desde que volvió de Londres en el 2000 para tomar las riendas. “Lo que los padres han hecho, los hijos no suelen respetarlo. En mi caso es al contrario”, cuenta orgullosa Cheska en un pequeño saloncito con un lavabo y un par de puestos para peinarse que se esconde dentro del propio salón.
Con 20 personas —"todas mujeres", recalca la dueña— trabajando, este es “un negocio con amor y por amor”. Su fundadora se alegra cuando las clientas le dicen que las trata a todas por igual, sean o no famosas. Y de esas últimas, pocas quedan que no hayan estado en Velázquez, 61. “Han pasado todas, todas las actrices. Victoria Abril, Assumpta Serna...”, se arranca Cheska. Todo empezaba, normalmente, con una relación laboral. “Los productores de sus películas nos las mandaban, sobre todo para hacerles el color”, explican madre e hija. A Assumpta Serna, por ejemplo, recuerda Cheska que la conoció con su pelo “finito, finito, muy claro". "Entonces rodó Matador con Pedro Almodóvar y tenía que ponerse morena. Pero nos contó que tenía un rodaje en Francia y que tenía que hacer otra vez de rubia. Así que tuvimos que pedir unos tintes especiales a Estados Unidos, todo se retrasó...”, rememora. De aquello hace 35 años, pero hoy la historia se repite: acaban de teñir a Elena Rivera de pelirroja para rodar la serie Inés del alma mía y ahora es una más en su salón.
Es una de las mil y una anécdotas de Cheska de las que tampoco termina de desvelar. Por respeto a sus clientas. Por no romper el vínculo con ellas, conocidas o anónimas, que se sientan en la peluquería las unas al lado de las otras. Por todas ellas decidió hacer su celebración: “Es una fiesta en homenaje al agradecimiento. De aquellos dos jóvenes emprendedores, que han tenido muchos apoyos, muchas buenas personas por el camino. Hay que encontrar a gente generosa".
Cheska no es nada fetichista. Estuvo tres días rodando con la top Yasmin Le Bon y volvió sin enterarse de quien era. Su hija María, en cambio, lo ha sido más. Reconoce que de adolescente acumulaba carpetas forradas de modelos a las que adoraba. No tuvo más que peinar a Cindy Crawford para ver su normalidad. “Era encantadora”, confiesa, sonriente. También han trabajado para bodas de rostros conocidos que recuerdan con nostalgia, como la de la hija de Beatriz de Orleans; la de Terelu Campos, que sigue acudiendo al salón a cortarse el pelo; o la de Marta Hazas en Santander, que Baras recuerda con especial cariño.
De aquella época en la que le daban las diez de la noche en el salón, y que ya pasó, Cheska rememora momentos especiales, como sus días de baile con el coreógrafo Giorgio Aresu, primero en exhibiciones de peluquería y luego en la televisión, danzando tijera en mano y conducida por Jesús Hermida. Hoy, todo aquello ha cambiado, pero todo sigue igual. La hija vive entre producciones de moda, publicidades y rodajes; la madre no termina de retirarse y sigue pasando por la peluquería un par de horas cada día, algo que la hace sentirse afortunada, y no solo a ella. “En el oficio de peluquera haces a la gente feliz. Y mis clientas lo son”. Tengan el nombre o el apellido que tengan.
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