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Mesa para uno: cómo superar el drama de comer solo

¿Existe un estigma contra los gourmets solitarios? Comer de restaurante sin la compañía de otras personas sigue llamando la atención, pero es cada vez más habitual y puede ser muy placentero.

Comer sola mola.
Comer sola mola.Rebecca Blackwell (AP)

Todos recordamos nuestra primera vez. La mía fue con 18 años recién cumplidos, un mediodía de agosto en una cadena de restaurantes de pasta de medio pelo en el centro de Londres, tocando a Trafalgar Square. Me ha quedado en la memoria mi aprensión al sentarme, la sensación de ser algo marciana entre los grupos familiares de turistas, alguna parejita despistada, y dos o tres oficinistas trajeados. Era 1991, y aunque en mi casa siempre había habido afición a comer fuera y había salido a cenar alguna vez con amigas del insti, nunca hasta entonces me había sentado a un mesa por mi cuenta para tomar nada más elaborado que un café y un bocadillo. La carta era larga, con las portadas de plástico, y estaba llena de platos tipicorros.

¿Pasta o pizza? ¿Dos platos serán demasiada comida? ¿Llevaré suficiente dinero para pagar? ¿Estará fuera de lugar que me pida vino? Ya lo sabía Spiderman: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y la sensación de que sí, todo el mundo me observaba pero de que en la soledad de mi mesa también se me abría la posibilidad de observar a los demás y de concentrarme en la comida (ensalada y pasta, ambas tirando a infames, sin vino, paredes rojas, blancas y verdes, servicio lento).

“Al comensal que viene solo se lo sigue mirando con un poco de pena porque socialmente provoca recelos la idea de estar con uno mismo”, me cuenta el sommellier y maitre Bruno Tannino. “Es algo por lo que he discutido en muchas ocasiones con mis compañeros de trabajo”, comenta este profesional de la sala, que confiesa que come solo en restaurantes “desde la adolescencia” y calcula que habrá realizado un 60% de sus comidas en restaurantes “acompañado de un buen libro”.

Tannino remarca que no se cumple cierta leyenda negra que reza que en los restaurantes se trata peor a los clientes que comen solos, poniéndoles en mesas escondidas o negándoles una reserva. “Te garantizo que al cliente solitario no se le trata peor; al contrario, a menudo se piensa 'pobrecito', lo que se traduce en un trato de cierto afecto. Es un clásico que si en el mismo servicio hay un dos personas comiendo solas alguien en la sala o en la cocina especule con aparejarlos. Y eso en los restaurantes de un nivel medio. En los establecimientos de un cierto nivel, cuando entra una persona sola, a menudo saltan las alarmas por si es un crítico”.

¿No hay restaurantes que intentan no servir a personas solas porque les ocupan un mesa que no se llena?, pregunto a mi entrevistado basándome en lo que me ha ocurrido a mí misma en alguna ocasión. “Un restaurante que se niega servir a una persona sola o la trata mal tampoco va a tener buen servicio sea cual sea el tamaño de tu grupo. Seas el llanero solitario o los 100.000 hijos de San Luís, si un restaurante cae en eso es que de un modo u otro te van a tratar como una mierda”, me espeta tajante.

“Comer solo te da libertad”, me dice David Valdivia. Este profesor barcelonés cogió afición a visitar restaurantes por su cuenta cuando escribía el blog La Hora del Bagel, en el que se dedicaba a comentar las novedades y los clásicos de su ciudad. Aunque el proyecto terminó, le quedó "el placer de descubrir sitios sin premeditarlo, pudiendo elegir dónde, cuándo y qué comer.”. “Con las redes sociales ya no comemos verdaderamente solos. Si un restaurante tiene wifi, estás acompañado”, asegura Valdivia, que confiesa haber fantaseado en alguna ocasión con “una red social estilo Tinder, aunque sin la connotación de pareja, que permitiera a quienes comen sin compañía en una zona poder juntarse entorno a una mesa”.

Valdivia afirma no haberse sentido nunca peor tratado en un restaurante por el hecho de ir por su cuenta, aunque matiza que hay que entender que se le ofrezca mesa en la barra, por ejemplo, en lugar de situarlo “en una mesa central en la que caben cuatro personas”.

Para poner a prueba el trato a los solitarios, decido investigar sobre la última frontera de su gastronomía: el arroz. Hasta hace poco último bastión de los platos a compartir, la ración para uno cada vez va apareciendo en más cartas y menús. “Al principio nos costaba hacernos a la idea”, me comenta Marc Mañosa, jefe de cocina de Ca la Nuri Platja, un restaurante de la Barceloneta, en Barcelona, donde los arroces son precisamente la especialidad. “El obstáculo principal está en el espacio de los fogones, y en contar con suficientes paelleras. Pero es cuestión de organizarse.”

Mañosa remarca que la inclusión del arroz para una persona no ha hecho aumentar mucho el numero de clientes que visitan solos el local: "El arroz sigue siendo un plato que se asocia con la fiesta, con compartir”. Pero la idea, que incorporaron a su menú hace dos años y medio, les ha ayudado a servir más raciones de este cereal, “porque ahora ya no hay que convencer a toda la mesa de que lo pida”.

¿Y en la gastronomía casera? ¿Existe el “ella come sola” o el "solo ante el peligro"? “Es bastante curiosa la idea que tienen los editores de libros de cocina sobre quienes son los comensales solitarios”, afirma Jónatan Sark, uno de los propietarios de la Librería La Sombra, de Madrid, y gran aficionado a la cocina. “La inmensa mayoría de los recetarios que vendemos tienen las cantidades pensadas para alimentar a cuatro personas. Existen dos excepciones a esto: los de, llamémosle 'cocina romántica', que son para dos, y los que van dedicados a solteros y/o recién independizados, que son los únicos que están pensados para una única persona”.

Sark considera que esto es “algo ridículo, porque hay muchísimas razones por las que uno puede querer no cocinar para nadie más que uno mismo, y no todas pasan por la soltería”. Además, dice “los libros de cocina para recién independizados suelen pararse en recetas muy rudimentarias, dos rebanadas de pan y cualquier tontería en medio, como dando por hecho que al final la forma natural de comer sofisticadamente siempre será acompañado de otros”.

Una idea del todo errónea, habida cuenta de que los hogares unipersonales ya constituyen el 25% del total, y que hay, según la Encuesta Continua de Hogares de 2016 llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística, 4.584.000 personas que viven en esta situación. Y que, presumiblemente, conocen ya los placeres de sentarse a la mesa solo.

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