Un amor de verano de... Marta Nieto: ‘La portuguesa de cuatro patas’
La actriz y directora se pregunta cómo se agradece el amor incondicional y se devuelve el bienestar de un cuerpo descansando sobre el tuyo

Me gustaba mucho la idea. Llevaba dándole vueltas varios meses. Y ahora sí que me sentía capaz —total, he podido criar a un hijo y la cosa ha ido más o menos bien—. Así que sí, lo veía factible. Mucho. La idea ocupaba todos los días un ratito en mi cabeza.
Pero lo justo es que os ponga en antecedentes. En mi casa nunca hemos tenido animales. La relación más parecida que tuve con uno duró muy poco. Muy poco. Mucho.
A nuestra vecina de la playa, Laura, le regalaron un patito azul. Mi hermana y yo, sentadas en la acera de la playa de Mar de Cristal bajo una farola rota en los tardíos ochenta, hablábamos con Laura de la suerte que tenía por ese regalazo viviente. “Jo, tía, encima azul, el mejor color. Por ahí tiene una calva, pero dice mi hermana Mariajo que se puede volver a pintar”. El patito, supongo que harto de tanto sobeteo a unos treinta y tantos grados a las diez de una noche de agosto en Murcia, correteaba entre nosotras sin dejarse achuchar. Recuerdo que, de un impulso, me puse de pie —ahora supongo que cansada de alabar la suerte de mi amiga y con ganas de volver a casa—. Pero ese segundo de levantada resultó ser eterno. Debajo de mi pie izquierdo, ya firme en el suelo, apareció, de pronto, el patito de mi amiga. Esclafat. El animal falleció en el acto. Sin sonido. Sin crujido. Sin lamento. En ese momento cotidiano de verano maté al objeto de deseo de tres niñas de ocho años. Apechuga con eso. Ni el entierro en una caja de zapatos en un descampado mirando al mar, ni la sustitución del patito azul por otro rosa —no quedaban más— me han hecho olvidar hasta ahora los peligros del deseo. Ni mi fuerza descomunal.
Y entonces Lili llegó para saldar cuentas. La caravana en la que viajábamos requería cierto esfuerzo de convivencia. Dos preadolecentes y sus padres, novios desde hace un rato, que deciden viajar juntos para anticipar lo que será la convivencia real en el nuevo curso. Hay comedias de verano que lo petan con premisas peores. Pero la cosa no iba mal, la costa de Portugal es bonita y había mucho esfuerzo en forma de terapia acumulada y humor. Cuando la encontramos, chiquitita y muy hambrienta, lo que más me sorprendió fue su valentía. No nos tenía miedo ni intuía el potencial peligro en mi persona. En sus ojos podía ver el fantasma del patito azul trascendido a otra dimensión. Olé. Maravilha. Obrigado. Lili se dejó coger y, metida en una bolsa de tela verde, la llevamos al veterinario de su pueblo, Milfontes. Un lugar al que me gustaría peregrinar de vez en cuando. Para honrarlo como a la Meca.
Al cabo de un par de horas ya teníamos arenero, trasportín y mucha comida para bebés gatitos. Para mí todo nuevo y excitante. Y mucha responsabilidad. De pronto éramos cinco seres conviviendo en el mismo pequeño y veraniego espacio rodante. Ahora la energía era otra.
Ella había venido a jugar. Observar la capacidad de juego de Lili es de lo más espiritual que he hecho en mi vida —y eso que durante una época hice mucho yoga—. Por algún motivo, la inocencia de Lili hace que yo me acuerde de la mía propia. Y, como madre de un adolescente maravilloso —ya no pre, en la actualidad ya sí, in, in—, puedo decir que conectar con esa inocencia me ayuda mucho a no querer morir, ni volver a matar. Gracias Lili por tanto.
Porque, además, yo que me dedico a expresar emociones ya pensaba que me las sabía todas. Pero va ella y me deja sin palabras. Me mira, me ronronea. Y de pronto: plaf, una emoción que no conocía, otro color. Uno nuevo. Alegre. Felicidade.
Lili ha llegado con sus ojazos azules, sus arañazos, sus pelos, sus maullidos, su caca. Y, de pronto, me parece tan bien limpiarle la caca, quitar los pelos de la ropa, tener reserva de antihistamínicos en casa.
Porque, ¿cómo se agradece el amor incondicional? ¿Cómo se devuelve el bienestar de su cuerpo descansando encima de ti? ¿Sus patitas amasándote el corazón? Llevo tiempo sospechando que en Portugal fue ella la que eligió cuidar de mí. Lo que no sé es si ella sabe hasta dónde ha llegado. Lili me ha reconciliado con aquel otro verano.
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