Ansiedad, frustración e incluso claustrofobia: cómo puede afectar a la salud mental vivir de alquiler
La dificultad para encontrar un piso, la incertidumbre de tener que dejarlo, los problemas con los caseros o la alta inversión económica inicial son algunos de los problemas a los que se enfrentan quienes no tienen opción de ser propietarios
Ana Lobo llegó a Madrid desde su Asturias natal con 18 años. Desde entonces (ahora tiene 45) ha pasado por 12 pisos de alquiler, es decir, que suma una docena de fianzas —devueltas o no—, ha tenido mejor o peor relación con una docena de caseros y ha hecho 12 mudanzas, algunas por voluntad propia y otras porque no quedaba otra opción. Esta es una de las principales preocupaciones de un inquilino: ¿Cuándo tendré que irme de mi casa? “Llevo cuatro años en esta casa y no sé qué va a pasar cuando me venza el contrato porque no sé si voy a poder pagarlo. Cuando se acerca la fecha de renovar me tiro un mes y pico con ansiedad, durmiendo mal. Piensas: ‘A ver a cuánto me va a subir”, asegura Ana Lobo.
Cuando todo está en orden o cuando el mundo se acaba —lo comprobamos en la pandemia— nuestra casa debería ser nuestro refugio, ese lugar al que solo le pides que te haga sentir bien. Pero no siempre es así. “No puedo planificar a largo plazo. No invierto en tener una casa como a mí me gustaría porque no sé si voy a poder tenerla más de los cinco años que dura el contrato”. De momento, Ana Lobo está contenta en un piso en la zona de Pacífico de la capital, pero encontrarlo fue muy difícil: “Estuve quedándome en casa de una amiga porque no había casas. Lo que me podía pagar era un semisótano de 20 metros, y por ahí sí que no iba a pasar. Hasta que encontré esto, un poco de rebote, a costa de mirar todos los días a todas horas y ser la segunda de la visita”.
Parece lógico pensar que la dificultad de acceder a un hogar que cumpla un mínimo de nuestras expectativas y la incertidumbre de tenerlo que abandonar cuando lo hemos encontrado afecta a nuestra salud mental. Porque no hablamos de conseguir un capricho sino de un derecho fundamental. “Cuando el ser humano siente que no tiene opciones, que no puede elegir, se genera una sensación de limitación y de claustrofobia que muchas veces deriva en sensación de angustia”, afirma la psicóloga clínica Ana Aizpún. “Puede ocurrir si estoy en una hipoteca y no tengo manera de traspasarla, pero también cuando no tengo opción de comprarme una casa. Esto, además, tiene un doble agravante porque el que se ha comprado una casa y se ha equivocado o han cambiado sus circunstancias ya tomó una decisión en un primer momento, pero el que querría poder comprar y no puede, tiene una sensación de carencia que genera mucha frustración”, añade.
A lo que, según la psicóloga, se suma la injusticia: “Los sueldos actuales, ni siquiera el medio, solo el mayoritario en España, hacen que sea prácticamente imposible, sin ayuda o sin herencias, comprarse una casa. Y creo que ahí hay una especie de sensación de injusticia, de opresión, de frustración y de falta de privilegio”. A este problema se suma que los alquileres han subido más de un 50% en los últimos 10 años —según un estudio de Fotocasa e Infojobs— y que, como apunta Ana Aizpún, los salarios han aumentado poco más del 3%. “Madrid siempre ha sido un poco más caro, pero era más equilibrado. Decías: ‘Lo mismo que utilizo el metro, pago el alquiler como un servicio’. Ahora intentar llevar una vida independiente y no compartir implica renunciar a muchas cosas”, asegura Ana Lobo.
Ante esta situación, la psicóloga cree que hay dos tipos de personas y, por lo tanto, dos maneras de enfrentarse al problema —”no digo que unas sean las buenas y otras las malas”—. Por un lado, están las que “por carácter, por estructura, por mentalidad, puedan hacer un ajuste más rápido y dicen: ‘Bueno, no puedo y entonces lo acepto’. Esto lo pueden hacer personas para las que la seguridad no es tan importante, o que no tienen aspiraciones de arraigo tan fuertes. Y luego hay otras personas para las que eso puede ser una fuente de mucha angustia y mucho estrés”.
Es un problema global. En el Reino Unido, The Journal of Epidemiology & Community Health ha publicado un estudio de Understanding Society que afirma que los propietarios son más longevos que los inquilinos, tanto por razones físicas —problemas de insalubridad en las casas— como mentales: el estrés y la incertidumbre están haciendo mella. Y provocan, según el estudio, peores consecuencias que estar en una situación tan límite como puede ser el paro. Esta tensión se genera, muchas veces, por una difícil relación con los caseros que no hacen un correcto mantenimiento de la casa o que se intentan quedar con las fianzas: “Me pasó con una casera anterior—cuenta Ana Lobo—. Tuve que dejar la casa porque venía ella a ocuparla, y tuvimos un lío. Después de cinco años se quería quedar con la fianza porque decía que habíamos dejado un poco de polvo en una esquina. Lo típico que se queda una pelusa en la mudanza. Le dije que íbamos a la Agencia Estatal de la Vivienda y al final me la acabó devolviendo”. Estos problemas son granitos de arena que se van acumulando en la montaña de la ansiedad: “Cuando tú estás en alquiler como opción y decisión vital, puede pasar que el casero sea más difícil, o que no te quiera arreglar cosas, o que no puedas amoldar la casa a tu gusto, pero si además no has elegido la opción de alquilar, es como una doble frustración porque piensas: ‘No quiero alquilar y encima me pasa esto”, explica Ana Aizpún.
Finanzas, avales, meses de agencia… El precio que hay que pagar para acceder a una vivienda de alquiler es, la mayoría de las veces, inasumible: “De agencia pagué el mes, súmale un mes de fianza, más el mes en curso. Tienes que tener una pasta ahorrada para poder alquilar un piso. Aunque me devuelvan cuando me mude, que me acabaré mudando, claro, no voy a tener suficiente para entrar en otro piso”, detalla Ana Lobo, que, aunque tiene que vivir en Madrid por su trabajo, no descartaría volver a Asturias si se ve obligada a dejar su actual vivienda. “Es una situación muy difícil de sostener a largo plazo psicológicamente”, añade Ana Aizpún, “porque puede acabar derivando en sintomatología ansiosa, como insomnio, obsesión, tics, incluso somatización o en sintomatología depresiva. Una sensación de indefensión absoluta”. Ese es precisamente el pensamiento de Ana Lobo, que se frustra al encontrarse en esta realidad, aunque lleve toda la vida trabajando: “Vivir en un interior a la larga, sobre todo en verano, es complicado. En invierno no estoy mal, pero es verdad que no para todos los años que llevas trabajando... no es lo que esperaba”.
¿Cómo podemos, entonces, lidiar con estas circunstancias? La psicóloga lo tiene claro: “Un consejo que yo daría es no esperar a que las circunstancias sean perfectas. Por ejemplo, si piensas que estás de alquiler y que para qué te vas a gastar dinero en pintar una casa, pues la pintas. Si piensas que para qué vas a comprarte un sofá, pues lo compras. Aceptar que a lo mejor no puedes comprarte una casa y tenerla exactamente como quieres, pero que sí merece la pena invertir en muebles, aunque luego los tengas que vender o regalar”. La psicóloga recomienda invertir, en función de cada bolsillo, en convertir un piso de alquiler en lo más parecido a un hogar, “porque el bienestar merece la pena”.
Aunque la psicóloga insiste en que no hay que negar el sufrimiento, sí hay que intentar buscar una alternativa por muy pequeña que sea: “De lo que se trata es de mantener la esperanza, pero no artificialmente. No desde Instagram. Pienso en El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, o El miedo a la libertad, de Erich Fromm. Al final, el ser humano necesita sentir que está eligiendo, incluso en un campo de concentración, incluso en una guerra o en una situación de quiebra total. Sabemos que las personas resilientes no son personas que niegan la injusticia. No es psicología positiva barata, es encontrar resquicios”.
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