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Residencias artísticas: un refugio donde escritores, poetas o pintores encuentran tiempo sin preocuparse por nada más

La creación siempre ha estado acompañada por cierta intemperie, pero hace siglos que existen figuras e instituciones que se han propuesto aliviarla. Las razones para apuntarse son variadas: Mariña Prieto lo hizo para no tener que trabajar durante un año y Marta Jiménez, para relacionarse con otros artistas

Como un refugio o un santuario, las residencias creativas ayudan a completar proyectos o a experimentar con nuevas metodologías.
Como un refugio o un santuario, las residencias creativas ayudan a completar proyectos o a experimentar con nuevas metodologías.MilosStankovic (Getty Images)

Está documentado: en 1915, Albert Einstein recibió un sobre manchado de barro que contenía la solución a las ecuaciones de su Teoría de la Relatividad. Hallar esa solución exacta era un paso fundamental que ni el propio Einstein había sido capaz de dar, y quien se la remitía era el físico alemán Karl Schwarzschild, que llevaba meses en las trincheras. Este científico, que ejerció de comandante durante los inicios de la Primera Guerra Mundial, pasó a la historia por aprovechar su tiempo libre en el frente para desarrollar aquellos cálculos. De manera también insólita, la estadounidense Lucia Berlin logró escribir los relatos de su Manual para mujeres de la limpieza mientras recorría su país junto a sus hijos, alternando trabajos cada vez más precarios. Pero por cada excepción histórica han existido miles de talentos perdidos para la ciencia, para la literatura, para la música o para las artes porque quienes hubieran podido ejercitarlos se encontraron con barreras (de clase, de raza o de género, las más de las veces) infranqueables. En otras ocasiones, esas barreras no son insalvables pero la vida cotidiana impone ritmos distintos de los que requiere el desarrollo de un proyecto artístico (puede haber un familiar dependiente o una profesión paralela que paga el alquiler, por ejemplo). En los últimos años —durante los que se han publicado ensayos como El entusiasmo, de Remedios Zafra; No seas tú mismo: Apuntes para una generación fatigada, de Eudald Espluga; o Gozo, de Azahara Alonso—, una de las palabras más repetidas por los creadores jóvenes es “cansancio”; y las decenas de notificaciones que cada día saturan correo electrónico y teléfonos tampoco ayudan.

La creación siempre ha estado acompañada por cierta intemperie. Pero también hace siglos que existen figuras e instituciones que se han propuesto aliviarla y proporcionan a escritores y artistas los recursos necesarios para que puedan desarrollar su trabajo sin distracciones ni preocupaciones añadidas. Actualmente, existen más de 50 residencias para artistas distribuidas por todo el territorio peninsular y más de 20 residencias de creación literaria. “Estas residencias regalan tiempo y ofrecen un espacio cómodo para los creadores”, en palabras de Nicolás G. Botero, director de la Residencia Literaria Finestres, inaugurada el pasado verano. Pero también brindan asesoramiento y mentoría, contacto con otros artistas y, en general, todo lo necesario para recorrer acompañado un camino a menudo solitario e incierto.

“Me presenté a la Residencia de la Fundación Antonio Gala para no tener que trabajar ni ocuparme de temas familiares durante un año”, recuerda Mariña Prieto, dramaturga y residente de la 21ª Promoción en la citada residencia, la más conocida a nivel nacional. “No tengo unos privilegios gigantescos y en mi día a día debo ganarme la vida y cuidar a mis padres, así que mi escritura, habitualmente, se cuela entre las tareas domésticas, los cuidados y el trabajo”. “En el convento de Córdoba —continúa la autora, refiriéndose a la sede de la fundación— te hacen absolutamente todo: te lavan la ropa, te preparan la comida y te arreglan la habitación… generan situaciones cómodas para escribir”.

Marta Jiménez Serrano también es escritora (en su caso, de novela y relato) y se reconoce en el caso de Prieto. “Hace años las mujeres se encargaban del trabajo del hogar y eran prácticamente secretarias de sus maridos [son conocidos cientos de casos de hombres, empezando por los célebres Dostoievski y Juan Ramón, que no habrían salido adelante sin sus esposas]. Además, existían trabajos de 8.00 a 15.00 que dejaban las tardes libres para escribir”, indica la autora de No todo el mundo. “Ahora son necesarias tantas horas de trabajo alimenticio que no es fácil encontrar huecos para la escritura”, prosigue. Y, una vez se obtienen esas horas o minutos, “resulta difícil legitimar el tiempo de escritura. Lo veo en mis alumnos, parece que la escritura nunca es excusa suficiente, ni siquiera frente a uno mismo, para rechazar un plan o dormir una hora menos”, reflexiona Jiménez, también profesora en talleres de escritura creativa. “Por eso, es necesario encontrar el tiempo de escritura, pero también legitimarlo, conservarlo y cuidarlo”.

En el pequeño municipio murciano de Blanca, junto al Valle de Ricote (un paisaje dibujado por las acequias y las aguas termales), se encuentra la sede de la plataforma AADK, que ofrece residencias para artistas de uno a seis meses. Abraham Hurtado es su director y explica que para ellos el tiempo también es uno de los factores más importantes: “Existen modelos de residencias dedicadas exclusivamente a la investigación. Animamos al artista a que experimente con su universo sin preocuparse por terminar el proyecto. De esta manera, damos espacio y tiempo para cuestionar su forma de crear, legitimar sus procesos creativos, reflexionar sobre sus conceptos o sobre qué quieren realmente transmitir con sus creaciones”.

Si bien la literatura y el arte son, en casi todos los sentidos, oficios (aunque tienen difícil encaje en el censo de actividades económicas de Hacienda), Nicolás G. Botero recuerda que su ejercicio también implica dificultades de orden existencial: “Cada cual tiene que resolver sus propias cuestiones personales mientras trata de escribir. Este es un oficio o un quehacer en el que se encara el absurdo, no hay atajos o fugas posibles”. Cuando estas dificultades aparecen en forma de bloqueo creativo, por ejemplo, las residencias cuentan con estrategias y recursos para salvarlas. “Las mentorías son cruciales en nuestros programas para guiar a los artistas en sus creaciones. El equipo de AADK funciona aquí como un experto en el territorio facilitando y enriqueciendo los conceptos e investigaciones de nuestros residentes”, señala Hurtado. Aunque Prieto logró hacerse una rutina y escribir todos los días, recuerda que durante su estancia en la Fundación Antonio Gala hubo compañeros que se enfrentaron a bloqueos pero que (algo impensable en un entorno distinto) “contaron con mucha ayuda para escapar de ellos. De su tutor, y también de escritores con una carrera sólida que nos visitaban”.

Alejarse del alquiler y acercarse a los compañeros

A diferencia de las utopías que, por definición, nunca llegan a materializarse, según el filósofo Michel Foucault una heterotopía es un espacio que sigue sus propias reglas y que con su existencia cuestiona el funcionamiento del exterior. Las residencias para artistas son heterotopías que ponen en crisis nuestra gestión del tiempo y el trabajo, pero no solo eso. “Una residencia es mucho más que un lugar en el que se atienden las necesidades domésticas de los invitados para que estos puedan dedicarse a sus obras. Lo que ocurre en estos lugares es pura experiencia entre pares, intercambio de ideas, enriquecimiento de la perspectiva”, afirma Botero. También desaparece la competencia, tan fácil de detectar en otros ámbitos, y todos los artistas colaboran y se implican en proyectos ajenos. “Esta profesión es muy solitaria y cuando las residencias están bien planteadas son también lugares de encuentro. No es lo mismo ir a cenar con otro escritor que convivir con él durante una temporada: así aprendes de sus procesos y de su método de trabajo”, comenta Jiménez. Por su parte, Hurtado, con una experiencia de más de 10 años al frente de AADK, también ha comprobado que “lo más fructífero para los artistas es el intercambio de conocimientos y el desarrollo de ideas que se pueden exponer y contrastar con las comunidades temporales que se crean durante las estancias”.

Todo el que ha estado o trabaja en una residencia coincide en que la convivencia entre invitados es esencial, pero, en cuanto a su relación con el exterior, existen dos modelos de centro: el que propone Finestres, cuya residencia se localiza en una casa aislada en una cala cerca de Palamós, en Girona (allí vivió y escribió Truman Capote), y el de la Fundación Antonio Gala, con la residencia integrada en la ciudad de Córdoba. “Hay una idea un poco platónica en lo primero: vamos a juntar a los artistas y a expulsarlos de la ciudad”, observa Prieto. “Creo que es muy importante que el artista esté en sociedad. Además de corregir mis textos con mis compañeros, hice mucha vida social en Córdoba y no por eso mi escritura fue peor; todo lo contrario, me inspiraba”, sigue la autora teatral. La residencia en la localidad de Blanca es una opción intermedia: en una población de menos de 7000 habitantes, enseguida el residente se asoma al paisaje y Hurtado reconoce que el mito romántico del artista que pasea y reflexiona tiene cierta base: “La soledad por las montañas del valle o la concentración entre frutales forma parte de la rutina diaria de nuestros artistas”.

Sin saberlo, continuamente leemos o apreciamos obras que han sido concebidas durante una residencia. Son muchos los autores y artistas que han pasado por una, desde Sally Rooney por la Fundación Santa Maddalena de la Toscana hasta Andrés Barba, que escribió República Luminosa, su novela más ambiciosa, en la Queen Mary University de Londres. Así que, de manera casi invisible, las residencias tienen un papel fundamental en la producción y difusión de la creación contemporánea. Además, a ellas no solo se acude a terminar un proyecto en marcha, sino que con frecuencia dan lugar a nuevas propuestas y afianzan el tejido cultural, como explica Hurtado: “De aquí han salido proyectos expositivos y festivales que no estaban contemplados en los proyectos iniciales. Sobre todo, se ha generado una red muy extensa y multiplicadora a través de los artistas que nos han acompañado, colaborando con otras instituciones y espacios internacionales”.

Aunque la mayoría de residencias dependen de fundaciones privadas, también las hay públicas (como las que ofrece el Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes o las que convoca Acción Cultural Española por toda Europa), y a ellas se accede tras un proceso de selección en el que un jurado valora tanto el currículo como el proyecto del candidato. El Centro Blanca publica unos precios por estancia en su web, pero su director aclara: “Intentamos que no sea el artista quien paga, sino que lo haga una beca concedida en su país de origen. Cuando seleccionamos a un artista le acompañamos en el proceso para conseguir ayudas, es algo conjunto”. En otros casos, como el de Finestres, la fundación asume todos los gastos. Con estos mecanismos se intenta reducir un sesgo de clase que es especialmente intenso en las industrias creativas, donde abundan los trabajos no remunerados.

Como un refugio o un santuario, las residencias creativas ayudan a completar proyectos o a experimentar con nuevas metodologías. Pero, sobre todo, sirven para afianzar vocaciones en esos años durante los que el artista, antes de poder pagar facturas con su producción (si alguna vez llega a hacerlo) duda de sí mismo, lidia con otras obligaciones, busca a personas en una situación similar y está siempre al borde de dejarlo. Para terminar, Mariña Prieto hace un balance muy positivo de su experiencia: “Cuando me dijeron que estaba seleccionada, muchos amigos y familiares se alegraron porque vieron que por fin me podría dedicar con tiempo y pasión a mi proyecto dramático. Y, efectivamente, así fue: mi mejor texto es el que escribí allí porque dispuse de las condiciones materiales necesarias para llegar a buen puerto”.

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