Plantas matamosquitos: los repelentes que no encontraremos en la farmacia, sino en la naturaleza
Colocar sobre el alfeizar de la ventana una planta de albahaca, tomillo o distintas mentas pueden ahuyentar a los mosquitos, pero no son universales: todo depende de la especie de insecto que tratemos de evitar
Verano: esa estación tan querida como, a veces, temida. A medida que las temperaturas suben, aumentan también los centímetros de piel expuesta y se encienden atracciones que no siempre son bienvenidas. Aparecen pretendientes alados de besuqueo invasivo, tan picante como molesto, y que puede rayar el acoso para las desafortunadas víctimas cuya sangre resulta especialmente dulce a su paladar. Amores de mosquito: no, gracias (y menos aún para quien habita en lugares donde el beso de estos insectos no es solo una comezón incómoda sino un potencial riesgo sanitario, al ser vectores de malaria, enfermedad del sueño, encefalitis y otras lindezas microbianas).
En verano regresa el enemigo incordiante y bajamos a las trincheras, armándonos de cualquier remedio que ayude a combatirlo. En el amor y en la guerra, según dicen, todo está permitido… o estaba, al menos: tras muchas décadas dependiendo por completo de potingues inventados en laboratorio, cada vez son más las personas que buscan armas antimosquitos que no han salido de una probeta sino de una planta.
Pero ¿es oro todo lo que reluce en el maravilloso mundo de la citronela y compañía? Antes de empezar la escaramuza, conviene informarse bien sobre el terreno.
Mosquitos y remedios: dosier preliminar
La primera cosa que conviene aclarar es que, ¡ay!, de momento y que se sepa, la planta antimosquitos universal no existe.
Para empezar, tras el término mosquito se ocultan más de 3.500 especies de insectos, y cada lugar tiene los suyos (y, ahora, también algunos que han llegado desde lejos, como el mosquito tigre asiático, Aedes albopictus, que se ha instalado en muchas zonas del planeta). Cada especie tiene sus hábitos, gustos y preferencias; por ejemplo, en España, los mosquitos comunes de toda la vida (Culex pipiens) son sobre todo nocturnos, pero los tigres alados son muy activos durante el día. Esta variabilidad se extiende también al mundo de los antimosquitos; de ahí que una planta que resulte desagradable para una especie no tenga por qué serlo para otra. El único modo de saberlo con seguridad es probarlo.
Nuestro arsenal antimosquitos está integrado por dos corpus distintos: por una parte, los conocimientos tradicionales de las abuelas; por otra, los estudios científicos que han intentado determinar y cuantificar, en condiciones controladas, los efectos de ciertas plantas sobre tal o cual especie de mosquito. Dado que muchos remedios tradicionales aún no han sido objeto de estudio científico, todavía no existen datos concretos que avalen o desmientan sus efectos.
Tales efectos son de distinto tipo (no es lo mismo un repelente, que ahuyenta al pretendiente, que un insecticida, que lo deja seco en el suelo) e incluso varían en función de cómo usemos una misma planta. No es igual que esté sembrada y fresca en un tiesto que tener un ramito seco colgado de la pared, quemar las hojas como si de incienso se tratara o extraer un aceite esencial para aplicarlo sobre la piel (igual que no es lo mismo tener un naranjo en el jardín, beberse un zumo de naranja o ponerse un perfume con neroli).
Una vez equipadas con estas nociones básicas para enfrentarnos a la vasta literatura sobre sustancias antimosquitos naturales sin morir acribillados en el intento, veamos cómo pueden ayudar las plantas a evitar las atenciones de los mosquitos europeos más comunes.
Primera línea de defensa: el jardín del desamor
Crear un entorno lleno de plantas cuya mera presencia desagrade a los mosquitos es siempre buena idea; entre las especies con resultados demostrados destacan, cómo no, nuestras viejas amigas las albahacas (Ocimum sp.). Tener la casa llena de tiestos de albahaca —o, como mínimo, alguno cerca de las ventanas— es un buen comienzo para desanimar a potenciales acosadores. Con todo, el efecto de cualquier planta sembrada tiene un radio de acción limitado: dado que su poder repelente depende de una serie de compuestos aromáticos que liberan en el aire a su alrededor, si uno se aleja demasiado, su protección desaparece. De ahí que fuese costumbre campesina pasearse con un brote aromático detrás de la oreja, o cerca de zonas de piel expuesta: para tener una protección “portátil” que viajase con uno.
Entre las especies cuyos compuestos volátiles no agradan a varios mosquitos están, por ejemplo, el tomillo (Thymus vulgaris), distintas mentas (Mentha arvensis, M. x piperita), las rudas o ciertos eucaliptos. Y si nos acercamos a las plantas, destilador en mano, obtendremos un amplio repertorio de concentrados vegetales para poder esparcir en el aire o untar sobre la piel, y que hoy todo el mundo quiere alistar en la batalla: los aceites esenciales.
Segunda línea de defensa: esencial, aceitoso, repelente
Existen, sí, aceites esenciales que ofrecen protección demostrada contra la picadura de mosquitos varios, manteniéndolos a raya; es incluso posible prepararse una sinergia, una combinación de aceites que actúen mejor juntos que separados para ahuyentar a esos incómodos amigos. Entre las plantas cuyos aceites aprueban con sobresaliente en los estudios, destacan como buenas amigas las citronelas (distintas especies del género Cymbopogon, como C. nardus) o el eucalipto limón (Corymbia citriodora), así como ciertos geranios (p. ej. Pelargonium asperum) o especies del género de las canelas (Cinnamomum sp.).
Hasta aquí, las buenas noticias; ahora viene la letra pequeña del folleto de instrucciones, que conviene leer con atención.
Los aceites esenciales están formados por compuestos volátiles (de ahí que sean aromáticos: las moléculas olorosas se volatilizan y nos llegan a la nariz), y ello significa que la protección que ofrecen es pasajera: en la mayoría de casos el efecto se evapora, literalmente, en cuestión de media hora. Por eso muchas fórmulas comerciales que incluyen, por ejemplo, aceite de citronela en su composición se esfuerzan por estabilizarlo, combinándolo con otros compuestos como la vainillina, y prolongando la protección activa hasta dos horas.
Por cierto, se llaman aceites porque son untuosos al tacto, pero ahí terminan sus parecidos: químicamente, un aceite esencial de, por ejemplo, geranio, no tiene nada que ver con el aceite de oliva. De las aceitunas, las almendras, el girasol o la soja se pueden extraer aceites grasos, comestibles, muchos de ellos hidratantes para la piel. Los aceites esenciales, en cambio, suelen obtenerse por destilación, son volátiles, aromáticos, y bioquímicamente activos: contienen un sinfín de compuestos distintos que las plantas usan para defenderse de herbívoros, atraer a polinizadores o dispersores... Estos concentrados tienen muchas propiedades terapéuticas interesantes para el ser humano, pero en función de la dosis y la modalidad de uso pueden ser tóxicos, así que es fundamental usarlos correctamente.
Por todo ello, atención: estos productos químicos vegetales (al fin y al cabo, las plantas son las grandes inventoras de la química y la farmacia) no tienen por qué ser, en sí mismos, ni sostenibles ni seguros. Hay aceites esenciales que no conviene aplicar directamente sobre la piel porque pueden provocar alergias, fotosensibilidad en contacto con la luz solar, problemas durante el embarazo... Por muy eficaz que resulte el aceite de clavo de olor (Syzygium aromaticum) contra los mosquitos en pruebas de laboratorio, su aplicación directa sobre la piel está fuertemente desaconsejada, al igual que su empleo durante el embarazo o en niños pequeños. Por eso, si se quiere echar mano de estos compuestos en la batalla, conviene tener muy claras las contraindicaciones y precauciones recomendadas en cada caso concreto y consultar opinión experta. A las pieles muy sensibles siempre les quedará la posibilidad de vaporizar estos aromas en un difusor, y vestirse en tonos claros, menos atractivos para los mosquitos. Y, cuando ya es demasiado tarde, una gota de aceite esencial de espliego macho (Lavandula latifolia) ayudará a calmar la inflamación. Las soluciones vegetales quizás no sean infalibles o universales, pero, bien empleadas, pueden ser grandes aliadas en el arduo pulso contra los mosquitos.
Una fórmula útil y sencilla para defenderse de los mosquitos
Le pedimos consejo a la aromatóloga experta Antonia Jover, fundadora del blog Aromaterapia Familiar, científica referente en lengua castellana y autora de varios libros sobre aromaterapia con aceites esenciales.
Una opción cómoda, que puede llevarse en el bolso dentro de un botecito con aplicador roll-on, puede prepararse diluyendo en aceite vegetal de jojoba los siguientes aceites esenciales:
– Geranio de Egipto ('Pelargonium asperum' o 'P. graveolens'), 5 gotas;
– Eucalipto limón ('Corymbia citriodora'; también puede encontrarse como 'Eucalyptus citriodora'), 5 gotas;
– Albahaca exótica ('Ocimum basilicum'), 5 gotas;
– Verbena exótica ('Litsea citrata'), 2 gotas;
– Clavo de olor ('Syzygium aromaticum'; también puede encontrarse como 'Eugenia caryophyllus'), 1 gota;
Terminar de rellenar el botecito con aceite vegetal de jojoba ('Simmondsia chinensis'), para que la concentración de aceites esenciales sobre la piel resulte segura.
Porque, importante: es necesario realizar una prueba de sensibilidad antes de usar un aceite esencial. Para ello, basta con colocar un par de gotas en el pliegue del codo y esperar 15 minutos. Si pasado este tiempo no ha aparecido ninguna reacción, entonces se puede usar el aceite esencial en cuestión.
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