Un reloj con los minutos de los hombres
Ojalá no querer ser madre. No quiero una vida que se basa en tomar una decisión que no quiero tomar mientras un hombre me mira con la sabiduría que tienen los hombres y con los relojes que tienen los hombres mientras me dice: “Es pronto. Hay tiempo”

Yo no persigo el tiempo, pero el tiempo me persigue a mí. Mi entorno, mi cumpleaños, mis amigas me llevan, sin querer, a acudir a un centro donde predicen el futuro. Me sacan sangre, me ofrecen agua y me dan un papel que dice algo así como: “Pareces joven, pero por dentro estás muerta”. Miro al hombre con quien vivo ―que diría Leila Guerriero― y le pregunto: “¿Estamos viejos?”. A lo que me contesta: “Yo estoy en la flor de la vida”. Él, con 38, está en la flor de la vida, y yo, con 34, estoy medio pocha.
Comencé a sentir pánico porque hay fe y rezos y literatura sobre la muerte, pero no tanto sobre lo nonato. Busqué en Internet y me encontré con Noelia Ramírez escribiendo en el Quadern sobre maternidades fallidas y tardías, sobre el negocio de la reproducción asistida. Pensé en todas las cosas que me podría comprar con los 3.000 euros de una vitrificación de óvulos. (Quiero un coche, unas botas que he visto, unos auriculares nuevos). Pensé en si gastar 3.000 euros (que no tengo) en tiempo (¿cuánto tiempo?, ¿cinco años?, ¿tres años?) es algo caro o barato.
Pensé en dejar a aquel hombre, parir sola, apretarme el cinturón e irme a casa de mis padres. Pensé en todos los hombres que conoceré con los que ya no podré ser madre porque no hay tiempo para conocerlos porque tendría que haber empezado a conocerlos hace, por lo menos, cuatro años. Pensé en todos esos niños de múltiples caras, múltiples cuerpos, múltiples rasgos: con mis ojos, con sus mandíbulas, con mi pelo, con sus otras formas de comportarse en público. Pensé en mi padre, en si llegará a conocer a sus nietos. Y pensé en lo injusto que era que mi tiempo no fuese el mismo que su tiempo.
―Es que ahora es demasiado pronto―, me dijo.
Le miré la boca intentando entender en qué términos utilizaba la palabra “pronto”. ¿Era “pronto” un adjetivo de tiempos humanos?, ¿espaciales?, ¿perrunos?, ¿cuánto vive el ser que menos vive? “La vida adulta de las efímeras dura solo un día”, leo en Muy Interesante . “En cuestión de horas o días, deben encontrar pareja, aparearse y depositar sus huevos en el agua antes de morir (...). Biólogos y naturalistas estudian cómo estos insectos coordinan sus emergencias masivas para garantizar el éxito reproductivo. La sincronización es clave, ya que maximiza las posibilidades de encontrar pareja y perpetuar la especie”.
A la falta de sincronización humana, la antropóloga médica de Yale, Marcia C. Inhorn, la denominó “brecha de apareamiento”. En The Mating Gap and Why Women Freeze Their Eggs, Inhorn entrevista a 150 mujeres que han congelado sus óvulos y llega a la conclusión de que el motivo por el que lo han hecho está, sobre todo, relacionado con estar solteras o con tener relaciones con hombres que no están aún listos para el compromiso. Supongo que las efímeras no tienen que criopreservar sus óvulos porque los efímeros tienen claro que su decisión de tener hijos no se puede retrasar ad infinitum. Si muriésemos ambos hoy, tendríamos hijos hoy. La cuenta es fácil.
Ojalá no querer ser madre. No quiero una vida que se basa en tomar una decisión que no quiero tomar, que tengo que tomar pero que, en parte, no puedo tomar sola, mientras un hombre me mira con la sabiduría que tienen los hombres y con los relojes que tienen los hombres mientras me dice: “Es pronto. Hay tiempo”.
Necesitar responsabilidad emocional y espacio-temporal son problemas del primer mundo. Lo sé. Pero envidio el tiempo de los hombres: su tiempo de trabajo, de descanso, de crianza. Su tiempo vital. Su tiempo para salir con una mujer durante 10 años. Dejarla. Salir con otra mujer durante 10 años. Dejarla. Salir con una mujer durante 10 años, tener hijos. Dejarla... o no. ¿Cómo hago para no entregarle mi tiempo a los tránsfugas y mi dinero al mercado de la reproducción asistida? Quiero librarme de la cárcel de esta decisión. Piedad. Y un reloj con los minutos de los hombres.
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