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El sur del sur de Madrid también existe y está en Toledo: Seseña, de fracaso urbanístico a ciudad dormitorio con 30.000 madrileños

El barrio residencial del Quiñón, donde El Pocero proyectó construir una ciudad de 13.000 viviendas y que fue imagen del estallido de la burbuja inmobiliaria, resurge tras la llegada de miles de familias expulsadas del cinturón sur de Madrid

La estatua que Paco el Pocero construyó en una rotonda del Quiñón y que erige la figura de su padre, Pedro Hernando, y su ,madre Filomena Contreras.
La estatua que Paco el Pocero construyó en una rotonda del Quiñón y que erige la figura de su padre, Pedro Hernando, y su ,madre Filomena Contreras.David Expósito

Solo una mente faraónica puede imaginar construir delante de un desierto flanqueado por un vertedero de neumáticos una puerta de seis metros de altura fabricada con mármol macizo, soñar decorarla con letras de oro para ponerle el nombre de su mujer y pensar que será buena idea. Esa mente llamada Francisco Hernando, al que España conoció como Paco el Pocero, confesó en sus memorias que un día llegó con su coche de alta gama al secarral de Seseña y caminó y caminó hasta que, “con una puesta de sol increíble”, con el “Gran Madrid” en el horizonte, se dijo así mismo en voz alta: “Paco, ¡Te ha llegado la hora de hacer una ciudad! Será la obra de tu vida: La ciudad de Francisco Hernando. ¡Será el remate a tu biografía!”.

El 21 de septiembre de 2007, el megalómano Paco el Pocero inauguró el Quiñón, un complejo de 13.000 viviendas en medio de la nada que él había vislumbrado como la “última” ciudad de Madrid, a pesar de pertenecer a Toledo. Fue una fiesta en la que hubo marisco, vino y jamón, que se animó con conciertos de Falete y Andy y Lucas. El famoso proyecto de Seseña, —un rotundo fracaso inmobiliario y el máximo exponente de la burbuja que estalló en España a principios de 2008—, se ha reactivado en los últimos dos años hasta el punto de que, hace tres meses, las grúas, los andamios y los obreros volvieron a aparecer por el Quiñón para levantar un gigantesco auditorio y rematar un bloque de viviendas que se quedó a medias y que está previsto se entregue en 2026.

En este momento, las viviendas de esta ciudad dormitorio se han llenado de madrileños expulsados del cinturón sur de la comunidad. Las cifras hablan de unas 5.000 familias, 12.000 empadronados y 16.000 residentes en este espacio impersonal en medio de la nada. En Seseña, al igual que en el resto del país, los precios de alquiler y venta han vuelto a dispararse. El municipio, a 40 kilómetros de Madrid, tenía una población en el año 2007 de unos 12.000 habitantes. Desde esa fecha, cuando se inauguró el Quiñón, la cifra ha aumentado hasta los 29.000 en 2024, registrando un repunte de 2.000 personas entre 2022 y 2023, cuando se vendieron muchos de los pisos vacíos de la ciudad de Francisco Hernando en diferentes promociones.

—El Pocero fue un crack. Sus sueños al fin se han cumplido—, dice Razvan Stoian, de 28 años.

Razvan es un joven nacido en Rumanía que llegó siendo niño a Valdemoro y se mudó al Quiñón en 2021 junto a su mujer y su hija recién nacida. Primero vivieron de alquiler y luego, en 2023, compraron un piso de dos habitaciones con piscina y plaza de garaje por 120.000 euros que ahora podría vender por 160.000. “Es el momento de que nuestros sueños también se hagan realidad”, asegura Stoian, que acaba de abrir hace tres semanas junto a Sara Rivas, su esposa, de 29 años, la inmobiliaria Nexo Inmobiliario.

Desde su oficina, en una esquina de la calle de Sorolla, donde no hay carteles luminosos porque “se tarda más en ponerlos y quitarlos que en vender un piso”, Stoian cuenta cómo, a su manera, él también tuvo una visión de negocio como la de El Pocero. Fue el día en el que desde la antigua agencia inmobiliaria donde trabajaba se metió a Idealista y vio que de las 180 casas que había a la venta en el municipio de Seseña, el 80% estaban gestionadas por agencias de fuera. “El objetivo es hacernos con ese mercado. El primer día, el 16 de septiembre, ya vendimos la primera casa y ahora llevamos ocho más. Esa era la expectativa que teníamos para los nueve primeros meses. Esto es un filón”, afirma.


Razvan Stoian, un nuevo agente inmobiliario que acaba de abrir su empresa en el Quiñón por la oportunidad financiera del lugar.
Razvan Stoian, un nuevo agente inmobiliario que acaba de abrir su empresa en el Quiñón por la oportunidad financiera del lugar. David Expósito

Paco el Pocero llegó a Seseña para hacer historia y Razvan Stoian lo ha hecho para ofrecer los precios más competitivos del mercado. Su afán es ponerse a la cabeza de los agentes del lugar. “Somos los que menos te vamos a cobrar”, reza su eslogan. “El mercado está en un momento muy dulce. En el Quiñón lo que hay son viviendas de lujo a un precio asequible en comparación con la Comunidad de Madrid. Es aquí y es ahora para nosotros. Creo que no nos hemos equivocado de negocio”, comenta Stoian, cuyos clientes responden uno tras otro a un perfil que se asemeja al suyo: parejas de unos 30 o 35 años con intención de formar una familia y que mantienen su trabajo en Madrid.


César Ceballos y Christian Garrido, en un gimnasio del Quiñón.
César Ceballos y Christian Garrido, en un gimnasio del Quiñón. David Expósito

En el gimnasio Fit & Fullness, las máquinas de musculación están llenas de vecinos que vienen al Quiñón a dormir y poco más. Héctor Ceballos, por ejemplo, un colombiano de 41 años que moldea sus cuádriceps levantando 100 kilos en su día libre. De miércoles a domingo trabaja como recepcionista en un hotel próximo al Bernabéu, lo que le implica más de cuatro horas diarias de transporte público entre la ida y la vuelta. El autobús que comunica con Madrid tiene una frecuencia de una hora y acostumbra a los retrasos.

“Este es un curioso lugar. Vine desde Colombia directo, por unos amigos. A veces me parece que estoy como atrapado y, aun así, me gusta”, afirma entre serie y serie. A su lado, Christian Garrido, de 35 años, profesor de Educación Primaria en un colegio de Santa Eugenia (Vallecas), realiza unos ejercicios de abdominales antes de dar una clase de bachata. Según dice, llegó hace tres años tras comprarse un ático por 100.000 euros. “Aquí todo funciona menos la sanidad. Solo hay un ambulatorio”, apunta.

Para los nuevos inquilinos, el gran hándicap hoy en día es la cobertura sanitaria. El hospital más próximo a la ciudad de Francisco Hernando está a cuatro kilómetros, en Valdemoro. Sin embargo, la gente empadronada en el Quiñón no puede acudir allí porque le correspondería el de Toledo, a 55 kilómetros. Por esta razón, mucha gente no cambia su censo, o al menos no en el médico u hospital, donde si no avisas sigue apareciendo que vives en Madrid. Así ha hecho Garrido, natural de Villaverde, quien antes de venir aquí buscó alternativas más cercanas en Leganés, Fuenlabrada o Alcorcón.

“Todos venimos por el dinero, porque es lo que nos podemos permitir. Esto es lo más barato. Un piso como el mío en Valdemoro te costaría 200.000 euros, en Pinto serían 250.000 y en Villaverde estaría por 300.000. Somos los expulsados de allí, aunque realmente aquí nadie piensa que vive en Toledo, piensa que este es un nuevo barrio de Madrid, entre Aranjuez y Valdemoro”, explica. “Para mí, dar el pelotazo sería conseguir plaza en uno de los colegios del Quiñón y quitarme de esa media hora en coche todos los días”, declara. Además de los dos centros educativos públicos de Primaria, en 2017 se inauguró el colegio diocesano Karol Wojtyla, que es privado-concertado y alberga a más de 500 alumnos.

Quienes llegaron primero a la ciudad de Francisco Hernando en 2007, unos 3.600 vecinos, pagaron hasta 250.000 euros por un piso de más de 100 metros cuadrados. Desde entonces, los precios han sido una montaña rusa, síntoma de las distintas fases que ha vivido el enclave. El valor de las viviendas cayó hasta los 60.000 euros en 2010, y los bancos, que se habían cobrado las deudas de El Pocero con pisos ―Santander, Popular, Caja del Mediterráneo y Novacaixa Galicia― intentaban quitárselos de encima como podían al tiempo que fijaban un alquiler baratísimo de menos de 300 euros.

Así, se produjo un efecto llamada para personas humildes de clase trabajadora a quienes la crisis económica ahogaba en Madrid. Con ellos llegó también gente con un perfil marginal y conflictivo que generó un ambiente enrarecido en Quiñón, que todavía conservaba un aspecto desolado por momentos. “Ahora todo eso ha vuelto a cambiar. Con alquileres de 850 euros, esos inquilinos más humildes se marchan a otros pueblos de Toledo y lo que viene es gente de clase media con trabajos estables. Es, digamos, una limpia”, cuenta José Núñez, de 58 años, un conocido empresario de la zona y dueño de dos bares.

Núñez asegura que conoció a Paco el Pocero, que fraguó cierta amistad con él y que, entre paseo y paseo por el Quiñón, a Francisco Hernando le gustaba comer el menú del día en su establecimiento. “Al final el hombre lo ha llenado. Están llegando franquicias, eso significa que hay gente suficiente. Se han adjudicado cinco farmacias y un estanco. Esto va para arriba”, remarca.


Juan Núñez, un conocido empresario del Quiñón.
Juan Núñez, un conocido empresario del Quiñón. David Expósito

Núñez llegó a Seseña como “refugiado del bum inmobiliario” en 2008. El hombre dice de sí mismo que es un “emprendedor nato a la vieja usanza” y confiesa que cuenta con “partidarios y detractores” en el vecindario, por eso de que “la gente quiere que te vaya bien, pero no mejor que a ellos”. Ahora, viendo cómo están las cosas, se le cae la baba contemplando los solares vacíos donde espera que pronto se vuelva a edificar. “En el momento que el Ayuntamiento renuncie a la deuda de El Pocero —unos 150.000 euros por parcela— esto vuelve a explotar”, sostiene.

—Y a ti, ¿te gustaría meterte a constructor?

—Por supuesto. Hacen falta figuras que impulsen el país. Paco el Pocero fue el último de una generación de visionarios que se hicieron a sí mismos. Yo me acuerdo mucho de Ruiz Mateos o Jesús Gil. Claro que me gustaría ponerme a construir, aunque hace falta mucho dinero. Por ahora voy a instalar el segundo cajero del barrio en mi bar.

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