La chica de barrio detrás de la cara de una generación
Bárbara Durán, cuya foto fue la portada de EL PAÍS en 2004, la cubierta de un libro y hasta parte de una exposición en su pueblo, cuenta cómo ha cambiado su vida 19 años después
Bárbara Durán tenía 15 años cuando su cara apareció en todos los kioscos. Era el 5 de marzo de 2004 y una fotografía que le tomó Santi Burgos en unas protestas educativas en Madrid la ha perseguido desde entonces. Ese día, Durán coronaba la portada de EL PAÍS con un gesto tierno y espontáneo frente a una fila de antidisturbios. Asomaba la cabeza por una grieta del muro gris de uniformados sonriente, con el pelo pincho de la época, el jersey con pelotillas y el legendario pañuelo al cuello que, sin conocer bien su origen, todos llamaban palestina. Durán, de repente, se convirtió en la cara de una generación, la de finales de los ochenta y principios de los noventa, que protestaba por la política educativa del Partido Popular de José María Aznar en vísperas de las elecciones generales. Cinco días más tarde, nadie recordará esas protestas. El 11 de marzo todo estalló en Madrid. Pero ese microsegundo, cuenta, la ha marcado el resto de su vida.
Cuando volvió a su clase de un instituto público de Getafe fue el conserje el que le avisó de que había salido en el periódico. En una cafetería de Colmenar Viejo recuerda ahora, con 35 años, el periplo de esa fotografía, que la ha seguido de forma intermitente casi dos décadas después hasta la plaza de su pueblo, Manzanares del Real, a los pies de la sierra madrileña. La historia no se murió cuando le pidió a su madre 1 euro para ir a comprar el periódico esa tarde. Unos meses después, el escritor Juan José Millás escribió un artículo sobre la foto, imaginando la historia de ella, como un símbolo de la de muchos otros jóvenes. “Esa chica era el trébol en la espalda yerma del sistema; la mariposa en la torreta del tanque; el lagarto de colores sobre la tapia del cementerio”, escribió. Y un año después, se convirtió en la portada de su libro Todo son preguntas (Península, 2005). “Tu hija está en el Vips”, recuerda que le dijeron unos conocidos a su madre.
¿Por qué ella?, ¿por qué esa foto?, ¿qué tenía? Son preguntas que se hizo entonces y que no había podido responder. El recuerdo de la imagen se convirtió en una anécdota vieja de sobremesa, la comidilla de sus amigos y familiares, no pensó nunca que 19 años después la perseguiría hasta su puerta, concretamente, hasta la plaza de Manzanares, el pueblo donde vive desde que decidió dejar el bullicio de Madrid e instalarse en el campo, donde veraneaba de pequeña, donde vive también su padre con su familia.
“Unas amigas me avisaron de que estaba yo en esas fotos. Otra vez. Pero entonces sí, tiré de WhatsApp y me puse a investigar. Cuando me dieron el nombre del fotógrafo y su foto, no me lo podía creer”, relata Durán. Santi Burgos era el vecino de su padre, a dos casas de la suya. Se lo había cruzado mil veces sacando a sus perros. La persona detrás del objetivo de aquel día, quien tenía las respuestas que buscaba, había estado décadas a unos pasos. Y corrió a tocarle la puerta. Recuerda que ese día solo estaba su esposa. Después, quedó con él y le volvió a hacer una foto, ahora ella posando, sobre la famosa imagen. Durán sintió que de alguna forma se había cerrado el círculo.
No recuerda mucho de las horas previas a que Burgos disparara. “Si no fuera por esa foto, creo que no me acordaría mucho de la manifestación. Sé que fui con unos amigos de mi pueblo y de Getafe, íbamos con las madres de ellos. No recuerdo que hubiera grandes disturbios ni nada violento. Creo que alguien rompió algo, hubo un poco de jaleo. Y la policía nos dividió, parte de mi grupo quedó del otro lado. Y por eso me asomo a saludar a mis amigos, para decirles que estábamos ahí, que todo bien”, cuenta. Después de aquella protesta, recuerda que hubo más, fueron años convulsos, el No a la guerra. Y la última a la que acudió fue a una contra la política sanitaria madrileña antes de la pandemia. Ese tema y la educación son los que le siguen indignando.
Durán estudió Magisterio, pero podría haber estudiado cualquier otra cosa. Su historia, como vaticinaba Millás, es como la de muchas otras chicas y chicos de barrio. Nació en Madrid, pero se crio en Getafe, siempre con un ojo en la sierra, donde tenía su grupo de amigos y donde iba a pasar el verano. Cuando tuvo que elegir la carrera se debatía entre destinos tan dispares como Publicidad, Trabajo Social, INEF o Magisterio. “Me gustaba todo. Todos los palos. Cuando tuve que rellenar los papeles lo pasé fatal”. Acabó inscribiéndose para ser maestra, aunque no llegó a ejercer más que algún puesto de refuerzo o clases extraescolares. Porque en esos años difíciles, consiguió trabajo de una cosa muy distinta. Encadenó bajas y contratos temporales en una empresa como gerente de limpieza, coordinando al personal. Un puesto que pensó que duraría unos meses y donde lleva siete años. “Y no sé por qué, siempre me llamó la atención vivir en Canarias. Aunque nunca lo hice. Por algo me quedé aquí”, comenta.
Le molesta que se hable de una generación que ha tenido las cosas difíciles. “Difícil fue la vida de mi abuela, que pasó una guerra, una posguerra, se quedó huérfana. A nosotros no nos ha faltado comida, no lo hemos pasado tan mal, no podemos quejarnos tanto”, señala. Aunque reconoce que la pandemia desbarató sus planes. Vivía en una casa en Manzanares con su pareja hasta que decidieron separarse y después el precio se disparó, unos 1.000 euros cuesta ahora. Entonces, se fue a vivir con su padre y su familia. Y cada semana se cruza Madrid de norte a sur para estar con su madre, que vive en Getafe.
Fue su madre la que se emocionó al ver la cara de su hija en el periódico y al leer las palabras de Millás. Y escribió una carta a mano dirigida al diario y al escritor que hasta ahora solo habían leído ellas. “A mi madre siempre le ha gustado mucho escribir”, agrega. Ahora, casi 20 años después, con el pelo mucho más largo, pero la misma sonrisa, Durán ha rescatado la carta para que su madre la vea al fin en el periódico.
Usted ha tocado mi corazón
Contacto con vosotros porque ha llegado a mis manos un artículo del día 12 de agosto a propósito del pie de foto del 5 de marzo de 2004. Bárbara, que así se llama la chica de la foto, es mi hija y quisiera con esta decir a D.J.J. Millás lo que sentí cuando tropecé con el periódico ese día o, más bien, lo que me ha movido a contestar a este artículo.
Para deciros que ella es una mujer especial y, como su nombre indica, es ¡¡bárbara!!, llena de proyectos e iniciativas, solidaria y participativa, como usted bien dijo: “Un trébol en la espalda yerma del sistema”.
Con este carnet de madre, inexistente, que se nos da a las que parimos, las que criamos, he intentado inculcar en ella principalmente el respeto hacia el ser humano y si algo de eso queda impregnado en su vida, me daré por satisfecha, porque con ello habré obtenido la mejor de las recompensas en la mía.
Por cierto, ¡el jersey es mío! No lo he tirado por el mismo motivo por el cual no voy a planchar mis arrugas, pues estas han sido adquiridas en el transcurso de otras muchas manifestaciones acontecidas en mi vida y no pienso tirarlo porque si hay algo que quiero que permanezca joven y latente en mí es un espíritu solidario.
La paloma que sobrevuela en las manos de mi hija, emblema de paz, espero sobrevuele siempre en nuestras vidas.
Gracias por su artículo, lo guardaremos con cariño.
Un saludo,
Olga.
P.D.: Nunca lleva reloj, motivo por el cual casi siempre llega tarde. Pero siempre acude.
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