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Continúa el dislate en las urgencias de Madrid en el primer día de huelga: “Si no hubieran impuesto el 100% de servicios mínimos, la habríamos secundado muchos”

Los facultativos comienzan el paro indefinido en protesta por el caos con el que se reactivaron los centros sanitarios 24 horas tras dos años de cierre en la pandemia

Asun Chiquero y Roberto García, el lunes en la recepción del Punto de Atención Continuada de Pirámides.
Asun Chiquero y Roberto García, el lunes en la recepción del Punto de Atención Continuada de Pirámides.DAVID EXPÓSITO

Encima de la mesa de recepción del centro sanitario 24 horas de Pirámides ―distrito Centro de Madrid―, envuelto en una bolsa de plástico trasparente junto a sus gafas de ver, Asun Chiquero, de 49 años, coloca el libro Las Madres, de Carmen Mola. “Un libro escrito por tres personas, más de las que estamos aquí”, comenta revisando las reseñas de la contraportada con tono de resignación. Asun, celadora de este servicio de urgencias extrahospitalarias procedente del Summa, este lunes podría haber acostado a su madre, de 90 años, después de una cena “ligera”, y le habría dado el último beso antes de dormir.

La huelga que comenzaba este lunes, a la que están convocados los sanitarios de la Comunidad de Madrid en protesta por el caos en la vuelta de este servicio, le ha coincidido a Asun con una caída inoportuna de su hermana, encargada este día de ocuparse de su progenitora. En sustitución de ambas, han tenido que contratar a una cuidadora particular que estará pendiente de que a la mujer no le falte nada. “Esto no es una huelga. Yo, por edad, las he visto de todos los colores, y jamás entre semana se ha obligado a cubrir el 100% [de los servicios mínimos]. Además, con amenazas de sanción a muchos compañeros. Aun así, habría sido secundada por la mayoría. Lo que está pasando es una temeridad para todos y no nos podemos quedar sin hacer nada”, explica, indignada, la mujer.

Este lunes ha comenzado el paro indefinido convocado por el sindicato de médicos (Amyts) a raíz del caos derivado del nuevo plan de reapertura de las urgencias extrahospitalarias. Se nota desorden y carencias, pero no por la huelga, que tiene unos servicios mínimos exigidos por la Comunidad del 100%, sino porque esa es la constante desde que el 27 de octubre se reanudara la actividad en las urgencias extrahospitalarias de estos centros sanitarios, que cerraron con la pandemia. El 20 de octubre, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anunció su reactivación, y en menos de una semana centenares de facultativos de toda la región empezaron a recibir correos electrónicos, en su mayoría de madrugada, en los que les asignaban un nuevo puesto y horario de la noche a la mañana y, en muchos casos, a decenas de kilómetros de su casa y de sus pacientes de toda la vida.

Antes de empezar a huelga, muchos de los centros han permanecido cerrados o han abierto de forma intermitente o sin médicos, con lo que los enfermeros y celadores solo tenían capacidad de derivar. La última decisión de Ayuso es que 34 de los 80 centros que disponen del servicio de urgencias tengan las consultas médicas por videollamada.

Desde el barrio de Aluche, en el distrito de Latina, la celadora Asun ha venido un día más “a la aventura”, sin saber quién la esperaría al otro lado de una puerta automática que se abre y se cierra ante cualquier mínimo movimiento. El descontrol con el que ha vuelto este servicio al funcionamiento hace que ni siquiera tenga un compañero al que cambiarle el turno para encargarse de su madre.

A su puesto de trabajo llega un poco antes de la hora de inicio —las cinco de la tarde— Roberto García, de 33 años, enfermero voluntario procedente del centro de salud Ventura Rodríguez ―distrito de Moncloa―, que viene a cubrir la baja por covid de un compañero. Al médico, como en días anteriores, ni está ni se lo espera. ”Sé que me la puedo estar jugando al venir aquí. Me lo he pensado dos veces si soy sincero, pero me hace falta el dinero. Tengo claras mis limitaciones, lo que debo y no debo hacer”, explica el enfermero, que decidió estudiar su profesión de niño, tratando de “emular” los pasos de su madre, recién jubilada.

Urgencias ambulatorias en España
Asun Chiquero y Roberto García atienden a dos pacientes a su llegada al Punto de Atención Continuada de Pirámides. DAVID EXPÓSITO

La pareja conversa en la entrada del edificio, mientras al otro lado de la valla que separa el recinto de la calle, los vecinos, curiosos, miran con desconcierto el abrir y cerrar de la puerta automática. Esther Lomas, de 56 años, voluntaria de la Asociación Pasillo Verde Imperial de Arganzuela, decide no quedarse con la duda de si hoy está o no operativo el servicio y se acerca a preguntar.

Después de una nueva decepción, la mujer les pide permiso para grabarlos en un vídeo que subirá a redes sociales contestando a la pregunta del millón estos días: “¿Cómo estáis?”. Tras un escueto resumen de la situación del centro durante la jornada del martes, Asun se sincera. “Me considero alguien fuerte, pero no puedo con todo. El otro día, me enviaron de forma repentina a las urgencias de Majadahonda. Cuando hablé con el director asistencial y me dijo que me buscara la vida, que no era su problema si no sabía encender el ordenador, me puse a llorar. ‘Yo no aguanto esto’, pensaba para mis adentros”, cuenta. Tal y como han relatado los sanitarios a EL PAÍS durante los últimos días, muchos de ellos se han encontrado sin claves válidas, sin saber usar el sistema porque es diferente al que tenían antes de la pandemia, sin uniforme, sin planillo de horarios y sin un responsable al que dirigirse.

“Nos hemos olvidado de la salud mental de los sanitarios. En Ifema, durante la pandemia, nos llamaban héroes, ahora nos ningunean sin vergüenza ninguna”, lamenta Asun. “Nos ha tocado una de las peores épocas para ejercer este oficio”, apunta Roberto, al tiempo que trata de explicarle a su compañera cómo funciona el programa de ordenador, diferente al que ella utilizaba como trabajadora del Summa. “Llega un momento en que tienes que plantarte. Por mucho que me digan que es una negligencia no abrir, y que después de tantos años ejerciendo tengo capacidad para atender, no me la pienso jugar lo más mínimo. La que irá luego delante del juez seré yo”, sentencia Asun.

La aparente tranquilidad de la tarde la rompe el sonido del teléfono fijo a las 18.52. La terminación corresponde a la Dirección Asistencial. Asun lo coge y los ojos se le abren como platos. La mujer, risueña y entregada a su trabajo a pesar de todo, cambia el gesto de su rostro tras la mascarilla durante la conversación.

—¿Que no está abierto? ¡Pero si estoy aquí con el enfermero voluntario desde las cinco de la tarde!—, espeta.

“Es un descontrol, no se enteran de la misa la media”, comenta Asun. “Además, es indignante que aquí, que atendemos casi todo el centro de Madrid, no haya médico ningún día. En cambio, en el norte de la Comunidad, en Pozuelo, Majadahonda o Alcobendas, los servicios están completos”, asegura. El centro 24 horas de Pirámides, que atiende un radio desde Orcasitas hasta Doctor Esquerdo pasando por Vista Alegre o la Avenida de Portugal, es, según las estadísticas, uno de los tres con más afluencia de todo el territorio. “En condiciones normales, una noche de sábado aquí se puede atender a más de 250 personas”, afirma Asun, que ya trabajó en este ambulatorio desde 2013 hasta el cierre por la pandemia.

Por la entrada aparece la figura de una mujer despeinada que, al abrirse a su paso las puertas, mira a un lado y a otro como preguntándose si está en el lugar indicado. “¿Hay huelga? Tengo una infección en el oído y necesitaría saber si aquí me podéis recetar una pomada o algo que me alivie”, pregunta.

Alejandro, un técnico de emergencias del Summa que opera en la UVI móvil del centro de salud y que prefiere no dar su apellido por miedo a las represalias, se lanza a responderla. “Huelga hay, médico no”, dice el hombre, que durante estos días ha recibido varios correos electrónicos y mensajes de texto donde se le amenazaba con “sanciones graves” en caso de secundar los paros. “Tendrás que subir al centro de salud si te da tiempo o irte directamente al hospital más cercano”, interviene Roberto, tras la pantalla de su ordenador. La mujer da media vuelta. “Es indignante”, dice en voz baja, hablando para sí misma, al tiempo que se acaricia el lóbulo de la oreja infectada. Alejandro, apoyado sobre su hombro izquierdo en la pared, ajusta la rueda de frecuencia del walkie-talkie que guarda en el bolsillo de su chaleco reflectante y deja una frase en el aire que resume el estado de las urgencias extrahospitalarias en la Comunidad de Madrid:

—Somos un McDonalds que no vende hamburguesas.

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