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KILÓMETRO CERO
Columna
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Un país para viejos

Resulta difícil imaginar una muerte peor: sola y atada. Es lo que ocurrió en una residencia de ancianos

Natalia Junquera
Personal sanitario estrecha la mano de la anciana de una residencia durante la pandemia.
Personal sanitario estrecha la mano de la anciana de una residencia durante la pandemia.Brais Lorenzo (EFE)

Óscar Wilde decía que la tragedia de la vejez consiste en “haber sido joven”, es decir, en asistir al propio deterioro, pasar de cuidar a depender de otros. EL PAÍS publicó este miércoles que una mujer con alzhéimer falleció ahorcada por las correas que la ataban a una cama en una residencia en la localidad madrileña de Villa del Prado. Resulta difícil imaginar una muerte peor: sola y atada. Y da miedo, mucho miedo.

Como explicaba Fernando Peinado en este diario, ese tipo de sujeciones mecánicas son legales —si son prescritas por un médico y consentidas por el anciano o sus familiares— y frecuentes: las residencias españolas las utilizan en unas 55.000 personas, según Ceoma, unión de asociaciones de mayores. Sus defensores aseguran que lo hacen para evitar que se caigan. Sus detractores lo comparan con la tortura. El caso de la mujer de Villa del Prado, otros similares y los que probablemente no hayamos conocido obligan a reflexionar sobre si ese es el mejor o el único método para proteger a los que no pueden protegerse de sí mismos. Esa misma residencia de 120 plazas está siendo investigada por el posible homicidio imprudente de otra mujer en 2019. En la primera ola del coronavirus murieron 47 de sus residentes. El centro pertenece a la Comunidad de Madrid, pero es Sacyr Social, filial de la constructora, la encargada de su gestión.

Todos los días se publican cientos de noticias. La portada digital de este diario llevaba este miércoles por la tarde 126 temas distintos. Hay muchos tipos de noticias: buenas, malas, importantes, pasajeras. Las hay que aportan información interesante y otras que, además de eso, hacen pensar. La de la muerte de una mujer mayor atada en una residencia es una de ellas. Obliga a detenerse, a ponerse en su lugar.

Somos un país y un continente envejecido. Padecemos eso que algún cursi llama “invierno demográfico”, pero tan importante como pensar en el futuro de las pensiones es reflexionar sobre el presente de nuestros mayores, que seremos nosotros, si llegamos. Aquello de trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.

Deben revolvernos las imágenes que vemos periódicamente de ancianos maltratados y humillados en algunas residencias que no pretenden otra cosa que esconder nuestros propios miedos. Es necesario vigilar la privatización de la gestión de algunos centros para que no afecte al nivel de asistencia y empezar a corregir los errores que destapó la pandemia.

La gente mayor siempre ha sido mi favorita porque acumula porcentajes muy elevados de las cualidades que más aprecio y cotas muy bajas de los defectos que me alejan de otros. Por ejemplo, han sido muy trabajadores, son discretos, no se gustan, y si aciertas en la pregunta, a veces aparece un tesoro. Son cofres por abrir.

Si somos un país de viejos, hagamos que sea también un país para ellos, donde puedan estar lo más a gusto posible. No merecen ni el abandono ni la condescendencia, sino el máximo respeto. Esa generación ha sido tremendamente generosa. Se lo debemos. Hoy por ti, mañana por mí.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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