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Hay que decir pamplinas

No luce unas flores grandes, ni de colores vistosos, y tampoco nos llamará la atención si no la buscamos. Pero está ahí siempre, al ser una de las cinco plantas con flor más extendidas por todo el planeta

Pamplinas en una jardinería de Usera.
Pamplinas en una jardinería de Usera.Eduardo Barba
Eduardo Barba

Nuestros pasos por las calles de Madrid comienzan a alfombrarse de hierbas urbanas. Aun a pesar del frío de estas noches, millones de plantitas irrumpen con sus raicillas y hojas entre las grietas del asfalto y de los adoquines. Muchas de sus semillas germinaron en los meses otoñales, y paso a paso han podido crecer, aprovechando la humedad en la tierra de estas semanas.

Una de las especies que ahora destacan en las calles es la pamplina (Stellaria media), compañera nuestra en la ciudad. No luce unas flores grandes, ni de colores vistosos, y tampoco nos llamará la atención si no la buscamos. No aparece en grandes gestas, ni siquiera ha servido para grandes empresas de la humanidad. Pero está ahí siempre, al ser una de las cinco plantas con flor más extendidas por todo el planeta. En la urbe la encontraremos en los alcorques de los árboles, en los arriates de los parques, o en jardineras y macetas, preferiblemente a la sombra, o en orientaciones con algunos rayos de sol directo. Es una especialista en crecer sombreada por otras plantas más grandes que ella, y eso le permite, además, vivir protegida por esas grandullonas que la rodean.

Eso sí, necesita suelos húmedos, ya que si permanecen muy secos es incapaz de prosperar. Como buena planta colonizadora, puede completar su ciclo vital en tan solo uno o dos meses, si las condiciones no le son favorables: desde que germina hasta que muere, en apenas unas semanas, dejará su prole en forma de semillas. Pero, ¿cómo es posible que esté creciendo en estos días tan fríos de invierno? Pues es que a la pamplina las temperaturas bajas no le asustan para vegetar, y es capaz de formar nuevos tejidos incluso en los días más gélidos. Y lo consigue gracias a varias estrategias. Una de ellas es la de acumular unas reservas de savia azucarada, lo que permite que el agua que contiene no se congele.

Su nombre científico de Stellaria proviene de estrella, debido a sus flores blancas y diminutas, que asemejan astros en la tierra. Y podemos ver esas estrellas en cualquier semana del año, algo sorprendente. Si encontramos una pamplina seguramente que esté en flor, da igual que sea enero o septiembre. De esta forma se asegura dejar descendencia en cualquier momento, aun a pesar de su corta vida. Como hemos visto, si todo va bien no vivirá más allá de unos pocos meses. A pesar de su vida efímera, su rol en la ciudad es necesario, ya que alimenta a multitud de pequeños insectos que mantienen sano nuestro engranaje urbano. Para ello, les regala una gran cantidad de néctar, con lo que consigue extender su polen a otras plantas. Aunque la pamplina puede formar sus semillas ella sola, sin necesidad de ser polinizada por otras plantas de su misma especie.

Una pamplina madrileña rodeada de hierbas canas.
Eduardo Barba

Quienes la adoran son las aves. Como nos recuerda Baudilio Herrero, en la magna obra coral Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la biodiversidad (disponible en internet), era muy habitual ofrecer esta planta a las gallinas como alimento, lo que les facilitaría la puesta de huevos, según cuenta la tradición. De ahí otro de sus nombres populares de hierba gallinera. También nosotros apreciamos su valor culinario, rico en vitamina C, y la utilizamos como un sustitutivo de la lechuga o de la espinaca, con quienes comparte un sabor suave y ligeramente dulce.

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Toda su anatomía es delicada: sus hojas opuestas, enfrentadas una a la otra, de color verde fresco, o sus florecillas de pétalos blancos. Porta normalmente cinco, pero están tan profundamente divididos que parece que fueran diez pétalos. Al mirarlos de cerca comprendemos la belleza tranquila de esta planta. Y de muy cerca también debió de observarlas la escritora y filántropa Rosalind Northcote, quien en 1912 escribió con precisión cómo sus flores iniciaban la apertura a las 9.15 de la mañana, y que entonces permanecían abiertas durante 12 horas exactamente. Nosotros contamos, de momento, con más razones para prestarle atención en nuestros paseos callejeros y no quedarnos sin pamplinas.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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