Ángel Gabilondo, un metafísico para defender al pueblo
El exministro de Educación ha hecho del pacto y el acuerdo su seña de identidad en política
Nada más celebrarse las elecciones madrileñas del 4-M, la vida le recordó a Ángel Gabilondo que no es eterno, y el filósofo redescubrió su alma de poeta. “El corazón tiene sus razones”, escribía a sus 72 años, superado ya el susto de acudir al hospital casi sin aliento. Cinco meses después, el hombre que salvó al PSOE de la debacle en los comicios madrileños de 2015, ese que en 2019 llevó al partido a la primera victoria regional desde 1987, el mismo que acabó dimitiendo tras el mal resultado de 2021, acaricia su vuelta a la primera línea de la vida pública. Será Defensor del Pueblo. Un puesto a la medida de un político hecho para el pacto y no para la gresca parlamentaria. Como dijo él mismo: “Me quieren sin colmillos”.
La extensa hoja de servicios de Gabilondo (ministro de Educación, rector de la Universidad Autónoma de Madrid, líder de la oposición en la región madrileña) apenas cuenta una pizca de un personaje gigantesco.
Quinto de nueve hermanos, Ángel Gabilondo fue durante un tiempo el hermano Gabilondo, ese que se arremangaba la sotana para jugar al fútbol, ponía canciones de Joan Manuel Serrat, y al que los alumnos llamaban cromañón, según relató uno de ellos, Iñaki Gil, en El Mundo. La crisis de fe unió a aquel fraile para siempre con la metafísica, su especialidad como catedrático, y le llevó hasta la vida pública. Allí, fue el ministro que se quedó a un milímetro de conseguir el gran pacto educativo que se intenta cada legislatura, reventado en el último segundo por el PP. Y luego, el aventurero atrevido que se lanzó a encabezar una travesía por el desierto: representar al PSOE en Madrid, donde el PP lleva gobernando más de 25 años seguidos. Todo, como independiente. Nunca ha tenido el carné socialista.
En Vallecas, el barrio popular de Madrid donde está el Parlamento regional, Gabilondo decantó durante seis años la esencia de su vida. Rehuyó el choque. Cuando pudo, pactó. Y cuando no, lo siguió intentando. Pronto se le vio como un hombre de costumbres. Frente al ir y venir de los diputados, nunca dejaba su escaño, empapándose de los debates. Durante el receso, la hora del almuerzo era sagrada, fueran cuales fueran las urgencias periodísticas. Todos le conocían, la mayoría le apreciaban: de los funcionarios de la Cámara a los de la librería Muga, el rincón de lecturas a unos metros del Parlamento.
“Nos hemos enfadado mucho, pero es una gran persona”, acabó diciendo sobre él Díaz Ayuso.
Sin embargo, las elecciones del 4-M le pillaron con el pie cambiado. Enfrentado al fenómeno Díaz Ayuso, acosado por las críticas de que no era lo suficientemente contundente en su oposición, y desgastado porque Ciudadanos hubiera vetado la posibilidad de que gobernara pese a haber ganado las elecciones, tenía claro su futuro: no repetiría como aspirante en 2023. En esas, con la pandemia presente y Madrid patas arribas, Díaz Ayuso convocó elecciones justo cuando él sangraba por la herida de sentirse incomprendido.
Le ridiculizaban en el prime time televisivo, donde colgaban carteles de “Se busca Gabilondo” para atacar su labor de oposición (“No soy tan estúpido como para encontrar divertido que se me ridiculice”, lamentó). Las redes sociales movían mensajes orquestados con el mismo contenido: falta filo, le decían, frente a Díaz Ayuso. Todo eso le resultaba extraño: donde Gabilondo pedía pausa, reflexión y debate, veía cómo todo se aceleraba a ritmo de tuit, y de baile en baile en TikTok.
Fue una campaña bronca. Tan repleta de refriegas que Díaz Ayuso anunció que bloquearía con Pablo Casado cualquier opción futura de que fuera Defensor del Pueblo. El contexto dejó en fuera de juego a Gabilondo, tan revitalizado por la llegada de un nuevo nieto como desencantado con el tono de la campaña: ni ese es su estilo, ni le fue posible defender con convencimiento la estrategia diseñada por Iván Redondo en La Moncloa.
Entonces llegó la debacle: 24 diputados, el peor resultado del PSOE. El aviso del corazón. Y el anuncio de que renunciaba a recoger el acta. Desde entonces, silencio. Apenas alguna ráfaga pública de su humor afilado e inteligente, o de sus reflexiones a veces torturadas, metafísicas, por supuesto, sobre la vida. Hasta ahora: será Defensor del Pueblo.
Una noria vital a la que ya está acostumbrado. “Sé ya, a estas alturas del partido, que la vida es un poco así”, dijo en una entrevista con este diario de abril. “No solo la política, la vida. Te seducen, te desean, te rechazan, te acogen…”.
Así es el nuevo Defensor del pueblo, Ángel Gabilondo: intelectual, político y metafísico.
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