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El calor de Madrid va por barrios

En la capital, poder sobrellevar las altas temperaturas es sinónimo de riqueza, ya que las zonas humildes tienen menos zonas verdes, las viviendas están peor aisladas y no tienen aire acondicionado o no lo pueden encender

El panadero Miguel Ángel Navarro y su compañera Rajaa  Harrouda, en la panadería Horno la santiaguesa en la Calle Mayor de Madrid.
El panadero Miguel Ángel Navarro y su compañera Rajaa Harrouda, en la panadería Horno la santiaguesa en la Calle Mayor de Madrid.Santi Burgos

Son las siete y media de la mañana del 19 de julio en un almacén en Vallecas y el calor aún es soportable, incluso en los momentos en los que corre una brisa suave. Jesús García (40 años) trabaja para la empresa de reparto Seur, lleva “15 años currando de repartidor” y tiene claro que el peor momento del año para trabajar es junio, julio y agosto.

Jesús prefiere los días de lluvia porque, cuando llueve, el único peligro es mojarse un poco, mientras que en pleno mes de julio el calor se hace insoportable. A las cuatro de la tarde, su furgoneta marca una temperatura de 41º. Para combatir el calor durante las horas más duras, Jesús lleva dos botellas de agua de dos litros heladas, y trata de aparcar su furgoneta en la sombra siempre que puede. Empleos que, como el suyo, implican trabajar al aire libre durante el verano están considerados como de alto riesgo por la Organización Mundial de la Salud.

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En la ciudad de Madrid no todos los distritos se ven afectados de forma similar por las altas temperaturas, hay barrios mucho más cálidos que otros. Estas diferencias térmicas comenzaron a acentuarse a principios del siglo XX, “durante la época del desarrollismo”, explica Darío Redolat, geógrafo e investigador en meteorología y climatología del FIC (Fundación para la Investigación del Clima). El crecimiento económico de esos años no trajo solo el florecimiento de la industria de la ciudad de Madrid, si no que supuso también una transformación a nivel arquitectónico. Ante el crecimiento demográfico y el aumento de los puestos de trabajo, la ciudad se encontró con la necesidad de alojar a los miles de obreros que trabajaban en las industrias y fábricas que se estaban expandiendo en el sur de la capital. La obligación de tener que construir rápido y barato también supuso un incremento del desorden urbano. “El orden de los barrios más ricos contrasta con la falta de planificación urbana de los barrios más humildes”, subraya Redolat.

A pesar de que estas desigualdades estructurales se fraguaron hace casi 100 años, en la ciudad de Madrid se siguen perpetuando estas diferencias. Debido a sus características arquitectónicas y geográficas —al encontrarse enclavados en el valle que escarba el Río Manzanares—, los distritos de Usera y Puente de Vallecas son dos de los que más sufren el fenómeno conocido como isla de calor: dentro de la ciudad se da una temperatura más elevada de la que la que hay en el entorno natural. “Dentro de un mismo núcleo urbano se dan diferencias entre unas zonas y otras, lo que se denomina como micro islas”, detalla Javier Neila González, docto arquitecto, catedrático y responsable del grupo de investigación ABIO (Arquitectura Bioclimática en un entorno sostenible).

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Las zonas de más baja temperatura son las que se encuentran cerca de zonas verdes y en las áreas más elevadas, por lo que, en el caso de Madrid, los barrios más frescos son los barrios al noroeste, bien ventilados y cerca de espacios verdes como el monte de El Pardo o la Casa de Campo. El distrito de Moncloa-Aravaca es uno de los que menos sufren este fenómeno de la isla de calor, ya que está cerca de zonas con mucho arbolado.

Los mapas térmicos indican que, debido a la escasez de zonas verdes y al elevado nivel de urbanización, la zona centro es una de las que más lo sufren. Allí, en la calle Mayor, está el horno La Santiaguesa. Rajaa Harrouda, una de las reposteras, entra a las siete de la mañana y sale a las tres de la tarde. “El trabajo en verano cuesta más que en invierno. En agosto está todo muy calentito, pero bebemos mucha agua”, cuenta. Rajaa es la encargada de hacer los aperitivos y la repostería salada. “Tenemos seis hornos y en ese rincón, la freidora y los fogones”.


Jesús García, repartidor de SEUR en su furgoneta de reparto, en Madrid.
Jesús García, repartidor de SEUR en su furgoneta de reparto, en Madrid. Santi Burgos

Ahí, en el rincón, está Miguel Ángel Navarro haciendo rosquillas en un gran perolo de aceite. Dice que el calor le afecta mucho, no soporta el verano, pero lo peor es que los efectos negativos de las altas temperaturas se los termina llevando también a casa. “El calor te adormece y te aplana, cuando vas a casa te sientes más cansado y si antes leías, ahora te duermes”. Miguel se queja de que, aunque corre aire ―tienen las ventanas abiertas y un sistema de aire acondicionado―, con el calor que desprenden los hornos y los fogones se llegan a alcanzar temperaturas superiores a 40º en la cocina.

La aparición de los ensanches en Madrid obligó a los planificadores urbanos a aprovechar al máximo cada metro cuadrado de terreno, eliminando zonas verdes y pequeños bosques que había en la periferia en favor del ladrillo y del asfalto. La construcción acelerada trajo consigo también la desigualdad climática, por lo que la gestación de estos barrios generó nuevas diferencias entre los enclaves más ricos y los más pobres. “Los barrios más ricos se construyen con espacios verdes y avenidas amplias”, añade Dario Redolat, así como con manzanas más grandes y patios interiores. El proyecto Modifica, en el que participó Javier Neila, tuvo como objetivo identificar las diferencias térmicas entre unos barrios y otros durante los meses de verano. “En el caso de Madrid llegamos a medir diferencias de hasta 10 grados, 25º en una zona y en otra 35º”. La isla de calor está fundamentalmente provocada por la desaparición de superficie vegetal: si la energía solar llega a un bosque se produce un calentamiento más suave por la presencia de vegetación, indica Neila. “En la ciudad, al haber poca vegetación, sube la temperatura”. Si eso se le añade el calor antropogénico —el calor de origen humano causado por actividades como el uso de automóviles, electrodomésticos, calefacciones, etc—, algunas zonas se calienten más que otras.

La falta de arbolado y de espacios amplios que contribuyan a la ventilación y al enfriamiento de la ciudad es una característica de los barrios menos pudientes, por lo que sufren más las altas temperaturas y “nos encontramos con una ciudad desigual a nivel térmico”, según Redolat. Aún así, en Madrid ocurre algo muy particular; en el distrito de Salamanca, uno de los más ricos de la capital, también se dan temperaturas extremadamente altas.

La mayoría de sus edificios fueron construidos antes de la entrada en vigor de la ley de 1979, que obliga a aislar las construcciones de forma más eficiente y así, evitar la entrada de frío y de calor. Sin embargo, a pesar de tener temperaturas más elevadas que en zonas con una renta per cápita más baja, el calor se sufre menos gracias a los sistemas de aire acondicionado, que los vecinos de barrios más humildes no siempre pueden permitirse. Cuando las condiciones de una vivienda están por debajo del confort es lo que se conoce como pobreza energética.

Entre los barrios de Madrid, el tipo de construcción varía. Según Javier Neila, además de por los omnipresentes sistemas de aire acondicionado, una de las razones por las que en el distrito de Salamanca se soporta un poco mejor el calor es que los edificios son de muros más gruesos, lo que permite una mayor separación con el exterior a pesar de tener un sistema de aislamiento antiguo —conocido como la cámara de aire— que consiste en dejar un espacio de unos centímetros entre un primer muro exterior y el muro principal interno de la vivienda.

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