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Camellos, humor amargo frente a la pandemia

El cuarteto de ‘indie’ burlón se resarce de los meses de confinamiento redoblando su receta sarcástica

Retratos de la banda Camellos: De izquierda a derecha son Frankie, Fer, Jorge y Tommy.
Retratos de la banda Camellos: De izquierda a derecha son Frankie, Fer, Jorge y Tommy.Marina Gala

A nadie se le olvidará ya el mes de marzo de 2020, cuando el planeta descarriló por culpa de un bichito microscópico que todavía hoy nos sigue amargando la vida. Pero para quienes se encontraban en pleno apogeo, las consecuencias de echar súbitamente el freno resultaron aún más dolorosas. Pueden atestiguarlo Fer, Jorge, Frankie y Tommy, los dos oscenses, el manchego y el muchacho de Kansas City que se conocieron en el barrio de Embajadores, asaltaron los escenarios con el nombre de Camellos y a principios del año pasado, con su segundo disco (Calle para siempre) recién salido del horno, parecían en disposición de comerse el mundo. La dichosa covid malogró todos los planes, pero ahora, tras el obligado ejercicio de “gestionar la frustración”, han regresado con su característica mordacidad redoblada por las circunstancias. Que es, bien pensado, una manera de aplicarse su propia medicina.

“A lo mejor nos hemos vuelto menos festivos y desarrollado más mala hostia, pero hemos logrado pasar por encima de toda esta mierda para mantenernos a flote mentalmente”, resume con su característico verbo contundente el ciudadrealeño Frankie Ríos, uno de los dos encargados de las guitarras y las voces en la formación. Lo pudieron comprobar quienes retomaron contacto con ellos el pasado fin de semana en Nuevo Baztán y Buitrago del Lozoya, donde reaparecieron dentro de la programación del ciclo regional Sesión Vermú. Habrá nuevas oportunidades, porque los chicos más vitriólicos y lenguaraces del indie con epicentro en la capital han renovado la munición.

Siempre les lució retratar escenas y personajes cotidianos y, sobre todo, patéticos. Ya les sucedió en 2017 con su primer elepé, Embajadores, e historias como las de esa Becaria que trabajaba con horario partido en una droguería (“Me da tiempo para ver La ruleta de la fortuna y Los Simpson / Es lo único que me gusta de mi puto día de mierda”), aunque todos le reconocen en primera instancia por la hilarante Arroz con cosas y ese estribillo irrefutable: “Más que yo, más que yo, más que yo / Todos tus vecinos follan más que yo”. Dicen inspirarse en personajes reales o experiencias propias, retorcidas y distorsionadas durante sus tormentas de ideas. Ahora han afilado la técnica.

“Nos divierte que nuestras letras se conviertan en pequeños Cluedo, en acertijos”, dice Jorge Betrán

“El primer disco incluía mucho nombre propio y el segundo era más personal y ambiguo”, recapitula Jorge Betrán, el batería. “En estos momentos hemos alcanzado una combinación de ambas modalidades. Algunas de las nuevas canciones las pillarás enseguida, pero en otros casos acabarás pensando: voy a ponerla otra vez, porque no sé de qué coño me están hablando estos tipos. Nos divierte que nuestras letras se conviertan en pequeños Cluedo, en acertijos”.

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Tanto Arroz con cosas como el resto del repertorio de Calle para siempre (atención especial, por favor, a Mazo, Healthy, Pesadilla en el hotel o Sabor a cobre) nacieron de un confinamiento creativo en las montañas de Huesca, cuando lo de encerrarse sonaba a acto voluntario y apetecible. El material de estreno, como buen hijo de su tiempo, proviene de alguna que otra videoconferencia. “Hicimos algún Zoom durante la cuarentena, aunque solo fuera para que los rusos nos robaran las caras y las pusieran en algún DNI de allí”, se carcajea el otro cantante y guitarrista, Fer Naval. También interactuaban virtualmente con sus grandes amigos del podcast Necesita mejorar, en el que a menudo se encargan de la música. Pero ellos –mileniales de libro, todos en torno a la crisis de los treinta– se manejan con muchísima más solvencia en el cara a cara. “Se nos da tan mal la tecnología que parecemos señores de sesenta años. Ni siquiera fuimos capaces de engancharnos a la moda esa de los directos por Instagram. La gente pensaba que éramos antisociales, pero no: solo torpes”. Y los cuatro, entre cervezas y cocacola, se tronchan ellos solos de la risa.

Son muy dados a reír, sin duda, pero siempre “con un trasfondo maquiavélico”. Porque hay a veces un poso de calamidad en sus retratos de gente incapaz de comprender sus propias miserias y limitaciones. “Dejamos un regusto amargo, pero no acentuado: no pretendemos que nuestra música sirva para escuchar antes de saltar desde un séptimo piso”, matiza Jorge. “No somos un grupo de jijí y jajá. Utilizamos el humor, de acuerdo, pero no nos gustaría que nos vean como una banda happy”. Y Frankie le toma en testigo: “En el fondo, lo más jijí que nos sucede es que en directo, cuando nos ponemos a hablar, casi siempre la cagamos…”.

Y en la conversación surge, inevitablemente, la proliferación de bandas de rock independiente que han añadido la sorna en su relación de ingredientes fundamentales: desde Carolina Durante a Naranja, los autores del himno sardónico Indies tristes. Incluso Los Planetas parecen abonarse a esta línea de actuación con sus sencillos más recientes, como La nueva normalidad, El negacionista o El rey de España. Los cuatro integrantes de Embajadores comprenden que se establezcan “ciertos paralelismos”, incluso también con Siniestro Total, aunque ellos se consideren “menos explícitos y más absurdos y dadaístas”. Pero no pierden la ocasión de aguzar su verbo más burlón. “Si somos una influencia descarada para Los Planetas”, sugiere Fer, “tendríamos que llamarles y avisarles: Eh, cabrones, queremos una parte de vuestro dinero”. Y Frankie, más corrosivo, remacha: “Yo aprovecharía para decir: Jota, antes de nada, ¡aprende a cantar!”.

No les tomen (casi) nada al pie de la letra: los chispazos dialécticos, cuando se juntan en torno a la misma mesa, son parte esencial en la idiosincrasia de Camellos. Lo de ser despiadados les luce, sobre todo con ellos mismos. Por eso admiten que han sobrevivido al monumental contratiempo de la pandemia gracias a “los otros trabajos”, pero prefieren no especificar a qué se dedican “porque son movidas que no tienen nada que ver y nos ponen de los nervios”. El verbo, siempre tan afilado como las guitarras. Así es, a golpe de contrastes, como renace la carrera de una de las bandas más singulares que puebla la ciudad. ¿Qué tal marcha su relación con Madrid, por cierto? Tras el pertinente intercambio de miradas, Fer Naval asume esta vez la portavocía: “Sin Madrid no existiría Camellos, y eso es, ante todo, un halago. Esta ciudad tiene muchas cosas buenas”. Pero se detiene, duda y remacha: “Ahora bien, eso de la tierra de las libertades es una estupidez”.

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